Vladimir Putin coincide con Donald Trump en ciertos puntos importantes. No en todos, pero sí en algunos. Se apartan, por ejemplo, en el respaldo a Israel por parte de Trump, que me parece atinado, y en el rechazo a las satrapías cubana, venezolana, nicaragüense y boliviana, que resulta coherente con la democracia estadounidense, pero no le quitan el sueño a la dictablanda rusa.

¿En qué coinciden? Por lo pronto, Trump negó que Rusia sea una nación adversaria de Estados Unidos. Es lo que firmemente cree. Se lo dijo a Tucker Carlson en una entrevista para Fox que le hizo el joven periodista. Según Trump, Moscú había ayudado a Estados Unidos a ganar la Segunda Guerra Mundial, dato que casi nadie disputa. La URSS, en efecto, aportó 20 millones de cadáveres con el objeto de derrotar al nazismo; no obstante, lo hizo luego del ataque de Adolfo Hitler, su antiguo aliado, en junio de 1941. La guerra comenzó en 1939 con los nazis que sometieron a Polonia por el oeste, mientras los comunistas soviéticos lo hacían por el este. En las cláusulas secretas del pacto Ribbentrop-Molotov, hoy conocidas, las dos potencias se habían dividido Europa. Si Hitler no hubiera abierto el frente ruso unos meses antes, probablemente Estados Unidos hubiese tenido que enfrentarse a los soviéticos luego del ataque japonés a Pearl Harbor en diciembre de 1941.

¿En qué más coinciden Putin y Trump? Según Putin, la OTAN es una fuerza militar que amenaza a Rusia. Originalmente le hacía frente a las divisiones comunistas del Pacto de Varsovia, pero desde la desaparición de la URSS, en 1991, y de esa alianza militar, inmediatamente la OTAN ha sido utilizada para intervenir en la antigua Yugoslavia, apuntalar la existencia de Kosovo a expensas de Serbia y destruir la dictadura de Gadafi en Libia, todos clientes o aliados de Rusia.

La OTAN debió disolverse luego del fin del Pacto de Varsovia, de acuerdo con el hombre fuerte de Moscú. Simultáneamente, los antiguos satélites de la URSS –Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Polonia, República Checa, Albania, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia, Montenegro– han corrido a guarecerse debajo del paraguas militar de la OTAN y de la Unión Europea. Ucrania no lo hizo y Rusia la invadió por partida doble.

Trump –un nacionalista proteccionista y antiglobalización desde hace muchos años– tiene serias dudas de hasta dónde Estados Unidos debe comprometer la vida de sus soldados y su destino económico con pequeños países como Montenegro, un fragmento de la antigua Yugoslavia, sin nexos económicos o históricos con Estados Unidos, que luego se federó con Serbia y finalmente optó, hace pocos años, por la independencia. ¿Por qué, –se pregunta Trump– en caso de un ataque ruso, como el realizado en Crimea, los estadounidenses deben defender a tiros a los montenegrinos, si 95% del país ni siquiera sabe dónde queda esa mínima nación balcánica? 

¿En qué más se acercan las posiciones de Trump y de Putin? En el rechazo a los inmigrantes, especialmente a los de origen islámico, y a los acuerdos colectivos de comercio libre. Trump conecta con Putin en esos puntos. Ambos celebraron la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Putin mucho más discretamente), en el aprecio por el holandés Geert Wilders o en el aplauso que les merece el líder húngaro Víktor Orbán, también edificador de muros en su fronteras, erigidos para disuadir a los inmigrantes que pongan en peligro la identidad blanca y cristiana de Europa.

Eventualmente, los europeos tendrán que defenderse solos, crear un ejército que sustituya a la OTAN y pagar por esa organización. Afortunadamente, el músculo económico alemán y el dominio de la tecnología nuclear francesa pueden frenar el espasmo imperial ruso. Es verdad que Francia y Alemania son potencias de segunda categoría, pero también lo es Rusia, un país económicamente atrasado, con un ingreso per cápita similar al de Grecia, aunque dotado de unas desproporcionadas fuerzas armadas.

Es muy probable que Trump encarne un síntoma muy elocuente del debilitamiento del liderazgo internacional estadounidense, posterior a la Segunda Guerra mundial y ligado a la guerra fría. Duró setenta años, pero hay una parte sustancial de la población estadounidense que prefiere cancelar ese período. Son, precisamente, los votantes de Trump.

En todo caso, lo importante para todos es que la Unión Europea resista el embate de sus enemigos interiores –los eurófobos– y los exteriores –Trump y Putin– hasta que se origine la próxima implosión rusa. Tal vez el cataclismo no tarde mucho en llegar.


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