Sobran las razones estratégicas como para considerar que la prostituida y miserable Venezuela, sin tanques, cañones, submarinos ni portaviones, ni siquiera dotada de soldados aguerridos y profesionales, puede ser tanto o más peligrosa y amenazante a la paz mundial que Corea del Norte y su arsenal nuclear. Pero dispone de varias bombas solo matagente: el castro-comunismo, el narcotráfico y el terrorismo islámico. Así ni Clinton ni Obama ni Francisco hayan querido entenderlo.

“Que hablen otros de sus miserias. Yo hablo de la mía”

Alemania

Bertolt Brecht

(En el destierro danés, 1933)

1

Cuando el gran poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht elevaba sus bíblicas imprecaciones denunciando ante los hombres de buena voluntad la amenaza que representaba la Alemania de los cuchillos largos de las SS, tenía en mente ese Tercer Reich cuyos ejércitos eran los más poderosos del mundo, acaudillados por Adolf Hitler, el caudillo más venerado por su pueblo y el hombre más temido del planeta. Al extremo de que no existía poder sobre la tierra capaz de enfrentarlo y vencerlo. La industria alemana era un amasijo instrumental de talento, ingeniería y maquinaria capaz de montar el aparato bélico más destructivo de la Tierra. Se entendían la vergüenza y la queja del poeta: donde Alemania asomaba sus garras, los pueblos se sumían en el espanto. Y a la hora de invadir a Europa procedía como Atila: bajo sus expresas órdenes de arrasar a su paso los territorios invadidos –“der Erde gleich machen”–, por donde pasaban sus tropas solo quedaba el rastro de sangre, muerte y desolación. La Alemania que avergonzaba a Brecht, el autor de La Ópera de Tres Centavos, fue, desde el 31 de enero de 1933 el poder y la amenaza más temidos del planeta.

Que en las antípodas del tiempo y del espacio, en un país tan anodino, folklórico y políticamente resuelto del que antes del asalto al poder de nuestro Hitler vernáculo costaba encontrar una mención de una sola línea en los periódicos de fama internacional, hoy una satrapía que medra de un pueblo martirizado por una crisis humanitaria, despierte hoy una gran preocupación en las más importantes cancillerías del mundo civilizado y constituya una temible amenaza para las sociedades más desarrolladas del hemisferio merece algunas consideraciones. ¿A qué se refiere Nikki Haley, la embajadora de la principal potencia mundial, Estados Unidos de América, ante la Organización de las Naciones Unidas, cuando desde el foro de su Consejo de Seguridad alertara sobre la amenaza mundial representada por la satrapía venezolana en los siguientes términos: “Venezuela es un narcoestado violento que amenaza al mundo?” ¿Cómo puede una nación esquilmada, devastada, reducida al más elemental nivel de su supervivencia, humillada y ofendida, constituir una “amenaza al mundo”? ¿Una nación de ínfima categoría, vista su naturaleza avasallada y colonial? ¿Por qué un país que hoy vale casi nada, y esa nada ya está comprometida para la supervivencia de Cuba, que la aherroja, y endeuda hasta los huesos con China, prácticamente dueña de sus inmensos recursos minerales, despierta tantos temores?

¿No estaremos ante un grave error de percepción de parte del Departamento de Estado de Estados Unidos? ¿O es que Venezuela, en efecto, constituye una mortal amenaza mundial?

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La denuncia de Estados Unidos ha sorprendido al mundo: Venezuela es una amenaza inminente, global y de efectos letales. Una amenaza potencial de primer grado no por lo que es, sino por lo que encubre y representa. En primer lugar, por servir de plataforma de injerencia, financiamiento y expansión del castro-comunismo imperial cubano, de cuyas Fuerzas Armadas ya es cabecera de playa en tierra firme. Cuyo proyecto estratégico sigue tan vigente como hace medio siglo: imponer el comunismo en América Latina, por las buenas –poniendo un pie en la puerta de las democracias– o por las malas. Luego del fracaso electoral del Foro de Sao Paulo, volviendo al delirio bolivariano de la Gran Colombia mediante la entronización de las FARC en el establecimiento político-electoral colombiano, aunque sin jamás perder de vista que el principal enemigo del castro-comunismo es, precisamente, Estados Unidos. Asunto que solo la babosería, la pusilanimidad y la cobardía liberal del progresismo demócrata se ha negado a reconocer. Una complicidad objetiva que comenzara con la traición de Kennedy a los demócratas cubanos cuando Bahía de Cochinos y culminara con la traición Obama-Clinton y su apertura diplomática y comercial a esa misma Cuba, sin imponerle las más mínimas condiciones. Es el pesado legado que debe asumir la actual administración republicana. Cuya embajadora ante la ONU acaba de encender las alarmas. Pues de esos polvos kennedykruschevianos vienen estos lodos putinescos. Cuba es la amenaza mundial, pero sirviendo la Venezuela de Nicolás Maduro de títere a Raúl Castro, de escafandra del narcotráfico y de tapadera del terrorismo islámico.

La segunda razón de esa amenaza mundial radica, precisamente, en la naturaleza narcoterrorista del régimen. Constituye la plataforma expansionista del principal cartel de la droga, en vías de apoderarse políticamente del frente norte de Suramérica. Resultado directo del gobierno Santos, infiltrado en el de Uribe para desbaratar su exitosa ofensiva antiguerrillera. Y abrirles las puertas del poder político a las FARC. Proceso en curso con la más absoluta impunidad, ante el silencio de las democracias occidentales y el respaldo papal.

Lo que sumado a la alianza castro-comunista con el expansionismo musulmán podría llegar a articular una letal tenaza antinorteamericana. No piense en las próximas elecciones: piense en las próximas generaciones. ¿Cuánto ha avanzado la invasión musulmana en Europa desde que Oriana Fallaci hace treinta años encendiera las alarmas? ¿A cuántos millones ascienden los musulmanes que ya ocupan las principales ciudades europeas? ¿Cuántos millones se infiltraron solo en la Alemania de Angela Merkel en los últimos años?

Sobran las razones de estrategia mundial como para considerar que la prostituida y miserable Venezuela, sin tanques, cañones, submarinos ni portaviones puede ser tanto o más peligrosa y amenazante que Corea del Norte. No posee arsenal nuclear, pero dispone de varias bombas solo matagente: el castro-comunismo, el narcotráfico y el terrorismo islámico. Así ni Clinton ni Obama ni Jorge Alejandro Bergoglio hayan querido entenderlo.

Lo que ha quedado meridianamente claro en el curso de esta convocatoria especial del Consejo de Seguridad para tratar el caso Venezuela encuadrado en la llamada “Fórmula Arria” es que, tal como lo señalara el analista argentino avecindado en Washington Héctor Schamis, y nosotros lo refrendáramos en abril de 2015 a raíz del encuentro interamericano de Panamá y la visita de SS Francisco I a La Habana, Venezuela ha escapado del control de los venezolanos para formar parte de un conflicto propiamente internacional que no se dilucidará en nuestro territorio ni avanzará un milímetro en su resolución por vía inmanente a nuestro propio juego político. No hay en Venezuela los actores necesarios ni suficientes como para librar una batalla por resguardar nuestra soberanía y nuestra república. Muy por el contrario: procediendo con una ceguera histórica de proporciones inconmensurables, la llamada MUD ha terminado alineada junto al régimen en la defensa de su estabilización. El caso se ha escapado de nuestras manos, incluso de los países de nuestra región, para caer en brazos del ajedrez mundial que disputan China, Rusia y Estados Unidos por el control planetario.

China, por su expansionismo imperial, que la ha llevado a roncarle a los Estados Unidos en la cueva de su patio trasero. Rusia, porque donde fuego hubo cenizas quedan, y el comunismo sigue siendo atributo ruso soviético. Venezuela ha sido devorada por la voracidad imperial de China y Rusia, que se han aprovechado del espacio que les han abierto los cubanos. Íntimamente interesados en contribuir a la devastación de Venezuela. Y Estados Unidos, por obvios intereses geoestratégicos.

Sería exagerado afirmar que en Venezuela no hay nada que hacer: todo está por hacerse. Pero las fuerzas verdaderamente opositoras, cuyo liderazgo está representado por Antonio Ledezma y María Corina Machado, no están objetivamente en capacidad de quebrarle el brazo al colaboracionismo adecojusticiero –los apéndices intestinales de AD poco cuentan, y Rodríguez Zapatero y la Internacional Socialista ya cumplieron el papel que les asignara Raúl Castro: quebrar a Leopoldo López– y volver a poner en marcha la insurrección popular traicionada por Ramos Allup, Julio Borges, Manuel Rosales y Henri Falcón.

El tablero del juego se encuentra en terreno internacional. En el que la verdadera oposición cuenta con el masivo respaldo de la OEA y Estados Unidos. Allí se está decidiendo nuestro futuro. Por ahora.


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