El problema político fundamental del país es que el tiempo histórico del chavismo-madurismo ha llegado a su fin, pero irresponsablemente sus dirigentes se niegan a aceptar esa realidad y sin ningún tipo de remilgos y de respeto a la ciudadanía hacen lo imposible para mantenerse en el poder. No han entendido ni asimilado el momento histórico que vivimos: el país no quiere el tiempo pasado, rechaza el modelo de sociedad que el régimen ha querido imponer y solo le interesa viabilizar alternativas de crecimiento y progreso hacia el futuro.

Con base en su equivocada visión ideológica, la carencia intelectual y pragmática de sus dirigentes, y la extrema ineficiencia operativa de sus servidores, el régimen ha intentado, sin éxito, durante 18 años, establecer variadas e infructuosas reformas que han originado perversos resultados colaterales y que han  afectado negativamente a toda la población. Durante el tiempo transcurrido con el chavismo-madurismo en el poder se han frustrado las expectativas de todos aquellos que ingenuamente creyeron que el régimen los reivindicaría de la exclusión y la inequidad, y que vivirían mejor. Un mundo destruido y confuso es lo único que el régimen le deja a la nación como el resultado de su lúgubre período de desgobierno.

Al hacer un análisis retrospectivo de los recursos de todo tipo que el régimen dispuso, y el inventario de los  logros y realizaciones alcanzadas debemos concluir que tuvo la mejor de las oportunidades para gobernar, pero la desperdició miserablemente. La desperdició porque fue y ha sido incapaz para conducir los cambios que proponía, porque ha demostrado una proverbial ineficacia para instrumentarlos y porque no pudo convencer a la población de que le acompañara en sus irrealizables utopías. El régimen no quiso adecuar el ejercicio de su administración a las necesidades reales del desarrollo del país, a lo que este necesita y demanda: un buen gobierno que trabaje positivamente para alcanzar metas de desarrollo, bienestar y progreso, cónsonas con los niveles de ingreso que el país percibe y ha percibido. El país necesita modernizar las estructuras del Estado, hacer eficiente y mejorar la productividad de las instituciones públicas y garantizar a la ciudadanía seguridad y un eficiente, confiable y transparente sistema de justicia y legalidad. El gobierno obcecadamente responde con flagrantes violaciones a la Constitución, más centralización administrativa, más presencia del Estado en las actividades económicas, menos autonomía de acción para los entes públicos y mayor control gubernamental para las actividades privadas. El régimen lo que hizo y ha hecho es retrotraer al país a etapas históricas que ya habíamos superado. Actualmente, se constata que las instituciones fundamentales de la nación están afectadas al máximo, en su operatividad y credibilidad por la fuerte inherencia presidencial en sus actividades y decisiones, la gran corrupción que impunemente campea y las equivocadas políticas públicas que el  régimen aprueba. El ejercicio del gobierno mediante decretos ha creado agigantadas obligaciones a la ciudadanía que, aunadas con las amenazas, prohibiciones y condenas que el gobierno ha derrochado a granel, han sido las formas de presión que, por excelencia, ha venido aplicando. Como resultado de ello se ha incrementado la inestabilidad política, la inflación, el desabastecimiento, la creciente deuda externa y la deteriorada situación económica y social.

He allí el monumental fracaso de la gestión pública y política de un gobierno al que se le terminó el tiempo y la oportunidad de hacer y crear que le dieron sus seguidores y la coyuntura histórica.

La incertidumbre atenaza e inmoviliza a los servidores del régimen. Las ambiciones de sucesión separan a los grupos de apoyo al gobierno. En la Fuerza Armada, pivote del gobierno, hay fuertes vientos de fronda. El desencanto y las frustraciones de los seguidores del régimen cunden a granel. El liderazgo único e indiscutible se fue con los efluvios de la quimioterapia cubana. Emerge y crece con fuerza una férrea voluntad unitaria de cambio en los predios de los ciudadanos. El régimen se angustia porque sabe que la historia le exige dejar el paso libre a quienes pueden conducir mejor los destinos del país.

La mayoría de los venezolanos quiere que en 2018 termine, de una vez por todas, la larga noche del chavismo-madurismo y para eso se prepara concienzudamente, sin dubitaciones, ni miedos.


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