Con aquellos que resisten y luchan en la supervivencia con una fuerte dosis de desesperación. Con los que reciben o no las bolsitas de comida de la indigencia y no tienen dinero para comprar lo que necesitan para el sustento diario. Con esos que no consiguen o no pueden comprar las medicinas para tratarse una dolencia o para ayudar a un familiar o a un amigo con problemas de salud. Con quienes dependen del trabajo y de los servicios de los hoy muy deteriorados hospitales públicos. Con los que no disfrutan de un seguro médico para cubrir los gastos ante una eventual enfermedad. Con todos los que están obligados de cualquier modo a mantenerse con vida con sueldos y salarios de miseria. Con todos esos venezolanos que ahora en las calles nos recuerdan, desmienten y repudian con coraje el descomunal y detestable cinismo de Nicolás Maduro cuando el año pasado afirmara que “Venezuela es Venezuela, jodidos, pero felices”. Con esos venezolanos jodidos de verdad, sin motivos ni razones para sentirse felices padeciendo la espantosa tragedia provocada por un régimen incapaz, corrupto, indolente y criminal. Con esos venezolanos estamos llamados a caminar juntos para enfrentar tanto la crisis como a los responsables de la misma que insisten obstinadamente cada día en profundizarla.

Es la unidad con esa gente que comienza a responder de modo espontáneo a un liderazgo social que se hace sentir cotidianamente cada vez con mayor frecuencia e intensidad en diversos lugares del país. Con quienes forman parte de gremios, sindicatos y otras organizaciones sociales que han decidido levantar su voz de angustia, malestar y reclamo ante las condiciones miserables de vida impuestas a gran parte de la población por los usurpadores del poder en Venezuela. Con líderes y trabajadores protagonistas de una lucha orientada fundamentalmente por razones sociales y humanitarias, sin motivaciones político-partidistas, la cual amenaza con extenderse en medio de una crisis cuyos efectos resultan cada vez más demoledores. En fin, es la unidad con trabajadores de distintos sectores de la sociedad que en esencia reclaman salarios dignos y mejores condiciones laborales, e igualmente con vecinos de diferentes comunidades que protestan, entre otros motivos, por la pésima situación de los servicios públicos y el estado de indefensión de los ciudadanos ante la delincuencia.

Cómo conectarse con ese liderazgo social, cómo acompañarlo, cómo ayudar a articularlo para potenciarlo, para evitar que se desgaste, son desafíos clave que debemos atender con la debida importancia y urgencia, y también con ciertas precauciones. Sin pretender secuestrarlo para una determinada parcialidad política. Con el cuidado de no distorsionarlo. Sin sacrificar su autonomía. Sin desdibujar o borrar algo que le es propio y sustancial: el de ser portador de un auténtico grito desesperado de hombres y mujeres que exigen tener las condiciones necesarias para vivir y trabajar con dignidad en medio de la voracidad del proceso hiperinflacionario que azota al país.

Asegurándole el respeto que se merece, debemos entonces contribuir a darle el mayor aliento posible a ese liderazgo social. Inyectarle la fuerza de otros liderazgos como parte de un esfuerzo unitario nacional dirigido a superar la espantosa tragedia que hoy agobia a los venezolanos. Con la firme convicción de que esa unidad es indispensable para fortalecernos y abrir cauces de esperanza en la dura y compleja lucha contra la tiranía.

Solo así, a contrapelo de la fantasiosa felicidad que Maduro le sigue atribuyendo cínicamente a Venezuela, podríamos tener aquí una verdadera rebelión de los jodidos. Una rebelión que, tal como están las cosas en el país en los actuales momentos, podría ser de casi todos los venezolanos.

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