La Biblia tuvo razón al describir en el Génesis el Big Bang. Tendrá razón al describir en el Apocalipsis el fin de los tiempos. El problema no es de cualidad, es de cantidad. El milenarismo mesiánico se ha encogido de 1.000 a 600 años. Una rebaja aconsejada por las ciencias. Lo único cierto es que, por el camino que va, Venezuela no necesitará ni de 1.000 ni de 600 años para desaparecer. De hecho, ya podría estar desapareciendo.

“El tiempo se agota para la Tierra”.

Stephen Hawking

Lo acaba de hacer público en un comunicado enviado a un congreso de astronomía que se celebra en Pekín, pero ya lo había señalado a comienzos de este 2017. Debemos abandonar la Tierra en los próximos 100 años, pues en 600 años, poco más del lapso transcurrido desde el descubrimiento de América, nuestro hábitat se habrá convertido en una ardiente bola de fuego. No da los detalles de las causas, que van desde un impacto con un asteroide como el que exterminó a los dinosaurios hasta causales endógenas: el estúpido curso impuesto por la voracidad de la raza humana al desarrollo de nuestra humanidad y sus fuentes de vida. Sobrepoblación, agotamiento de los recursos, calentamiento global, plagas mortíferas, guerras y conflictos agudizados por todos dichos factores. Pero, siendo un científico responsable y visionario, propone algunas soluciones, así parezcan tan extravagantes como el pronóstico: emigrar hacia otra estrella, más allá de nuestro sistema planetario. Por ejemplo: alcanzar Alpha Centauri. Algo tan inalcanzable, como que se encuentra a más de 4 años luz de la tierra. Lo que para el astrónomo tampoco sería un inconveniente insalvable: en el curso de este siglo desarrollaremos las técnicas que nos capacitarán para viajar a mayor velocidad de lo que lo hace la luz. Su optimismo, al respecto, lo lleva a asegurar que en lugar de los miles de años hoy necesarios para tal proeza, llegaremos a la próxima estrella en 20 años.

Sepa Dios si tal espantoso pronóstico conmovió a Donald Trump, por ahora interesado en recuperar para los israelíes lo que en historia, en justicia y en derecho les pertenece: la capitalidad de Jerusalén. Pero ayer mismo dio a conocer la orden de volver a enviar un equipo de sus astronautas a la Luna. Con lo cual vuelve a incentivar la carrera espacial, si bien el guante será recogido por los chinos y no por lo rusos, más interesados en hacerse del control de América Latina, comenzando por Venezuela, que ya la tiene en el bolsillo, que por aventuras espaciales. Que les costara a sus mayores la implosión del reino y del imperio.

Cien años no es nada. Los cubanos, sin necesidad de otros asteroides que los puestos en acción por los Castro, perdieron su hábitat hace 60 años. Venezuela ya lleva 18 años cumplidos de perder el suyo. Y hace 175 años Marx y Engels dieron el vamos a la devastación planetaria. Cuyo último coletazo dio por tierra con una democracia que acababa de cumplir 40 años. Como resulta palmario, los años de las perdiciones son mucho más breves que los de los encuentros. Y las matanzas sobrepasan de lejos los 100 millones de muertos. ¿Cómo habría de asustarles a los dirigentes del PSUV y de la MUD, que asisten impávidos a la devastación de Venezuela en tiempo récord, la extinción de la Tierra en 600 años, si para entonces ellos y sus descendencias se habrán consumido los cientos de miles de millones choreados de las arcas fiscales mientras un asteroide se desgaja del fondo del universo en dirección a nuestro sistema planetario para darle de frente al bello planeta azul de nuestras ensoñaciones?

Poco le conmoverán al tuerto Andrade, a Rafael Sarría, a Wilmer Ruperti, a Rafael Ramírez, a Istúriz y las multimillonarias ratas ridículas de Pdvsa, a la portentosa y ágrafa consentida de Hugo Chávez y a los narcosobrinos de la pareja presidencial, las apocalípticas visiones de Stephen Hawking. Como Venezuela ya llegó a estercolero, es presidida por un microbusero, se ha convertido en tierra arrasada y una analfabeta puede aspirar a la Presidencia de la República, ¿qué importa lo que le pueda suceder al vecindario en seiscientos años? Si para los altos dirigentes de los partidos del sistema, agrupados en ese mueble destartalado llamado Mesa de Unidad Democrática, el tiempo es de goma, extensible e inagotable, y pueden esperar al esteroide dialogando en República Dominicana, como para Vladimir Padrino el tiempo es mercadeo y botín, saqueo y faltriqueras, y puede asistir impávido a la extinción de lo que fuera la República de Venezuela, fundada y establecida al costo del sacrificio de cientos y cientos de miles de seres humanos, ¿qué puede hacerle un choquecito con una piedra estelar al pedazo de país habitado por este montón de gente?

La Biblia tuvo razón al describir en el Génesis el Big Bang. Tendrá razón al describir en el Apocalipsis el fin de los tiempos. El problema no es de cualidad, es de cantidad. El milenarismo mesiánico se ha encogido de 1.000 a 600 años. Una rebaja aconsejada por las ciencias. Lo único cierto es que, por el camino que va, Venezuela no necesitará ni de 1.000 ni de 600 años para desaparecer. De hecho, ya podría estar desapareciendo.


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