Cuando, como parte de la lucha por el poder en la Francia posrevolucionaria, se capturó y se ejecutó al duque de Enghien (heredero de los Borbones, que aspiraba a la restauración de la monarquía), la historia cuenta que Talleyrand, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, habría dicho que ese hecho, más que un crimen, era una estupidez. Independientemente del rigor histórico de esa cita y de que, alguna vez, tal frase haya sido efectivamente pronunciada por Talleyrand o por otra figura de la época, lo cierto es que, con demasiada frecuencia, nos topamos con hechos políticos que, aunque no sean criminales, constituyen verdaderas estupideces. Es bueno tenerlo presente en relación con la juramentación ante la ANC por parte de cuatro gobernadores electos en las planchas de la oposición, y con los votos de ciudadanos que no desean apuntalar este régimen.

Uno espera de los políticos un mínimo de coherencia. No se puede decir una cosa hoy y al día siguiente hacer todo lo contrario. No se puede proclamar, como cuestión de principio, que tal o cual cosa es inaceptable y, al día siguiente, doblar la cerviz y someterse a todo aquello que antes se repudió. No se puede salir a la calle a pedir el respaldo ciudadano en función de determinadas ideas para que, una vez obtenido ese apoyo popular, se haga todo lo contrario a lo que sosteníamos ayer. Eso, más que un acto venal, es el producto de la precariedad mental de quienes creíamos que formaban parte de la oposición.

Hecha esa traición, no hay que buscarle cinco patas al gato, porque solo tiene cuatro. No hay que tratar de justificar lo injustificable y, con el mayor de los desparpajos, sostener que se traicionó al electorado pensando en el bien común. No, señora Gómez; no diga tonterías que la hacen quedar más en evidencia. No pretenda insultar nuestra inteligencia, diciéndonos que se juramentó ante la ANC para servir a los más altos intereses de la nación; con su felonía ya tenemos suficiente.

Dentro de la oposición, aunque podamos compartir un objetivo inmediato, como es la salida de esta dictadura, me siento muy lejos de Primero Justicia, porque no comparto el modelo de sociedad que ellos desean para Venezuela; la mía es una Venezuela de libertad, pero también de solidaridad y justicia social. Sin embargo, me siento orgulloso de políticos como Juan Pablo Guanipa, que fue fiel a lo que había prometido como candidato, y que no cambió sus principios por el sueldo de gobernador al que, por lo demás, se hizo merecedor en unas elecciones. Me satisface saber que hay políticos serios, responsables y coherentes, en los que se puede confiar.

Quiero creer que la juramentación de esos cuatro gobernadores ante la ANC fue una simple estupidez y no una traición o un acto venal. Pero, en política, las estupideces tienen su precio. Y, lamentablemente, a veces el precio es que los ciudadanos ya no podrán confiar en sus líderes; junto con las esperanzas, perderán la fe en la política como única forma civilizada de manejar los asuntos públicos, y algunos se dejarán ilusionar por aventuras inaceptables en una sociedad democrática.

La política debe ser un ejercicio de coherencia y dignidad; la política no es la marrullería que gusta de los acuerdos en una sala oscura y a puertas cerradas. Por eso, los tránsfugas de la política ni nos representan ni pueden hablar en nombre de la oposición venezolana. ¡Que disfruten de sus guardaespaldas y que aprovechen su cercanía con el oficialismo! Pero la Venezuela decente, la Venezuela que desea salir de esta dictadura, es la que hoy está al lado de Gustavo Dudamel, de los presos políticos, de los exiliados, de las víctimas del hampa, de las madres que no tienen qué darles de comer a sus hijos, y de la dignidad de Juan Pablo Guanipa.


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