«Estados Unidos estaría considerando todas las opciones en el caso de Venezuela”. Senador Marco Rubio, Diario de Las Américas, 30 de agosto de 2018

Ni la victoria electoral de Donald Trump ni las de Mauricio Macri, Sebastián Piñera e Iván Duque, de todos los cuales se esperaba un vuelco en la correlación de fuerzas en el ámbito continental que se tradujese en el aislamiento creciente de las del castrocomunismo en nuestra región y el consiguiente fortalecimiento de la salida pronta y pacífica a la grave crisis por la que atraviesa Venezuela, se han traducido en una mejoría de la crisis humanitaria que la devasta. Continúa su caída hacia el abismo, ve empobrecerse a diario a sus ciudadanos, acrecentarse con horror la situación de miseria y dolor que viven sus sectores más empobrecidos, condenados a muerte por la falta de medicinas y esquilmados hasta el escarnio, mientras las naciones del vecindario, por ahora aún libres de la peste del castrocomunismo, se ven invadidas y asoladas por la estampida de quienes no resisten un día más de sufrimiento y se ven obligados, literalmente, a escapar con sus familias y sus escasos bienes a la espalda cruzando, a marchas forzadas, las fronteras hacia el país vecino. Un inmenso peligro para la estabilidad del hemisferio, pues la irrupción de esas masas descontroladas que solo aportan hambre y miseria inducen una eventual crisis de gobernabilidad y abren el terreno a la agitación y la inestabilidad. Una explosiva situación que bien puede corresponder a una estrategia diseñada en La Habana para preparar las condiciones para la agitación y el asalto al poder. Para Colombia, Ecuador, Bolivia y Brasil la situación comienza a hacerse incontrolable e insostenible. Es una tragedia colectiva que no se vivía desde los días de la Guerra a Muerte.

 La dictadura venezolana ha llegado al llegadero. Se ha convertido en un tumor canceroso en avanzado estado de malignidad, y extirparlo quirúrgica y urgentemente antes de que haga metástasis en el cuerpo sano de la región se ha convertido en un imperativo de máxima sobrevivencia. La región vuelve a vivir la alternativa de los años sesenta: o el castrocomunismo totalitario o el imperio del Estado de Derecho y la libertad democrática. Se agotaron las ilusiones de salidas políticas, hábiles y sutilmente instrumentadas desde La Habana y sus aliados españoles, obedecidas con estúpida frivolidad por una oposición interna pusilánime, mezquina y carente de toda grandeza. Llegamos al momento de las definiciones cruciales, meta políticas: la intervención militar se ha convertido en una necesidad histórica inmediata.

Agobia en medio de tanta penuria el fracaso manifiesto de las iniciativas humanitarias que persiguen aparentemente el fin de esta tragedia evitando el empleo de la fuerza. Como si ello fuera posible ante quienes están decididos a imponerse a sangre y fuego. Protegidos, incluso, por quienes asumen la tarea de castigar a los violadores de los derechos humanos, que son precisamente ellos mismos. ¿Qué puede esperarse de la intermediación de Michelle Bachelet, servil y obsecuente servidora de los Castro en concomitancia con el socialista portugués António Guterres y el papa argentino Jorge Alejandro Bergoglio? ¿Qué de Pedro Sánchez, que acaba de asaltar el poder español mediante un golpe de Estado? ¿Cuánto de inevitable fracaso y cuánto de voluntaria dejadez y sevicia encubre la trágica soledad de las naciones asaltadas por el castrocomunismo? ¿Puede una dictadura aviesa y perversa, ominosamente al servicio de la tiranía cubana como la de su agente Nicolás Maduro, acompañada por todas las izquierdas de la región, aherrojar a un pueblo, condenarlo a muerte por hambre y carencias, burlarse de todas las iniciativas por llevarlo al Tribunal Internacional de La Haya sin que la comunidad internacional pueda hacer absolutamente nada? ¿Permitirán las repúblicas latinoamericanas reunidas en la OEA y el Grupo de Lima y Estados Unidos el deshuese de una de sus más importantes naciones, cuya caída anticipa y precipita la de todo su vecindario? Venezuela no es ni Cuba –una isla– ni Nicaragua, un pequeño país centroamericano: es la principal reserva petrolífera de Occidente y ocupa una posición geoestratégica cuyo dominio garantiza poner en grave peligro al Caribe, a Centroamérica, al Pacífico y al corazón amazónico de América. Incluso y sobre todo al mismo Estados Unidos. Defender su integridad, si es necesario mediante el uso de las fuerzas armadas, es una obligación de alta política hemisférica que no puede ser eludida.

Por lo menos asombroso es constatar las ambigüedades, dudas y vacilaciones de los principales poderes de la región. Incluso de aquellos hasta ahora los más afectados por los coletazos de la crisis venezolana, como Colombia y Ecuador. ¿En qué quedaron las promisorias iniciativas que acompañaron el nombramiento como canciller del recién estrenado gobierno de Chile, el escritor Roberto Ampuero, asumidas como expresión de la voluntad del presidente Sebastián Piñera de blindar su administración con una ferviente preocupación por la defensa activa y militante de los derechos humanos en el terreno regional? ¿A qué tanto escándalo de la izquierda chilena por las declaraciones de su ex ministro de Cultura denunciando el sesgo político del llamado Museo de la Memoria, iniciativa de la ex presidente marxista Michelle Bachelet, si en él se recuerdan hechos sucedidos hace medio siglo, mientras esa misma izquierda calla por las violaciones flagrantes, acompañadas de asesinatos, secuestros y torturas mientras se devasta materialmente a un país, una crisis en pleno desarrollo al día de hoy, no hace medio siglo?

Desconcierta y apabulla la capacidad de abuso y violación de esas izquierdas, mientras amparan una tiranía que ya traspasó los 60 años de ejercicio. Declarándose solidarias con las de Venezuela y Nicaragua, mientras afianzan desde el Foro de Sao Paulo la intención de apoderarse de las democracias latinoamericanas para someterlas al influjo del castrocomunismo cubano. Tanto como apabulla la aparente pasividad del recién elegido presidente Iván Duque, de quien los venezolanos hemos esperado tanto respaldo y de quien continuamos aspirando a que sea un dique infranqueable ante las FARC y el castrismo colombiano, como lo fue y lo quisiera Álvaro Uribe Vélez.

Angustia la soledad en que se encuentran los pueblos de Cuba, de Nicaragua y de Venezuela, mientras las izquierdas castristas avanzan en su plan de dominio de la región, a pesar del fracaso manifiesto de sus gobiernos como lo han demostrado Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff y Michelle Bachelet. ¿Volveremos a ver a Lula da Silva al frente del gobierno de Brasil; a Cristina Kirchner, al de Argentina y a algún trasnochado socialista chileno retomando el rumbo dictado por La Habana desde el Foro de Sao Paulo? ¿Timoschenko en el Palacio Nariño? ¿Harán los chilenos borrón y cuenta nueva ante las enseñanzas dejadas tras la tragedia de la aventura allendista?

No son preguntas inútiles. En América Latina todo es posible.


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