A la calladita ha venido avanzando la consecución de la meta que se trazaron América Latina y China en 2015, de alcanzar un comercio de 500.000 millones de dólares entre los dos lados del Pacífico para 2025. En unos países ha funcionado más que en otros, claro está.

La realidad acaba de ser expuesta con gran fanfarria en la segunda reunión de los 33 países latinoamericanos de la Celac con China, evento que acaba de concluir en Chile. Los dos socios comerciales multiplicaron por 22 el comercio entre 2000 y 2013. El año pasado el comercio entre los dos lados del Pacífico sumó 266.000 millones de dólares. Las cosas deben ir, pues, por buen camino, piensan en todas partes.

El hecho de que el país anfitrión fuera Chile facilitó las superlativas loas a la disposición china a abrirse al mundo –una estrategia que no puede sino ser obligada para un país como el coloso de Asia– y también impulsó los ataques de los países de la izquierda regional a la política de Donald Trump, las que estuvieron acompañadas de descalificaciones de todo género, como también era de esperar. Estoy convencida de que si el encuentro multilateral hubiera tenido lugar en Bogotá otro gallo habría cantado, uno más apegado a la cruda realidad de las cosas, como es que China no es un niño de pecho al lado de los Estados Unidos.

Porque si bien es cierto que la interacción comercial entre las dos zonas se ha exponenciado con los años, se nota claramente, por el lado chino de la ecuación, la forma en que este país desea acercarse a algunos actores individuales que componen Latinoamérica y donde es evidente que México, Venezuela, Chile y Cuba, por citar solo a algunos, inspiran a Pekín de manera diferente.

No nos hagamos ilusiones. China hace lo correcto desde su punto de vista y dentro de su actual política económico-comercial de impulso a la nueva Ruta de la Seda, dentro de la cual las relaciones bilaterales siguen teniendo un puesto preponderante. Pero las asimetrías también. Es que, en el fondo, no se trata de otra cosa que de atornillar un área de influencia generalizada en América Latina, pero al mismo tiempo China se propone construir y blindar alianzas fuertes en aquellos países de corte izquierdista, cuestionadores tradicionales del imperialismo gringo dentro de la zona. No es un secreto que el nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha estado desde hace un año echando más leña al fuego de ese rechazo histórico a la penetración norteamericana en este subcontinente, logrando irritar con actitudes racistas y excluyentes a quienes no le son favorables en la región.

Así que nada mejor para el señor Xi que tratar de pescar en río revuelto y exhibir, como en efecto lo hizo en la reunión de la Celac, su maravillosa disposición a contribuir a la industrialización y a la tecnificación de las economía en América Latina, para lo cual no le faltaban ejemplos gloriosos de cooperación desinteresada en algunos países.

Pero un examen exhaustivo de cada relación bilateral con los países citados y con otros como México, Ecuador y Uruguay muestran cómo la supremacía china y su unilateralidad siguen subyugando y sometiendo a nuestras naciones.

Una colonización velada y más propia del siglo XXI está en marcha. No hay que rechazarla. Hay que conseguir adaptarla a las necesidades de progreso de nuestras naciones.  


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