Como consecuencia de la política internacional errática liderada por su primer ministro, Neville Chamberlain, Gran Bretaña estaba a finales de 1940 a las puertas de su ocaso.

Para agosto de ese año los holandeses habían sido arrollados, Bélgica invadida y su ejército derrotado, la propia fuerza expedicionaria inglesa acorralada y Francia acabada y entregada con la instauración de un gobierno títere formado por Philippe Pétain y Pierre Laval en la ciudad de Vichy. Toda la costa occidental de Europa –desde el cabo norte hasta la frontera española– estaba en manos de los nazis y todos sus aeropuertos y puertos dispuestos a ser utilizados para el momento de la temida invasión a la isla inglesa.

Philippe Pétain y Adolfo Hitler

Así era de desolador el panorama para Gran Bretaña y aterrador para su población, tanto así que muchos se planteaban tratar de lograr un «acuerdo con los nazis» y se lo «susurraban» al recién nombrado primer ministro, Winston Churchill.

A pesar de todo, el político británico logró la victoria en 1945 por su «superioridad moral», nunca se doblegó, se creció en la adversidad.

De haber aceptado los «susurros» de sentarse en una mesa de negociación, el  acuerdo hubiese sido otra Paz de Amiens, aquella tregua que Francia y Gran Bretaña sostuvieron entre 1802 y 1803, que Napoleón Bonaparte aprovechó para fortalecerse y reanudar las hostilidades. Hacer lo mismo en 1940 hubiera representado dejar a Hitler como dueño absoluto de la Europa y haberle permitido la conquista de Rusia.

Churchill  entendía que después irían por el premio mayor: Gran Bretaña, y después el mundo; comprendía la política de Hitler del lebensraum o espacio vital; entendía que a Hitler el continente europeo le quedaba pequeño para sus ansias de poder.

Hago esta introducción para emular las consecuencias de las continuas negociaciones y pretendidos diálogos entre el régimen y un sector de la oposición, pre y pos, con aquella decisión de Churchill de no negociar a pesar del panorama adverso y de los «susurros». La oposición oficialista venezolana liderada por los partidos electoralistas, entre otros, se han  transformado en el Pétain y Laval de la Francia conquistada y en aquellos «susurradores» ingleses al oído de Churchill patrocinando «el acuerdo». Los primeros entregaron a Francia, los otros querían entregar a Gran Bretaña, y en nuestra presente tragedia los partidos electoralistas y sus dirigentes les están entregando por su tozudez y falta de visión histórica el país al régimen, por ignorancia, ingenuidad o por compromisos inexplicables.

Pudiera haber muchas interpretaciones sobre el hecho de que esos partidos y dirigentes lo hagan, pero tiene haber una explicación distinta a la de los «susurros» para que parte del colectivo lo avale. Ese acondicionamiento de la conducta –inducción– podemos conseguirlo en el experimento de Solomon Asch, muy famoso en Estados Unidos en 1958 (Estudio de la conformidad), en el cual a varias personas se le mostraban tres líneas sobre una pantalla y se les conminaba a que dijeran cuál de ellas era la más larga, desconociendo uno de los voluntarios que los otros formaban parte del equipo del experimento. De las tres líneas resultaba evidente cuál era la línea más larga y por lo tanto la respuesta era obvia. Después de varias rondas en las que se elegía la línea correcta, en un momento determinado la mayoría concertada comenzaba a decir que la línea más larga era una de las cortas. El voluntario no comprometido, para asombro de los científicos, finalizaba en corto tiempo por aceptar y sumarse a la opinión de los otros voluntarios. Se demostró qué tan fácil es inducir a una persona o a un colectivo a negarse a aceptar las evidencias que tienen aun ante sus ojos.

Winston Churchill 

Es posible que la campaña orquestada por esos partidos y dirigentes políticos, a la que se prestan los asalariados y los ingenuos, permita la sugestión e inducción de parte del colectivo que en alguna forma se deja engañar.  Pero hay un elemento que afortunadamente contradice esta regla: cuando se trata de jugar con los principios y valores del ser humano, se relanza su moral y este se sublima buscando otras alternativas; no sigue dándose contra la pared, como lo siguen haciendo los negociadores de oficio. Cuando es otro el objetivo, la embriaguez democrática siempre tiene un final.

Allí está la causa, «la razón de la sinrazón», como lo expliqué en un artículo así titulado. Ahora bien ¿todo está perdido? ¿Tenemos inexorablemente que entregarnos para que el binomio régimen y oposición oficialista determinen nuestro futuro? ¿Que nos embarquen con una constituyente que será, como la fraudulenta Constitución de 1999, la mejor del mundo según personajes del régimen y de la oposición; y como ya lo han anunciado, utilizando la mismas reglas y procedimientos electorales, ya beatificados, en la cual –es muy factible– se negocie la permanencia del Estado comunal, otorgando el régimen migajas democráticas,  más Petáin y más Laval.

En la parodia venezolana, cada uno de nosotros tenemos la obligación de mirar hacia el grupo de hombres y mujeres que imperturbablemente le dijeron la verdad una y otra vez. Aun cuando por el engaño inicialmente no les creyeron, es tiempo para comenzar el principio del fin de la mentira, no podemos continuar cohonestando a esa dirigencia sin grandeza histórica, que demostró una acefalia general e indigencia estratégica. Que sepamos quiénes son los Pétain, los Laval, «los susurradores» y quiénes pueden ser los Churchill. El pueblo inglés lo supo, también lo hizo un militar francés que estaba huyendo de los nazis y de sus «colaboracionistas franceses», nada más y nada menos que Charles de Gaulle.

A esta altura de nuestra tragedia, la uñas del tiempo que raspan y raspan la corteza del secreto del mundo extraño de los partidos y dirigentes políticos, dejan al descubierto las inmensas goteras de espantos que tienen el encanto de mostrar las primeras lucecillas, las llamas aisladas que al escudriñar más se convierten en una hoguera gigantesca que borra con humos en el aire la picardía de los bucaneros de nuestra política, y descubiertos como están es necesario diferenciar las mezquindad de unos a la grandeza de otros, dos palabras que se atan en el nudo de la vida que oscila entre la gloria y los abismos de la miseria humana.

¡Por donde andará Lucio Quincio Cincinato!

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