No digo que va a caer mañana o que lo van a tumbar luego. Solo digo que siguen muy activos, presurosos, diligentes, comprometidos, en la tarea ímproba de cavar su tumba. Y sí, siguen allí, pero cavando el hoyo. Siguen vivos y dispuestos, pero es un foso del cual no pueden salir; cada vez es más hondo y más difícil trepar sus laderas.

El carnet de la patria es la nueva forma de ciudadanía. No es un documento más al que los forajidos conminan al venezolano, sino un instrumento que te deja vivir, si acaso, como esclavo. Cada cual actuará de acuerdo con su conciencia y sus posibilidades; y, si lo necesita, solo dejará de “inscribirse” al ver perspectivas de cambio, el atisbo de poder salir del cerco al que lo confina la tiranía. Es un instrumento que pretende decir que si lo posees eres un semoviente del corral revolucionario; si no, no existes, te fuiste, estás caminando hacia Colombia, Ecuador o Perú, aunque sigas en Los Magallanes, Coche, Tabay o Cantaura.

Convertir a cada uno en ficha de un juego macabro es objetivo brutal del chavismo en su fase más degenerada, el madurismo, recubierto de Padrino López y de generales ya resignados a seguir cavando la fosa, a conciencia de que de allí no salen indemnes, pero carecen de altura para treparse y salir del agujero. Se convirtieron en tipejos cortos y anchos, estilo batracio.

Toda esa cáfila se ha propuesto el diseño del “hombre nuevo”, el antiguo sueño de las fantasías macabras de la guerrilla latinoamericana, el monstruo producido en el laboratorio del doctor Hugo Frankenstein. El “hombre nuevo” no es que está desnutrido: es pura fibra; no desfallece en una cola: es que busca nuevos espacios para socializar; no es que quiere irse del país en carro, nadando o a pie: es que se le ha despertado su espíritu aventurero; no hurga la basura por necesidad: es que se convirtió en una máquina humana y ambulante de reciclaje; no es que muere de mengua, sino que busca ir al cielo más rápido. Obviamente los sátrapas saben que este discurso perdió –si alguna vez tuvo– el aura heroica a lo Sierra Maestra y se convirtió en parte de la podredumbre que mezcla socialismo y narcotráfico, y antiimperialismo con ladronaje.

Ante la muerte de su propia mentira, triturada por el crimen de hambrear al pueblo, Maduro y toda la banda presidencial han optado por potenciar el crimen que cometen. Se ven obligados a actuar de ese modo porque en el diseño de ese nuevo ser humano acabaron con el que le servía de soporte: el hombre de carne y hueso que comía arepa y casabe, hervido y pescado frito, guarapo de papelón, ron o cerveza; solo quedó aquel que hace colas para comer, para sacar una miseria del banco, para pedir algo o para condolerse con el de al lado.

Avanzan en el cerco. Ahora diseñan todos los mecanismos más perversos para impedir que la diáspora solidaria envíe unos dólares para apoyar a quienes ya no tienen cómo comer. Y, por si fuera poco, se proponen impedir el manejo de cuentas propias desde el exterior. Un cerco para la sumisión absoluta o a que la gente se vaya, como sea, del país; ambos exilios –el de adentro y el de afuera– asfixiantes; ambas soledades intolerables; ambos miedos aplastantes.

Esa política no admite reformas. Por eso es que toda reforma económica no es para que la economía funcione, sino para que la mafia pueda mantenerse en el poder. No hay que confundir ni confundirse con análisis económicos: todo cambio en la economía por parte del poder criminal a cargo no es sino para ver cómo obtienen recursos para seguir en el control tiránico que ejercen.

Precisamente por la magnitud sideral del crimen que cometen es por lo que un día de estos y por algún lado reventará la cuerda. Como decía el guariqueño: o se rompe la zaraza o se acaba la bovera.


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