Otra botella de tequila

Había tomado mucho, Morelia siempre me excede. La discusión sobre política mexicana me había exasperado. Mis amigos ya experimentan frustración y desengaño y aún el nuevo gobierno no ha ejercido el poder. Me irrita decir: ¡te lo advertí! A estas alturas decirlo es una auténtica futilidad. ¿Para qué?

Los escuché quejarse y pedí otra botella de tequila.

La modelo improbable de Modigliani

Hubo un momento en que no supe más, solo recuerdo la álgida discusión por un cuadro de Modiglani, hablaban de una de sus modelos. Les comenté que yo había estado con ella en la tarde: “Se llama Regina”, aseveré. No estaba ebrio, ni deliraba, me había tomado un café cerrero con ella en la tarde, mientras conversábamos, la fotografié, intenté mostrarles la foto al grupo de artistas que me acompañaban en la mesa y nadie hizo caso. Cada quien estaba en lo suyo.

Yo estaba en lo mío: una confusión de memorias venezolanas y el sombrero negro de Regina. ¿Borracho?

Oscurecer las memorias del éxodo

Imagino que a todos los venezolanos nos pesa el espíritu. No soy el único. Por más que disfrutamos de gratitudes y efímeras dichas, no hay felicidad completa: la nación está despedazada, no descansamos un segundo en autoflagelarnos, se ha apoderado de nosotros una ira permanente. Me recosté en el asiento del bar, cerré los ojos por un instante, quería oscurecer mis memorias, cubrir de negro las imágenes del espeluznante éxodo a pie que nuestros compatriotas están protagonizando ante la mirada desconcertada del mundo. No es Siria, es Venezuela, el país más rico de América Latina.

No pude oscurecer nada, la agonía es indeleble.

Las tonalidades grises de La comunión

Atiborrado de figuraciones confusas y enrevesadas unas con otras, volvió la imagen de Regina a pesar de que el debate ya no era sobre Modigliani, hablaban de Rufino Tamayo. Me preguntaron: “¿Quién es el Tamayo venezolano, poeta?”. Contesté: “Jacobo Borges”, y pensé en las tonalidades grises –tristísimas– de su serie de pintura La comunión. La última vez que había estado con él habíamos discutido, siempre lo hacemos. ¿Jacobo? ¿Qué estará pintando ahorita? Me gustaría verlo, intercambiar las tonalidades grises de nuestra agonía patria.

Tamayo, Modigliani, Borges, ¿cómo en un momento tan grave puedo pensar en pintura?

El despertar de la conciencia

Regina –y su sombrero negro– me había preguntado por Lilian Tintori. Los cuadros de Modigliani hablan, siempre lo han hecho. Dialogar con una pintura es ser parte de ella. Desde niño siempre les hablé a las pinturas, siempre, por eso le respondí a Regina con seguridad y fluidez: “Lilian es una de las mujeres más extraordinarias que he conocido, todo lo que ha hecho lo hace porque tiene un proyecto de vida, lo hace por amor. A ella no le interesa el poder. Eso hace su sacrificio aún más admirable. Eso sí que es poesía”. ¿Por qué Regina me habrá preguntado por Lilian? ¿Cómo estará Leopoldo? ¿Estará bien? ¿Cómo estará su espíritu? ¿Herido?

¿Entenderá que su sacrificio fue el despertar de la conciencia del mundo en cuanto a la dictadura chavista?

La angustia del rebelde

Pensé que me había quedado dormido, pero no, estaba despierto. Volví a cerrar los ojos: “No hay nada como escuchar a José José (el príncipe de la canción) en un bar moreliano”, pensé. De pronto no supe si estaba pensando o soñando, imaginé la angustia de mi estimadísimo Jesús Medina, ese irremediable rebelde ahora encarcelado en la cárcel militar de Ramo Verde. Lo sentí rabioso consigo mismo por haberse permitido atrapar por la dictadura, también sentí su frustración y la conciencia que tendría de que pronto sería olvidado por todos. ¿A quién tenía? A nadie. Él es un niño de la calle que se convirtió en reportero de guerra y, a su modo especial, en libertador.

¿Estoy despierto?

El sueño exterminador

Me dormí. Sí, estaba dormido, lo sé pese a lo vívido del sueño porque de pronto me vi en Caracas, llevaba una ametralladora y yo no sé disparar ni una resortera (una china), estaba dispuesto a masacrar al chavismo, ser yo el causante de un Guernica venezolano. ¿Cómo aquello podía ser posible si yo soy un activista de la no violencia?, ¿será que solo lo soy despierto, no en mis sueños?, ¿será que en sueños soy un vengador, un justiciero aniquilador? Y sí, de pronto me vi ajusticiando a criminales chavistas, persiguiéndolos por doquier para apresarlos y torturarlos como ellos torturan a los jóvenes venezolanos, lanzándolos a caminar desnudos por la gélida cordillera de los Andes.

Y desperté, había tenido un sueño exterminador. Otro más.

El otro arte

“Despierta, venezolano, despierta”, me dijo uno de los artistas que estaban en la mesa conmigo al tiempo que me sacudía para despabilarme. “¿Dónde estoy?”, pregunté todavía aturdido. “Creo que vives una pesadilla –me respondió enternecido–, eso es lo que creo”. Pensé nuevamente en el éxodo venezolano, las imágenes de niños, adultos y ancianos recorriendo desesperadamente y en llanto la cordillera andina, y entendí que sí estaba viviendo una pesadilla. Pensé en el sacrificio y dolor de los presos políticos; pensé que ni el arte me consolaba; y pensé después que quizá el consuelo sea otro tipo de arte, el de la guerra. Y volví a despertar, la verdad es que podríamos evitar la guerra si nos unimos, nos organizamos y multitudinariamente nos rebelamos como pueblo a esta pesadilla. Si tomamos todos los poderes públicos.

Regina me preguntó: ¿saldrán del chavismo?


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