Durante varios años el modelo venezolano, “el socialismo del siglo XXI”, disfrutó de un cierto prestigio que obtuvo gracias a su adecuada estrategia de mercadeo. Se presentaba como un gobierno de interés social, una gran falacia que se construyó con las mentiras propias de todo régimen totalitario. Mercadearon como propio lo que no les pertenecía. Por ejemplo, la nacionalización petrolera que se había llevado a cabo en la década de los setenta.

En arrogancia adánica hicieron creen que la educación y la salud pública había sido su logro y con ellos se acabó el analfabetismo y la pobreza, entre otras falsificaciones. En el más claro lenguaje orwelliano, pretendieron convertir el racionamiento en “tarjeta de la patria”, la severa escasez de alimentos en “misión de abastecimiento seguro” y a la destrucción del aparato productivo y del sector eléctrico lo llaman “país potencia”. Han intentado hacer creer que el infierno es el paraíso.

Esta idea de país se propagó por el mundo con el concurso de los “amigos geográficos” o amigos ideológicos del gobierno y de las franquicias que se establecieron con el fin de extender “el modelo bolivariano por España”, como reza uno de los contratos realizados por la dictadura. La idolatría de los franquiciados españoles y franceses por el régimen venezolano se puede visualizar en Youtube, en distintas ocasiones y versiones. Afirmaban que frente a la adversidad había que recordar al difunto y al lado de “su tumba” casi enmudecían en llanto. El régimen venezolano estrechó lazos con el integrismo islámico y se enfrentó a Israel y al “imperialismo estadounidense” y, en menor medida, también al europeo.

En esa estrategia resultó de mucha utilidad la experiencia y contactos acumulados en el complejo manejo de las organizaciones internacionales y multilaterales que había adquirido el régimen cubano y los activistas que integran “el Foro de Sao Paulo”. Recurrieron a esa vetusta práctica del turismo revolucionario para ganar adeptos. Profesores y estudiantes visitaron las hermosas playas de Venezuela y cumplieron con las agendas de visitas establecidas por el gobierno. Otros lograron jugosos contratos para realizar talleres con los desplazados del Medio Oriente.

Defendían a capa y espada al régimen hasta el punto de vender como ideal el modelo de distribución de alimentos en Venezuela, al que recomendaban calcar, cuando la escasez causaba estragos entre los ciudadanos. Evidenciaban de ese modo su absoluto desprecio por ellos, por el ser humano.

Quienes osaban criticar al régimen o manifestar su descontento en el mundo, eran calificados con ese término que tanto gusta a la izquierda rancia: fascista, lo que en el mundo de la psicología dinámica se conoce como proyección. Los acusaban de ser los ricos incapaces de aceptar tanta igualdad social. Otros se colocaban de perfil porque, decían, quienes defendían a los demócratas y cuestionaban al gobierno eran representantes de la “derecha”. Hoy les cuesta coincidir y no tienen más remedio que aceptar que Venezuela vive una honda crisis humanitaria, que el régimen dictatorial que la ha causado se niega a reconocer, y que además no está dispuesto a aceptar la ayuda global que el mundo quiere prestar a sus ciudadnos para aminorar sus penas y sufrimientos. A todos quienes han apoyado a los demócratas habrá que hacerles un reconocimiento público al salir de la pesadilla que agobia a los venezolanos.

La estrategia de mercadeo que también utiliza medios, a periodistas y articulistas afines caló hondo, y contrarrestarla con datos ha resultado ser un proceso complejo. Nos enfrentamos a creencias arraigadas que no admiten evidencias: si están en mi acera no puedo admitir críticas. Se les decía que los datos que se usaban eran los oficiales, pese a su opacidad, y aquellos que elaboran de manera sistemática las universidades o las ONG confiables. Se sumaron las evidencias visuales que corroboraban lo dicho.

Pese a las resistencias iniciales, la diáspora no cejó en su empeño de mostrar la gravedad de la situación de los venezolanos: conversaciones, diálogos con los compañeros de trabajo y estudio, con los vecinos, con los partidos políticos y las ONG de los países de acogida, presentaciones públicas, artículos, entrevistas y libros, manifestaciones, etc. El trabajo que se ha realizado ha dado sus frutos, se desmonta la propaganda del régimen y sus aliados. Estos últimos no han tenido más remedio que colocarse de perfil, desmarcarse, pues la defensa del régimen resta apoyos. Los pocos rufianes que quedan se aíslan con el régimen en todo el mundo.

Los elogios iniciales han dado paso a la crítica y a un enconado desacuerdo. Los ciudadanos y miembros de organizaciones sociales y políticas en los países de acogida no podían creer la tétrica realidad y menos en el contexto de la mayor de las rentas que había percibido el país en toda su historia. Se preguntaban ¿qué ha quedado en pie? Y ¿cómo se sostiene esto? Las imágenes que a diario transmiten los medios y las redes mostraban la terrible represión, propia de un ejército de ocupación, y brindaban la respuesta a la interrogante.

Resultaba arduo explicar cómo el país que tiene las mayores reservas de petróleo no tiene gasolina, cómo el tendido eléctrico ejemplar y pionero en toda la región era incapaz de prestar el servicio de manera continua, cómo los supermercados repletos de novedades como lo recordaban quienes habían sido inmigrantes hoy estaban vacíos, sin mercancías; cómo los hospitales carecen de equipos, insumos y medicinas, y cómo campean a sus anchas la escasez y el hambre que convierten en una burla lo que denominan “misión abastecimiento seguro”.

Los más de 2 millones de embajadores que integran la diáspora han hecho su labor de manera sistemática y sostenida. La explicación que ofrecen pone en evidencia la magnitud del desfalco, del descomunal embuste. La mayor de las rentas había sido convertida por el “modelo bolivariano” o socialismo del siglo XXI en hambre y miseria. El modelo socialista volvía a cumplir con todos sus atributos, como en Cuba, en Corea, en China y la extinta Unión Soviética. A quienes habían sido aliados les cuesta creer la capacidad de mentira del régimen y se olvidan de las palabras de Vaclac Havel: mienten hasta cuando mienten.

Un tema recurrente, imposible de comprender y difícil de explicar, es el de las tarjetas de crédito y el control de cambio. No se concibe que para usar sus recursos y su tarjeta de crédito en el mundo, el ciudadano requiere autorización del gobierno. Mucho menos se puede comprender que el gobierno pague 10 bolívares por dólar y los venezolanos deban pagar 30.000 mil bolívares. Una diferencia más que apreciable. Igualmente, pocos pueden entender cómo el régimen se niega a aceptar la ayuda humanitaria que permitiría salvar la vida de los ciudadanos. Tampoco se entiende que el régimen no acepté su derrota en las elecciones del 6 de diciembre de 2015 y que haya dado un golpe de Estado convocando una constituyente que todo el mundo rechaza.

Los amigos de la diáspora han sido testigos del contenido de las maletas con las que viajan los venezolanos. Van llenas de medicinas, desodorantes y papel higiénico. Lo saben los farmacéuticos que responden con generosidad. De la situación hablan los diputados de los partidos demócratas que han viajado a Venezuela, las autoridades de universidades que han visto a los alumnos venezolanos convertidos en indocumentados o los gobiernos locales y Cáritas que han debido atender a los pensionados y jubilados a quienes se les niegan sus derechos.

El modelo ha hecho trizas el valor del bolívar y el “modelo bolivariano”. Este se ha convertido en una plaga, es una peste de la que todos huyen para evitar el contagio. Se ha convertido en símbolo de fracaso, de totalitarismo, de barbarie y del más rancio de los populismos. La prensa, antes generosa, se le ha hecho esquiva. Son pocos los que quieren una foto con el régimen. Hasta los otrora voceros y defensores del modelo guardan silencio o se abstienen en cualquier decisión que involucra a la dictadura venezolana.

Se trata de un régimen cuyos voceros aparecen en listas asociadas a narcotráfico, la corrupción y el integrismo islámico. Una dictadura carente de apoyo social, aislada nacional e internacionalmente, y con una constituyente que solo reconocen sus voceros y parte de la cúpula militar, que cuenta con el rechazo y el desconocimiento global: los países latinoamericanos que integran la declaración de Lima, la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos. Todos reconocen y legitiman a la Asamblea Nacional que puso en evidencia la precariedad del régimen y el Tribunal Supremo de Justicia que esta designó recientemente.

La grave situación que atraviesa el país, el absoluto aislamiento nacional e internacional del régimen y los resultados de la consulta popular en la que participaron cerca de 8 millones de venezolanos, en la que la diáspora representa cerca de 15% de los “votos emitidos”, obliga a encontrar una salida democrática, pacífica y electoral a la grave situación en la que se encuentra Venezuela. Los venezolanos todos nos merecemos un mejor país.


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