El septiembre depara un mes de seres mutilados y escindidos en la cartelera. Citemos a las damas de Violette y El castillo de cristal. Las dos consiguen la anhelada emancipación femenina, a costa de permanecer cautivas de sus fantasmas y demonios. Conquistan una felicidad trágica, a través de sendos esquemas de superación de la adversidad. De igual modo, reparemos en el ejemplo mainstream de la semana. 

Después de sobrevivir a un accidente y perder a su madre, el protagonista de Baby Driver sufre la deficiencia auditiva, llamada acúfeno, un padecimiento irreversible producido por fuertes impactos sonoros. Por lo general, el tinnitus afecta a soldados y veteranos de guerra, lo que les causa depresión y estrés.  

La película explora la subjetividad del personaje, utilizando su postrauma como un detonante dramático y creativo.

En lo referente al argumento, la debilidad del héroe estimula su entropía. La soledad define al arquetipo del nuevo rebelde sin causa, permitiendo la conexión con el público del milenio, acostumbrado a sumergirse en pequeñas burbujas de hedonismo cultural.

El chico dispone de un playlist para atenuar el zumbido de sus oídos. Establece el contacto necesario y se comunica con su representante sordo mediante lenguaje de señas.

Así el director de la cinta expresa afecto por el cine silente y el género musical, en la idea de mezclarlo con el formato de la acción de persecuciones automovilísticas, desde el punto de vista caricaturesco y sarcástico del autor, no exento de la marca romántica adorada por los fanáticos del Hollywood clásico. 

El as del volante circula por la vía de Contacto en FranciaBullit y la carrera existencial de Nicholas Ray. Las citas engranan y aceitan una máquina de mensajes intertextuales.

El guion complace a la burocracia del gusto instrumental, volviendo a recapitular los arquetipos secundarios y los giros sentimentales de la independencia artie. Hay una banda de malhechores tarantinescos, un montaje rítmico afín a la obra de Guy Ritchie, un aura de ejercicio de estilo en la línea de Nicolas Winding Refn y un conjunto de señas personales.

El realizador declara un lugar enunciativo fácil de distinguir por los fanáticos de Shaun of the DeadScott PilgrimThe World’s End y la lograda Hot Fuzz.

Parte de su material previo se antojaba como un proyecto atado, por defecto, a la escritura de Simon Pegg y Nick Frost, dos comediantes británicos capaces de eclipsar a cualquiera. Aquellas piezas servían de vehículo de promoción de ambos humoristas, demostrando la progresiva depuración narrativa de Edgar Wright, quien ahora goza de mayor autonomía en la construcción de gags y situaciones. No en balde, redujo al mínimo la intromisión de diálogos, para darle énfasis a los demás elementos de la ficha técnica.

El montaje, la cámara y el soundtrack encarnan la subjetividad del narciso paradójico del largometraje. Él comparte la visión del espectador ante el dilema de la sociedad del espectáculo versus la oscuridad de la realidad. En una es la coreografía de colores chillones y pop, cuyas emociones líquidas evocan a La, La Land. En la otra resalta el compromiso de crecer y romper con las ataduras de un círculo vicioso de corrupción. 

En último caso, el libreto muestra al “aprendiz” aferrado al síndrome de Peter Pan, en un guiño de complicidad con la audiencia juvenil.

Las actuaciones de Kevin Spacey, Jon Hamm y Jamie Foxx otorgan credibilidad a los villanos tradicionales de la trama. En el reparto sobresale el inválido silencioso, suerte de mentor del piloto de la pandilla criminal. Las mujeres son cortadas por la tijera masculina del plot. El decorado enmarca las interpretaciones correctas de las actrices del elenco.

La participación de la “princesa” rubia de Cenicienta, Lily James, refrendará el tono de cuento de hadas paródico del relato ambientado en la ciudad de Atlanta. 

“Baby” tendrá su posibilidad de escape, en un desenlace ambivalente y propio de los conflictos de la generación de relevo. Las canciones ilustrarán un falso happy ending. Los temas seleccionados prolongarán las tesis de James Gunn en la serie Guardianes de la Galaxia. El arrollamiento del accidentado tercer acto vislumbrará las contradicciones del viaje emprendido en cuestión de dos horas. 

El blockbuster de hoy potencia su demolición, pero sin dejar de abrigar su inevitable restauración seductora. Quiere despertarnos y a la vez mantenernos en estado de ensoñación. Ahí estriba la esencia de su bipolaridad.   


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