El grado de civilización de una

sociedad se mide por

el trato a sus presos

F. M. Dostoievski

En diversas oportunidades he escrito sobre Fiódor Mijáilovich Dostoievski, (Moscú, 11 de noviembre de 1821 – San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) y hoy, de nuevo, dedico este artículo a recordar su aporte a la cultura universal. Hace pocos días se cumplió un aniversario más de su nacimiento y nunca es suficiente lo que se pueda decir de este inigualable literato, quien ha sido considerado como uno de los más grandes escritores universales. La lectura de cualquiera de sus obras es apasionante.

Ha sido uno de mis autores preferidos y ente sus numerosas producciones podría recordar con deleite Crimen y castigoLos hermanos KaramazovEl idiotaHumillados y ofendidosNieztcochaNiezvanovaEl dobleEl jugadorPobres gentesMemorias del subsuelo… No se puede obviar a Dostoievski, si se quiere poseer un mínimo de cultura literaria, es indispensable. 

Dostoievski tuvo una vida marcada por el dolor, la muerte, la prisión. Hijo de un médico, hombre déspota, vivió una infancia muy dura; su madre murió prematuramente y el padre lo envió a estudiar en la Escuela de Ingenieros de San Petersburgo. Esta circunstancia no fue óbice para que el joven Fiódor se apasionara por la literatura y así comenzó a desplegar su talento como escritor.

Logra una cierta fama con Pobres gentes,  pero sus subsiguientes escritos no consiguieron la resonancia que él buscaba. Pasó a ser un escritor desconocido y en el año 1849 fue condenado a muerte por pertenecer a un grupo de intelectuales de izquierda de San Petersburgo y cuyas acciones eran consideradas revolucionarias. Fue conducido con otras personas del Círculo Petrashevski a la plaza Semyonovsky y puesto frente al pelotón de fusilamiento. Pocos minutos antes de la ejecución, el zar dio la orden de detener el fusilamiento y se le conmutó la pena por el presidio en Siberia, condenado a trabajos forzados. Durante sus años de encierro ahondó en la comprensión de todo lo complejo que puede resultar el espíritu humano. Contrastó la ferocidad e irracionalidad que advertía entre los más brutales malhechores, pero que por momentos se bañaban de generosidad y de emociones sinceras. Dostoievski plasmará esta vivencia carcelaria en Recuerdos de la casa de los muertos.

Esa terrible experiencia carcelaria lo marca profundamente; se dedica  a leer la Biblia y con esa lectura se impregna de espiritualidad; de esa manera adquiere el conocimiento que puede enseñar el dolor, el sufrimiento y, al igual que muchos autores que sufrieron prisión, aprende que la libertad se encuentra dentro de sí mismo. Una vez que la condena llega a su final, debió trasladarse a Mongolia, pero en el año 1857 el nuevo zar, Alejandro II,  mediante una Ley de amnistía le devolvió a Dostoievski su alcurnia y la libertad.

Años después, en un viaje que realiza a Europa con su amante, y tras su desengaño con ella, sigue en su periplo y conoce la ciudad balneario de Wiesbaden.  Allí se envició con el juego y, como era de esperarse, se convirtió en un ludópata. Así se fraguó El jugador, obra maestra en la que Dostoievski describió con maestría la locura del juego. «Recordar solo lo que me ocurrió hace siete meses en Roulettenburg, antes de mis pérdidas definitivas en el juego. ¡Ah!, ese fue un ejemplo notable de firmeza: lo perdí todo entonces, todo… Salí del casino, me registré los bolsillos, y en el del chaleco me quedaba todavía un gulden: «¡Ah, al menos me queda con qué comer!», pensé, pero cien pasos más adelante cambié de parecer y volví al casino».

La experiencia carcelaria de Dostoievski dio paso a una conciencia de lo irracional y de un sentido de sufrimiento colectivo. Sus mejores novelas, como Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov, son joyas de la perspicacia psicológica.

Habría que dedicarle muchas líneas a ambas novelas. Son las “joyas de la corona”.  El protagonista de Crimen y castigo, Raskólnikov ejecuta un brutal crimen, al asesinar y robar a una anciana usurera. Su motivo: conseguir el dinero para costearse sus estudios; es un crimen fraguado conscientemente, pero lo lleva a cabo de forma totalmente precipitada y distinta a la pensada.

Dostoievski define de manera magistral a Raskólnikov desde el mismo comienzo de la obra. Es un joven que decide tomar la justicia en su mano y resuelve matar a una persona porque considera que es un mal para la sociedad; pero después de cometer el crimen es atormentado por un profundo peso de conciencia.

De Crimen y castigo llegó a decir el otro gran escritor Oscar Wilde que “es una obra de arte porque tiene una música tan dulce como la del violín, un color tan vivo como el de las telas venecianas y la forma plástica no menos segura y cierta como la que se revela en el mármol”.

Pero, no he hablado de Los hermanos Karamazov. Imposible dejar de lado este monumento de la literatura universal. Puede leerse como una novela que versa sobre el parricidio, pero hay otra lectura que ahonda en el conflicto moral del ser humano cuando se enfrentan la fe, el racionalismo y el libre albedrío.

Dostoievski nos coloca ante una sociedad llena de hipocresía y maltrato a la disidencia; nos muestra la crueldad, pero también la bondad y la inocencia. Pensador agudo que entre sus famosas frases, hoy, una de ellas adquiere un sentido especialmente trágico en esta Tierra de Gracia: “El grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos”.


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