La gran mayoría de quienes integramos el amplio campo de la oposición somos independientes. No militamos en ninguno de los partidos políticos que forman la MUD. Ello no significa, de manera alguna, que estemos contra esos partidos o que no reconozcamos la necesidad de su existencia pero, no obstante, son minoría en ese gran frente de lucha por la democracia. Si sumamos sus militancias y cotejamos la cifra resultante con la totalidad de los opositores, comprobamos que esta última es mucho mayor que la primera. Por lo tanto, la dirigencia de la MUD, compuesta fundamentalmente por líderes políticos, debería conceder mayor atención, de la que habitualmente otorga, al sentir de esa mayoría silenciosa que en definitiva decide la suerte de las acciones.

La tarjeta única de la MUD era su emblema, su divisa, su más eficiente arma contra la dictadura castro-chavista. Con ella logró, hace apenas 2 años, el gran triunfo en las elecciones parlamentarias de 2015. En esa ocasión la MUD, votando con la tarjeta única, incrementó en 2,6 millones de votos su caudal electoral en relación con las elecciones presidenciales de 2012, restándole una buena parte de esos votos al chavismo.

Pero el régimen artero de Nicolás Maduro, que para eso solo sirve, logró menguar esa formidable fuerza opositora obligando a los partidos de la MUD a reinscribirse en el CNE para ser reconocidos por este organismo tramposo, para que luego acudieran a las elecciones regionales en forma individual, con candidatos propios en muchos casos, que luego no pudieron consolidar en uno solo por un nuevo ardid del CNE. Los partidos políticos, ansiosos por “contarse”, cayeron en la trampa, y por esa vía, con la abstención inducida por el oficialismo y por la propia oposición, perder 2,7 millones de votos en las elecciones del 15 de octubre. Se perdieron todos los votos ganados en 2015.

Los dirigentes de la oposición no debieron caer en esa trampa chavista. Era preciso mantener a toda costa la tarjeta única de la MUD. Si el gobierno la desconocía posteriormente impidiendo la participación de la oposición en los comicios regionales y locales, como sostenían quienes estaban ansiosos de contarse, el régimen se quedaría solo en la escena política nacional con la inmensa mayoría de los venezolanos en contra y con una coalición internacional de países dispuestos a aplicarle fuertes sanciones.

No es el momento para el protagonismo de los partidos políticos ni de sus líderes. Es el momento de la unidad nacional por encima de todas las cosas. Los partidos políticos tendrán sus espacios y sus oportunidades de actuar más adelante, después de que salgamos de este régimen opresor que ha arruinado al país y que ha erigido, sobre las ruinas de la democracia, un sistema populista, personalista, militarista y brutal, como los de Hitler, Stalin, Mao, Mussolini y Fidel.

El proceso de descalabro de la MUD debe ser superado de inmediato para hacer frente con éxito a los graves acontecimientos políticos que ocurrirán en los catorce meses escasos que nos separan de la elección presidencial, cuando el régimen madurista intente realizar nuevos y más descarados abusos para quedarse en el poder por unos años más. Un nuevo error estratégico de los dirigentes políticos de la oposición sería fatal e impediría que el dilema planteado entre la oposición y el gobierno, entre la libertad y la opresión se resuelva pacíficamente.


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