I

En la universidad le enseñan a uno el deber ser, sobre todo en la escuela de Comunicación Social. Pero es la calle la que le enseña al periodista la real importancia de su profesión o, más bien, de su vocación. Porque no todo el mundo entra en esta carrera para contar historias, algunos buscan fama, con la que con el tiempo llega el dinero. Lo que sí tenemos claro desde el principio es que por el solo ejercicio no nos haremos ricos.

Mucho se debate en los salones de clase y en las redacciones sobre la tan mentada “objetividad”. Tuve bastante tiempo como reportera para darme cuenta de que la única manera de acercarse a ella es contar el cuento desde todos los puntos de vista posibles. Pero el diarismo, la noticia caliente, no da mucho para eso. A veces solo alcanzamos a contar la historia del testigo. Y a veces el mejor testigo es uno mismo.

En estos 18 años he presenciado cómo una terrible enfermedad afecta la profesión que ejerzo desde hace casi 30 (me gradué muy jovencita). Esa máxima que también nos enseñan de que los periodistas no somos los protagonistas la vinimos perdiendo de vista paulatinamente hasta que sencillamente desapareció. Y no por lo que muchos piensan, que los periodistas tenemos un ego infinito y queremos ser el centro de los acontecimientos (también pasa); no, la verdad es que el régimen nos ha puesto en esa posición, porque hemos sido uno de sus primeros blancos, nos persiguen, nos silencian, nos quitan el trabajo, nos compran (o tratan y en algunos casos lo consiguen).

El periodismo en esta etapa de maduchavismo está en terapia intensiva. Necesita con urgencia libertad. Es vital para este paciente que lucha con la muerte cada día, lucha contra una enfermedad que quiere doblegarlo y aniquilarlo. Un periodista libre de ejercer su profesión resulta en una sociedad libre y preparada para tomar mejores decisiones. Alguno dirá que exagero, pero este paciente se muere, está a punto, y al final, será un golpe mortal para todos.

II

Comencé a estudiar el doctorado en Ciencias Políticas de la UCV en 1994. Como periodista ya sabía que un sistema político requiere de cierta dinámica para estar sano, para mantener el buen funcionamiento de una sociedad y de una nación.

Uno de los principales factores que hacen de un sistema político sano es la existencia de partidos políticos, cuyo papel principal es alimentar el debate, el intercambio de ideas, el control de las instituciones y la conducción del país.

Pero desde hace 18 años este sistema está siendo carcomido por un tumor maligno que no lo deja ni respirar. Y es curioso porque la implantación del régimen fue posible a partir del rechazo de este aspecto del sistema político, la dinámica de partidos. Como un cuerpo que se resiste a morir, las organizaciones políticas grandes y pequeñas han tenido que dar la batalla contra este mal. No han salido bien de la pelea, y lo que es peor aún, son como un cuerpo mutilado que se resiste a dejarse vencer por la gran masa putrefacta que es el chavismo.

Se necesita con urgencia ética, desinterés. A los partidos políticos les hace falta una transfusión de bien común, para que dejen de hacer las mezquinas cuentas de las cuotas de poder y se pongan todos a empujar para extirpar de una vez por todas el tumor que nos carcome desde hace 18 años.

III

Ya no se cuentan los muertos sino los huérfanos. Muchos niños que no tendrán otro remedio que ir a las calles, escarbar en los basureros por un pedazo de comida podrida. Ya no se cuentan los muertos sino los ancianos desnutridos, que con el dolor en los huesos hacen colas para comprar la caja del CLAP. Ya no se cuentan los muertos sino las lágrimas que no salen de los ojos de las madres que no tienen ni fuerza para llorar ni leche que dar a sus hijos.

Este país ya es un zombie de esos que deambulan en las películas de terror. Un cadáver insepulto que no encuentra la paz necesaria para descansar. Yo sigo padeciendo porque en la mente de la gente, en la boca de los políticos, en los titulares de la prensa de lo que se habla es de cualquier otra cosa. Yo quisiera que se hablara de cómo salvar a ese muchacho que nunca ha ido a la escuela y que tiene 16 años viviendo debajo de un puente; o del niño que se murió de difteria porque su pequeño cuerpo no tuvo defensas para protegerlo de la muerte; o de la anciana que sufrió un accidente cerebrovascular porque tenía mucho tiempo sin tomarse los medicamentos.

¿Cómo hacer para que se den cuenta de la urgencia? ¿Cómo hacer para que se den cuenta de que este cuerpo casi inerme que es Venezuela no tiene tiempo para mezquindades?

Este país requiere con urgencia una transfusión de tantas cosas, pero para hacerle volver de la cuasi muerte necesita libertad, decencia, honestidad, caridad, lealtad. Ya basta, dejen de prometer. Actúen por el bien común, que cuando seamos libres de esta pesadilla habrá mucho tiempo para fiestas políticas, repartición de cargos y cuotas de poder. Eso sí, bien administrado, porque los periodistas estaremos prestos a denunciar, a señalar al que lo haga mal, sea del color que sea.


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