Llegó a tierras portugueseñas proveniente del piedemonte andino a mediados del siglo pasado, con un estandarte: la educación y la fe católica, que lo acompañó toda su vida y lo motivó a fundar el Colegio Boconó en el estado Trujillo en 1948;, en la Guanare de 1950, el Colegio Coromoto, y posteriormente, en Turén, en 1957, su tesoro más preciado, el Colegio José Antonio Páez, institución que permanece en la actualidad, luego de 70 años de actividad docente en el añorado granero de Venezuela.

Hombre pequeño de estatura pero de genio explosivo, llevaba la irreverencia y la crítica en su ser, actitud que tempranamente lo llevó al internado judicial de Guanare en 1953, al cuestionar duramente las ejecutorias y desmanes de la dictadura perezjimenista, y a ser visto con ojeriza por los esbirros de la Seguridad Nacional, al apoyar públicamente en mayo de 1957 la pastoral del obispo de la democracia, monseñor Rafael Arias Blanco, contra la tiranía, la opresión y el autoritarismo, leída para aquel entonces en todos los templos de Venezuela.

De su vocación por la enseñanza y de su disciplina en el aula fueron testigos miles de estudiantes, al ser forjador de numerosas generaciones no solo de Portuguesa, también de otros estados contiguos, cuyos padres atraídos por aquel maestro capaz de enderezar por el camino del estudio a los chavales más ariscos y rebeldes, le entregaban en sus manos la responsabilidad de educarlos, en aquellos tiempos cuando todavía la palmeta y la mirada penetrante formaban parte del arsenal del talante docente, cuando el maestro junto al cura eran respetados y reconocidos bastiones de la comunidad.

Detrás de ese carácter firme y decidido, se escondía un ser noble, humilde, sensible, de protección al desvalido, su fe cristiana le motivaba diariamente a visitar al enfermo y socorrerlo, a becar en la institución al niño sin recursos, en fin, a preocuparse más porque el alumno aprendiese que por la cuota mensual del inscrito.

Hombre de fuste y dedicación, con una filosofía del trabajo y la honestidad que lo llevaba a laborar hasta 15 horas diarias, en cuyo lapso era chofer, maestro, profesor de contabilidad, padre y esposo, siendo progenitor de una numerosa familia, al lado de la mujer que lo amó toda su vida, a quien imaginaba como una mariposita compañera, cuando ella dejó de existir.

Su obra educativa, resumida en las instituciones mencionadas y la actual Unidad Educativa José Antonio Páez, es una de las instituciones docentes de mayor antigüedad en el estado Portuguesa, recordada por sus actos culturales, las marchas con bandas marciales conmemorativas de las fechas patrias, siendo testigo de excepción la muchedumbre que asistía a las recoletas avenidas de Guanare y a las calles de la otrora próspera Turén con su Unidad Agrícola.

Su pluma irónica y su oratoria pugnaz dieron en el blanco tantas veces a todo género de gobernantes, en el semanario Horizonte, como en la prensa portugueseña, que al final de los tiempos le determinaron su reconocimiento por adversarios y simpatizantes. Estos seres a quienes me refiero fueron mis padres, mi madre Nelly también docente y mi padre el profesor Francisco Barrios, como sentido reconocimiento en el centenario de su nacimiento, el 3 de diciembre de 1917.


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