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A Miguel Rodríguez

          

Le agradezco a la red haberme dado de frente con un documento histórico de inmensa trascendencia, que viene a demostrar la brutal regresión sufrida por la sociedad venezolana transcurridos los últimos cuarenta años: una entrevista de Sofía Ímber y Carlos Rangel en su programa Buenos días con quien puede ser considerado sin duda ni error alguno como el más grande político y estadista venezolano de todos los tiempos: Rómulo Betancourt.

Mi asombro, en primer lugar, por la absoluta actualidad de la entrevista. Pudo haber sido hecha ayer. Lo que viene a ratificar que la lucidez y la inteligencia resisten el paso del tiempo. Mientras por la red siguen expresando sus añejas ideologías y sus traspapeladas aspiraciones algunos políticos indignos de tal nombre, candidatos sempiternos amparados en el poder del dinero y la estupidez inconmensurable de seguidores incapaces de distinguir lo negro del blanco. ¿Quién resiste hoy por hoy verse comparado con el gran Rómulo?

En palabras sencillas y directas va Rómulo al grano y describe la tragedia de una región todavía hoy encandilada con un tirano, huérfana de grandeza política, incapaz de comprender, todavía hoy, que sin democracia no hay progreso ni desarrollo posible. Y que cerrarles el paso a los dictadores –de cualquier signo y condición– es la condición sine qua non para salir del subdesarrollo y la pobreza.

Cuenta en detalles el largo y accidentado proceso que le llevó a escribir y reescribir su obra magna –la mejor historia de Venezuela, según sus entrevistadores – Venezuela, política y petróleo. Y da cuenta de sus vicisitudes, sus exilios, sus afanes.

Me pregunto: ¿qué hubiera sucedido si su doctrina, que él prefiere llamar posición, de romper relaciones con todos los gobiernos dictatoriales de América Latina hubiera continuado y se hubiera impuesto en nuestra región? ¿Qué hubiera sucedido si la primera medida tomada por su sucesor inmediato, Rafael Caldera, no hubiera prescindido de ella de un manotazo, considerándola un error político que entorpecía las relaciones internacionales, para complementarla además con la tolerancia, la alcahuetería y el apoyo a quienes, desde las guerrillas, insistían en quebrantar nuestro Estado de Derecho y traernos a este abismo, implementando la llamada “pacificación”? ¿Qué hubiera sucedido si su grandeza política hubiera encontrado sucesión en su partido y su firmeza democrática, ecos de la cual hoy solo se encuentran en nuestro continente en figuras como Álvaro Uribe Vélez, hubiera conquistado los espíritus y se hubiera convertido en hegemonía política de nuestra región? ¿Qué hubiera ocurrido si el anhelo betancourtiano de imponer la democracia en Cuba y desterrar las dictaduras de nuestro continente hubieran tenido éxito? 

No puedo menos que recordar a esas grandes figuras que salvaron a Europa y al mundo del hundimiento en las dos totalitarias formas de control social, el nazismo y el comunismo: Winston Churchill durante la Segunda Guerra Mundial y Konrad Adenauer, durante la reconstrucción de la devastada Alemania pos hitleriana. De la madera de esos líderes era el liderazgo de Rómulo Betancourt.

Rómulo fue, para nuestro inmenso orgullo y nuestro inmenso pesar –vista la debacle y la decadencia de su proyecto histórico– solo comparable con estadistas de esa talla. Supo manejar con hierro y terciopelo la transición de una sociedad descalabrada y violenta, militarista y corrompida, banal y frívola, al sitial en que la pusiera. Y ello, un ejemplo inolvidable que hoy escuece recordar vistos los hechos posteriores, “sin haberse robado un solo centavo”, como lo proclamara con orgullo en su discurso de entrega de la presidencia de la república.

Vuelvo a ver la entrevista y me conmueve, en primer lugar, la seriedad, la riqueza informativa y la cultura de sus entrevistadores, nuestros inolvidables amigos Sofía y Carlos Rangel, testimonios de una Venezuela extinta, pero sobre todo la naturalidad, la hondura, la sencillez y la inconmensurable sabiduría, repito, del más grande de nuestros políticos. Resalta el hecho ante tanto tartufismo, tanta pobreza intelectual, tanta inescrupulosidad y tanta miseria moral que se han apoderado de los espíritus.  

Me reafirmo en la sospecha de que su muerte precipitó la reaparición y dominio de algunas de las peores taras que nos han caracterizado. Así como en la certeza de que solo su ejemplo y la confianza en poder recrear plenamente sus enseñanzas, recuperar su firmeza de estadista y poner en práctica sus enseñanzas nos sacarán del abismo. Sería la mejor, si no la única forma de honrar su memoria.


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