Soy uno de los miles de egresados de la Universidad de los Andes, universidad pública y autónoma que, por siempre, llevaré en mi corazón. Ese logro se lo debo a la democracia y al esfuerzo de mis padres, quienes lograron, en su momento, una inclusión social que les dio la oportunidad de profesionalizarse y darnos como herencia la posibilidad también de hacerlo.

La ULA sintetiza no solo una etapa feliz en la vida, propia de una edad en la que descubríamos plenamente el mundo, llenos de esperanzas y entusiasmos, sino lo que ha sido la universidad venezolana: empinada por encima de las dificultades, por graves y duras que fuesen.  Ojalá las nuevas generaciones pudiesen cultivar un poco este sentimiento universitario, que anidamos las más remotas, en el aprendizaje del mundo de las ideas, la amistad, el conocimiento, la solidaridad, la perseverancia. 

La universidad siempre ha sido una referencia plural, múltiple y compleja. Políticamente, fue el escenario de pugnas entre corrientes que disputaban los organismos gremiales (estudiantiles y profesorales), pero cuando el gobierno o cualquier tercero tocaban la fibra más íntima de la universidad, pretendiendo desconocerla, todos los que hacíamos vida en ella la defendíamos como casa u hogar propio. A pesar de los problemas, en esos tiempos, hubo arraigo en, por y hacia la universidad.

Paradójicamente, los sectores que ayer tanto se beneficiaron de la universidad y la utilizaron como refugio posterior a las guerrilas, los de la (ultra)izquierda con la que entablamos no pocas luchas, ahora que son gobierno o, mejor, del régimen, pretenden eliminarla. Le niegan el presupuesto necesario para, así, vulnerar su autonomía. Desean reducirla, como esos institutos de educación superior que confiscó o creó el chavismo, a mostrar un pensamiento único; desean eliminar de su naturaleza el derecho a la pluralidad sin reconocimiento a la propia existencia de gremios estudiantiles y profesorales, silentes y resignados. Ninguno de estos «institutos» aparece en ranking alguno (nacional o internacional) de excelencia, porque científica y tecnológicamente no aportan nada, se han convertido en sucursales del partido de gobierno (PSUV).

En un mundo que se mueve por la información y el conocimiento estratégico, el actual régimen pretende acabar con la idea o noción universal de las universidades. Nos vamos quedando atrás y eso de convertirnos en «país potencia» para 2050, como dijo Nicolás Maduro, es una sandez. Hizo el contramilagro de quebrar la potencia petrolera que fuimos. Intenta vendernos esa idea trillada de que todo cambiará una vez sea derrotada la lucha imaginaria con un supuesto imperio o con ese modelo capitalista que tiene a muchos países en el primer mundo o en vía de ello.

Volver a la universidad, la que tuvimos, abierta, plural y libre, es volver a la democracia. Volver para mejorarla y perfeccionarla. Una vez superado este régimen, será necesario retomar la idea de una Venezuela generosa en promesas de futuro, dispuesta a ponernos al día con el siglo XXI; una Venezuela llena de progresos científicos y tecnológicos que la dictadura nos ha negado tan deliberadamente. Debemos restituir a las universidades públicas venezolanas la excelencia que les caracterizaba para poder decir que iremos en vía de desarrollo y de convertirnos en una potencia. Solo gracias a la educación podremos lograr ese nuevo desarrollo. Como señaló Nelson Mandela, uno de los liderazgos del siglo pasado que dejó huella para la humanidad: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.

@freddyamarcano


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