La nueva etapa revolucionaria, a raíz del fallecimiento de Hugo Chávez, reitera que la verdad bolivariana se impone solo por la fuerza de la misma mentira. En este sentido, la ideología del socialismo del siglo XXI, proclive a hacer proselitismo, sin importar el peculado de uso de los bienes del Estado, grita a diestra y siniestra, bueno, más a siniestra, para referirse al celo apostólico por su comandante eterno, que sumió al país en la impunidad, en una economía inflacionaria, con altas tasas de escasez y un enorme índice de corrupción. El presidente, Nicolás Maduro, no cambiará de rumbo, para no admitir el desastre de su mentor.

Sin embargo, en los últimos 18 años, el país se ha abastecido de violencia, coerción, discriminación e inseguridad. A pesar de que la población está sumida en una situación precaria, nunca los apóstoles de Chávez, han cesado en forzar la conciencia o manipular la libertad de los venezolanos. Ese modo de actuar, como es obvio, resulta ajeno por completo al espíritu democrático que debe prevalecer en un país, donde lo que importaría sería fijar las bases de la tolerancia, la reconciliación y el progreso.

Pero el deseo de propagar esa ideología trasnochada, tutelada por unos dinosaurios caribeños, tiene el fin de negar a las personas su libertad de pensar, para poder encaminarse hacia la verdad, pero han hecho de la polarización de la sociedad el sostenimiento de una farsa que no tolera una verdad expresada en dos líneas.

Es justo y necesario formar ciudadanos que sepan respetar, dentro de sus propios límites de tolerancia, la libertad de expresar sus ideas, sin miedo y, a la vez, la libertad de desear convencer con ellas a otras personas, sin ser acusados de golpistas, traidores o imperialistas.

La libertad política pertenece a la esencia de la sociedad democrática y es uno de los puntos fundamentales para el progreso del hombre en todo régimen, sociedad o sistema. Cualquier atentado del poder contra la libertad de pensamiento es síntoma de un totalitarismo, más o menos velado, en la vida democrática de un país.

Criminalizar el derecho de expresar o propagar las propias ideas, sería entrar en un peligroso sistema represivo, propio de regímenes autoritarios, en los que se restringe la libertad política, como si fuera algo subversivo, traidor o gusano del imperio.

Es una intromisión de los que detentan el poder, en un ámbito donde el respeto y la comprensión a otros pensamientos son necesarios, para la construcción de un mejor país, donde prevalezca la libre discusión, un libre debate y una libre aceptación, a cualquier tendencia.

La tolerancia política constituye un avance social en casi todos los países, donde en los últimos años la democracia ha sabido respetar, salvo algunas excepciones, a quienes profesaban otras ideas, creencias o preferencias. Por eso es extremadamente peligroso convertir la política en una especie de tierra arrasada, apta solo para ideologizar por el poder de turno, criminalizando las otras ideas.

 


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