Cercano a la pasada celebración de la Firma de la Independencia vimos cómo la oposición terminó de firmar el  acta de defunción de la llamada Mesa de la Unidad Democrática. La salida de AD de la MUD es casi un acto notarial, como fue la de otros partidos que poco a poco fueron deslastrándose, completando lo que diríamos, la partida de defunción que faltaba ante los incrédulos. Ya el mecanismo no daba para más y era –apenas– una ficción.

Nadie, en su sano juicio, puede negar los inmensos méritos de la MUD. Constituyó una formidable fórmula electoral, con todas las deficiencias y yerros que la caracterizaban. Pero no podía ir más allá, realizados los comicios parlamentarios, por mucho empeño que tuvieran sus actores, que finalmente, por sus contradictorias e interesadas líneas partidistas, no entendieron que el esfuerzo debía comprometer al resto de la sociedad o, más exactamente, a la sociedad civil organizada.

El problema nunca fue de siglas, sino de la estructuración del mecanismo unitario. No podía restringirse a los partidos, a las direcciones de los partidos o a sus jefaturas, como ocurrió, abusando de los espacios que toda Venezuela conquistó y les confió. No eran los únicos actores y tampoco podía ampliarse a los niveles que conoció la otra Coordinadora Democrática, en la que cupieron –es necesario decirlo– individualidades y organizaciones de escasa o nula representación, liquidando la experiencia que tuvo momentos de esplendor durante el lejano revocatorio. Un hecho tan objetivo, como incontrovertible, a pesar de gozar de mayoría opositora en el Parlamento y de la exitosa consulta popular del 16 de julio de 2017, naufraga la MUD, sencillamente, porque quiso hacer del solo frente electoral una proyección y experiencia política, y no a la inversa, con todo lo que reclama de claridad de metas y un real compromiso.

Se dirá que vienen tiempos de reacomodo de las diferentes fuerzas partidistas opositoras, sobre todo cuando están pendientes las elecciones municipales y el probable revocatorio de los diputados que más le conviene a la dictadura, bajo el arbitrio del ilegítimo CNE que nunca fue removido, como debió acontecer oportunamente. Sin embargo, no interpretamos la salida de AD como una travesura, siendo una de las piezas estelares de la MUD ya imposible de resucitar, según el  esquema ya agotado, sino como una oportunidad para replantear la unidad verdadera y eficaz por la que clama el país. Por lo menos, es un acto de sinceridad, un poco tardío, que se agradece.

La unidad nunca puede ser artificial y ha de depender de partidos y de expresiones de la sociedad civil organizada que sean tales, como de liderazgos convincentes. Y no solo que comiencen y se agoten en el medio estrictamente político, sino que sea sentida y respetada en el ámbito social. Inexcusable que no se haga causa común con el reclamo tan vehemente de las enfermeras, por citar un solo ejemplo, o que elecciones gremiales (profesorado, estudiantado y egresados), no sepan de una plataforma genuina e, insistimos,  de un liderazgo que no  se quede atascado en el Twitter.

La fórmula es sencilla, aunque difícil de lograr: los líderes políticos y  sociales, acordados en una misma y leal dirección estratégica que, a su vez, expresen, la ya irreprimible pluralidad interior de las entidades que representen. Comprobada como una estúpida meta, deben postergar la obcecada aspiración presidencial. Es más, ser y comportarse como líderes políticos, con todo lo que implica, en lugar de complacerse por un vedettismo absurdo que, por cierto, ha tenido sus aprendices, por estos años, retrotrayéndonos a etapas históricas en la que no había una clase política real y consistente (ese vacío que un buen día llenó Cipriano Castro, en 1899).

Cada quien debe responder por lo que representa, a cabalidad. Por ejemplo, nunca he entendido que haya «negociadores» en la oposición que nunca hicieron el oficio (como el de acordar una plancha en un liceo o en una universidad), al lado de otros que tienen una trayectoria y una experiencia comprobada en las lides políticas. Como tampoco que se habla de «unidad» solo para acceder a un puesto de pública elección e, inmediatamente, librar una lucha, como víctima o victimario, de la unidad de fuerzas que lo condujo al triunfo electoral.

Partiendo de allí es que lograremos un triunfo real y podremos crear una visión conjunta de país, no en retazos como se ha evidenciado estos ultimos años, cada quien con sus proyectos y visiones distintas. Se necesita cohesión y coherencia para poder lograr el objetivo que es común, salir de este régimen que ha destruido al país. Venezuela no se rinde y seguirá luchando.

@freddyamarcano


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