La ilegitimidad de origen de la asamblea nacional constituyente no puede ser convalidada por nada ni por nadie. Se trata de un vicio de nulidad absoluta, pues se omitió el necesario paso previo de la consulta al pueblo. En esto hay uniformidad de criterios entre los juristas venezolanos y extranjeros. Por eso, votar en las próximas elecciones regionales no subsana ese vicio originario y eterno. Es decir, votando no se avala ni convalida la constituyente, como apuntan algunos.

El fantasma de la abstención se ha convertido en la primera amenaza a la posibilidad de recuperar la libertad. No sufragar en las elecciones regionales puede ser entendido por las democracias occidentales como una victoria del gobierno, el cual, pese a sus desmanes dictatoriales, seguiría ganando elecciones. Sería una derrota inexcusable.

La fundamentación de la abstención se apoya en emociones reñidas con los hechos objetivos de la realidad política. La verdad es que tenemos la posibilidad de expresarnos bajo la mirada escrutadora de la comunidad internacional y esta oportunidad no puede desperdiciarse. Si la oposición logra vencer la abstención, el triunfo de sus candidatos será claro y rotundo. Una mayoría de gobernaciones en manos de los demócratas significaría un golpe certero a la dictadura.

Se anuncia desde la cumbre del poder que los gobernadores electos tendrán que juramentarse ante la asamblea nacional constituyente (siempre en minúsculas) y que de lo contrario serán destituidos, lo que se hace para estimular la abstención. Esta amenaza equivale a neutralizar y contravenir la voluntad popular expresada en el voto; un obstáculo que la dictadura, sabiéndose observada internacionalmente, no podría vencer. Los opositores no pueden caer en la trampa y deben participar en el proceso electoral para evidenciar de qué lado está el pueblo.

Votar permitirá demostrar igualmente a la comunidad internacional que el gobierno del “socialismo del siglo XXI” no cree en elecciones, ni mucho menos en respetar sus resultados. Esta sería la estocada final a lo que queda de apariencia democrática. Desdoblar un resultado electoral por medio de una destitución basada en causales no previstas en ninguna ley, lejos de beneficiar al gobierno, lo debilitará aún más. Por eso, no hay otra opción que participar masivamente en el proceso electoral que se avecina.

Para derrotar a la dictadura hay que votar. La abstención puede permitir al régimen estalinista obtener unos resultados que le laven la cara. Ello podría darle un argumento -si es que lo hay-, para justificar retóricamente la asamblea constituyente. Los opositores no deben canalizar su descontento contra la MUD ni contra los candidatos a las regionales sino contra el gobierno.

Los voceros del régimen pretenden vender la idea de que el proceso electoral que se avecina se debe a la asamblea constituyente. Nada más alejado de la verdad. Ese proceso está previsto en la Constitución y tenía que haberse celebrado en el año 2016. La presión internacional ha sido determinante en la decisión del régimen de celebrar las regionales. Es una oportunidad que debe ser aprovechada. Dichas elecciones servirán para corroborar que Nicolás Maduro perdió el apoyo popular que heredó de Hugo Chávez. Votar y derrotar al socialismo castrista será otra prueba de la ilegitimidad del proceso constituyente. La respuesta a la estratagema es: ¡a votar!


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