Acusado por sus detractores con los epítetos de lento, de incapaz, de lerdo, de débil y de flojo, además de “gallego”, a manera de descolocado insulto, Mariano Rajoy se ha salido con la suya en el episodio en curso de la sublevación catalana. Más bien es con un temple fenomenal y con una destreza digna de prestidigitador que este político avieso ha manejado uno de los temas más espinosos que le haya tocado a gobierno español alguno.

Ha sido no solo interesante sino aleccionador ver a este dignatario moverse entre aguas turbulentas con una calma y prudencia sin igual mientras paría una estrategia fina que lo ha llevado a poner los desafueros de los separatistas catalanes en su lugar en términos de legalidad e institucionalidad, a desarmar a los protagonistas de los atropellos constitucionales, a conseguir la solidaridad del monarca, a ganarse la confianza del resto del país y a arrinconar y a dejar desnudas a las izquierdas oportunistas frente al mundo.

Pero es que además este líder consiguió que afloraran, para el escrutinio público, temas que de otra manera no se habrían mostrado con la crudeza que hemos podido observar en las últimas semanas. Me refiero, por ejemplo, a la puesta en evidencia ante la colectividad de la larga, intensa y bien programada estrategia desinformativa fraguada desde los colegios y liceos catalanes con respecto a la propia historia española, encaminada a influir en las mentes de jóvenes y niños en desfavor del país y en pro del secesionismo; el uso de los dineros públicos para la contratación de decenas de asesores para planificar la ilegal sublevación; el perverso despliegue propagandístico de los rebeldes hacia el exterior de España para generarle simpatías a su causa antipatriota; el manejo equivocado de la solidaridad de las fuerzas del orden público con el fin de fortalecer un proyecto falaz, totalitario y segregacionista.

Todo ello lo ha conseguido Mariano Rajoy sin dar un puño sobre la mesa ni levantar la voz y es eso, posiblemente, lo que más lo distancia de sus críticos amantes de soluciones instantáneas. La espera por una solución mágica desde La Moncloa, que a algunos pareció eterna, fue útil para evidenciar que la ansiada autodeterminación de un importante pedazo de la España progresista no es sino una quimera cuando se mira a través del prisma de lo económico. 

Aun no es posible conocer el rumbo exacto que seguirá esta contienda que se libra ante los españoles y el mundo, pero en el entretanto el presidente español está consiguiendo que las izquierdas cómplices de los desafueros ilegales se consuman en su propio caldo y se vean obligados frente al país a dar explicaciones. Con mucha mano izquierda se ha hecho de una solidaridad útil y eficiente de los líderes del PSOE y de Ciudadanos y ha conseguido contundentes y entusiastas manifestaciones de soporte de los líderes más destacados de la Unión Europea.

No obstante todo lo anterior, el éxito no está a la vuelta de la esquina. En la gesta por conseguir la normalización institucional y la vuelta al Estado de Derecho le queda por delante al presidente de los españoles la más titánica de las tareas que es desandar lo andado en materia de odios y de rechazos hacia el resto del país de parte de un muy significativo segmento de la sociedad catalana. Este ánimo es tan fuerte como la pasión separatista y es imperativo que su desmonte se inicie más temprano que tarde. Tarea, sin duda, para hombres de temple.


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