En la medida en que se acercan las elecciones de término medio en Estados Unidos en las que será renovado 100% de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, el tema de la batalla comercial con China adquiere relevancia política interna y, según algunos académicos, va a terminar cobrando más votos en contra del gobierno de Donald Trump que a favor.

Estos son los que sostienen que la guerra comercial que desató el inquilino de la Casa Blanca está generando más perjuicios a la economía americana que al contendor asiático. En la opinión de los expertos, los ingresos que Estados Unidos recibirá por la imposición de mayores aranceles no es de gran significación y apenas aportan una mínima parte de los ingresos globales de la primera potencia mundial. Así que no es por ese lado que Mr. Trump está sacando ventajas. Y lo que está ocurriendo es que China sí ha seleccionado con pinzas los sectores sensibles en los que desea afectar a Trump en el terreno electoral. Gas, aeronáutica, agricultura, químicos, son unos de ellos.

El comercio entre los dos países es posible medirlo y saber quién está vendiendo más y quién está comprando menos desde el inicio de los enfrentamientos. Pero no es allí donde reside el impacto mayor para las partes. La gran diferencia entre los dos lados de la ecuación en este enfrentamiento es la irreductibilidad de China en lo que se refiere al respeto de toda norma. El robo chino de tecnología norteamericana es inconmensurable y afecta la esencia misma de la economía del país del norte, la que se asienta sobre su capacidad de generar y de vender tecnología innovadora.

En este terreno de la protección de sus derechos Estados Unidos no ha avanzado un ápice. Washington ha reclamado al coloso chino que garantice un nicho tecnológico a las empresas de su país y que garantice la propiedad de los derechos intelectuales. Donald Trump también ha ido tan lejos como amenazar retirarse de la OMC si los demás grandes actores del organismo de comercio mundial no se pliegan a sus petitorios de aislamiento de China.  Pero meter a China en cintura es algo menos que imposible y las organizaciones internacionales poco pueden hacer para presionar al coloso de Asia, aparte de reiterar sostenidamente la necesidad de detener las transgresiones a los compromisos internacionales en materia de protección de derechos intelectuales, que China se salta con la mayor ligereza.

Lo que sí es cierto es que este pulso entre gigantes que desató el presidente norteamericano le está provocando roces por doquier dentro del medio internacional porque el tono y la forma importan tanto como el fondo, en el que, sin duda, Estados Unidos está asistido de la razón. Los decibeles de la agresión son cada vez mayores entre los dos titanes, mientras en la comunidad internacional a cada paso se afianza la tesis de que el problema solo será resuelto con el concurso de todos los grandes actores del comercio mundial.

Así pues, de todas todas, en lo interno y en lo externo, es Norteamérica quien lleva hasta ahora las de perder en esta guerra, aunque las cifras comerciales muestren que ha conseguido castigar a China.

En cuanto a las elecciones de su país, Donad Trump tendrá pocos éxitos que exhibir en lo atinente a este pulso con China, mientras que Xi Jinping no tiene a su alrededor ni dentro de su país a quién darle cuenta por sus desatinos o por sus violaciones de las normas.


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