A fines del siglo XIX Roque Barcia publicó en Madrid el Primer Diccionario General Etimológico de la Lengua Española. Fueron cinco tomos los de la pieza de este andaluz que hizo honor a su gentilicio y llevó a la exageración su obra, algunos la han tildado de mediocre, otros de genial, hay de todo un poco. En estos días que sobre Venezuela planea de manera sistemática la palabra negociación, acudí al tercer tomo del citado libro del mentado autor, y en una de las acepciones de la palabra negociar expresa: «Tratar asuntos públicos o privados procurando su mejor logro».

Se supone que desde días atrás en la cuna del merengue y la bachata andan juntos, y quién sabe si revueltos, montescos y capuletos, tirios y troyanos, chavistas y adecos, y cuanto bicho de uña pueda cualquiera imaginarse, tratando la cosa pública venezolana. No somos pocos los que hemos alertado sobre la naturaleza de unas conversaciones que si por algo han destacado –casi escribo brillado– es por su opacidad. Los consabidos celestinos de rigor han saltado rabiosos a exigirnos silencio clamando por las virginales intenciones de Ramitos, Manolito el de Mafalda (el señor de cejas y Borges), Timoteo «limonero» Zambrano, Delcy Eloína, Jorgito, Elías Jaua, Feliciano y Vicente. Y de los testigos-garantes-fiadores ni hablar.

Llegado a este punto es bueno decir que quienes hemos dicho que será nada lo que se obtenga de ese cónclave de zorros mañosos y bueyes desjarretados, no lo hacemos por meras ganar de jorobar la paciencia o visceral rechazo a los procesos de negociación. No. Lo que rechazamos es a quienes están llevándolo a cabo, repudiamos a los que están sentados en la bendita mesa de negociación.

Si usted es dueño de una humilde pulpería, accionista de una próspera ferretería o presidente de una exitosa franquicia, y pone a que le cuide la caja a un pícaro que se trajea de sacristán, al darse cuenta de sus bellaquerías lo menos que hace es darle una tunda de palos. Pero si usted insiste en mantenerlo al frente de sus finanzas es un imbécil que merece ser saqueado a conciencia.

Por cierto, Barcia en la primera definición de la palabreja dice: «Tratar y comerciar, comprando y vendiendo o cambiando géneros, mercaderías o valores para aumentar el caudal». ¿Cuántos cheques estarán cambiando de manos sobre, o por debajo, de la mesa dominicana para aumentar el caudal de unos cuantos vagabundos que bien sabemos cuáles son?

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