Lo que podría haber sido un feliz fin de año se convirtió en una pesadilla aliñada con un calor infernal, un zancudero loco y un corte de luz, cortesía de estos comunistas ineptos.

Todo empezó cuando alquilé una cabañita en el litoral central, en Chuspa. Llegué con mi esposa, sus dos hijos, mi hijo y un hijo de ambos.

Los hijos adolescentes de ella, Dios me perdone, provoca matarlos. Sin embargo, se portaron bien ya que pasaban el día idiotizados con unos celulares que les regalé para que no molestaran. Mientras, yo fingía ser feliz con mis verdaderos hijos de 8 y 6 años: construí castillos, me dejé enterrar hasta el cuello con arena y se me metió un bicho en el oído. ¡Dios! Soñaba estar echaote en Margarita, tomando whisky con agua de coco, comiendo tequeños y viendo mujeres en hilo.

Preferí ser buen padre y jugar con los niños que discutir con la cuaima de mi esposa, quien por cierto andaba arrechísima porque quería ir a Mérida en mi carro y con ese gentío, pero qué va, con el problema de la gasolina en Venezuela, ¡ni de vaina!

Como si fuera poco, sin avisar, se presentó mi ex suegra con dos hijastros de mi matrimonio anterior, acompañada por dos cuñados ilegítimos ya que no nacieron del matrimonio en el que procrearon a la novia de mi hijastro.

Cada uno trajo a su novia. Una de ellas era mucho mayor que uno de los muchachos y vino con sus tres hijos adolescentes quienes, según me enteré, eran de un malandro condenado a 30 años de cárcel por homicidio.

Los conchúos llegaron con colchonetas y las colocaron en diferentes partes de la cabañita. ¡Ni caminar se podía!

—No se preocupe, mayol. Nosotros no vamos a molestar.

Traían, además, un equipo de sonido chiquito pero infernal, donde solo se escuchaba reguetón, trap y, en la noche, Romeo Santos, el engendro de la decadencia musical.

Se tomaron mi whisky. Comieron lo que estaba dentro, fuera y sobre la nevera. Usaron mi toalla. Acabaron con el único rollo de papel tualé que conseguí y, como taparon la poceta, hicieron pupú de noche en el mar.

Los hijos del malandro y de la novia de mi hijastro mordieron a mis hijos y les rompieron el tobo y la palita. Se fue el agua y mi mujer me armó un lío por no haber comprado agua mineral. Arrecho, dormí en el patio en una hamaca de nylon rota.

Pasé el fin de año con depredadores. Debí haber dejado el orgullo pendejo y aceptar la invitación para pasarlo en Miraflores, el único sitio de Venezuela donde la gente está feliz.


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