Para Evangelina García Prince, joven y lúcida socióloga

que acaba de celebrar sus ochenta años de vida

Hace poco la Facultad de Economía y Ciencias Sociales de la UCV (de la que académicamente provengo) cumplió 79 años, un tiempo muy largo y provechosos en el que, obviamente, han cambiado mucho las cosas en la manera de ver a la institución universitaria y, en particular, a las ciencias sociales.

En efecto, hoy en día la universidad es una institución que se está repensando en muchas partes. Que hay que examinarla de pies a cabeza y transformarla, pareciera ser un acuerdo unánime que, más allá de las divergencias en cuanto a fines y maneras, se ha asumido como prioritario, dados los signos de los tiempos, traducidos en transformaciones aceleradas y profundas en todos los planos de la vida humana.

Y como cabe suponer, casi ocho décadas después de creada Faces, el escenario es también distinto en el campo de las ciencias sociales. Actualmente, la interacción entre las disciplinas es el nombre del juego, visto que la sociedad resulta difícil de comprender bajo una sola perspectiva disciplinaria. Dicho como lo dicen los que se ocupan de estas cosas, la interdisciplina está apareciendo como un nuevo paradigma epistemológico Así, el descubrimiento de la complejidad del mundo está mostrando los límites de la visión unidisciplinar y se habla por tanto de una visión multidimensional de la totalidad que incluye a las ciencias naturales, sociales y humanas. Para ello, argumentan, el camino más apropiado es un diálogo intenso entre las disciplinas, tratando de superar las mutilaciones epistemológicas, con ojos que vean por encima de los campos específicos y admitan la posibilidad de ver las soluciones que están fuera del propio campo. En suma, se trata de ir creando nuevos esquemas de análisis, a partir del trabajo sinérgico entre las ciencias sociales, las humanas y las ciencias naturales, como única manera de descifrar la realidad de hoy.

Por esta y otras tareas pasa el cambio de las universidades. Este se encuentra asociado a la reconfiguración de las fronteras entre las disciplinas y a su ubicación en estructuras más amplias que las facultades y las escuelas. Y, por citar tan solo un segundo aspecto, entre otros muchos de gran relevancia, está igualmente vinculado a su “pérdida del monopolio epistemológico”, y a su necesaria, por tanto, reubicación en un ecosistema institucional mucho más amplio, propio de la llamada sociedad del conocimiento.

En el contexto descrito resulta imposible pasar por alto la visión que se asoma, desde el Ministerio de Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología, y de la asamblea nacional constituyente, sobre estos asuntos. El peligro que implica una propuesta centrada, más allá de ciertos otros condimentos, en la “revisión” del concepto de autonomía, a fin de que “…esta sirva para construir hombres y mujeres libres al servicio de la patria…”, frase que, ubicada dentro del marco de algunas medidas que se han venido tomando recientemente, no deja ver otro fin que no sea el de someter las universidades al control del gobierno. De esta manera, y de acuerdo con una barajita harto conocida en estos tiempos venezolanos, se ignora un tema de enorme significación nacional, como es la transformación universitaria, adoptando una decisión nada democrática que lo ideologiza, secuestra y simplifica, dejándolo en manos de la ANC, vale decir, de quinientas personas, feligreses del pensamiento oficial.


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