¿Tiene la oposición sus propios arcanos, mentiras consuetudinarias tras las que oculta su congénita incapacidad y cobardía políticas? ¿Ha cesado de ser, si alguna vez lo fue, un bloque político capaz de soportar la enemistad y enfrentarse con lucidez, con virilidad y grandeza al asalto de la barbarie? No tengo la respuesta. Desdichado quien la tenga, pues no habrá medio de convencer a la clase política venezolana del ominoso, deleznable y oprobioso papel que desempeña prestándose a la violación de la patria. Es nuestra vergüenza. ¿Lo será por siempre?

Lo político, afirmó el gran constitucionalista y pensador alemán Carl Schmitt, como lo he citado tantas veces, puede ser referido a la confrontación amigo-enemigo, que es tanto más radical mientras más radicalizada se encuentre la sociedad respectiva. Tanto más enemistada, mientras mayor y más intenso sea el antagonismo entre las partes. Tanto más enfrentada y al borde de su disolución mientras mayor y más profundo sea el objeto de la confrontación. Como sucede en las sociedades asaltadas por la barbarie. Pero, como bien lo señalara el filósofo judío alemán Jacob Taubes, ante lo político no se está ante una esfera del conocimiento, ante una ciencia específica, ante una realidad perfectamente delimitada y tangible, ante una forma de conocimiento: según el teólogo alemán de lo político se está ante una tensión, que es variable, eminentemente histórica. De allí que Schmitt, como también lo sostiene Taubes en sus extraordinarios comentarios sobre el apóstol Pablo en un exordio en defensa de Schmitt, no pueda ser definido como un politólogo o un filósofo de la política. Es un teólogo de la disolución y la enfermedad que aqueja a las sociedades sumidas en la enemistad absoluta. Como la nuestra.

Sorprende, por lo mismo, que a mayor enemistad, mayor pueda ser el desconocimiento de ese desafío existencial y la amenaza de muerte a la que la somete una de las dos partes o bloques confrontados. El pelo entre el asaltante y el asaltado. Que mientras más avanza el asaltante menos conciencia del hecho posee el asaltado. Y que en esa tensión el asaltante pueda desplegar todas sus fuerzas, reforzar su enemistad y fortalecer su desquiciada voluntad de empoderamiento, dominio y sumisión de la sociedad, mientras más desfallece, se desdibuja y anula la capacidad de comprensión política del bloque defensivo, que hace de la evasión del enfrentamiento y la aceptación de los mecanismos de sometimiento y seducción del mortal enemigo causa propia. En ese caso, como sucede en Venezuela, lo político puede reducirse al progreso del enemigo ante la retirada y claudicación  del amigo. Una claudicación que bordea el suicidio.

Thomas Hobbes, que constituye una de las fuentes filosóficas de Carl Schmitt, y quien se explicara la existencia del Estado como determinada por la necesidad de ponerle coto a la barbarie que subyace a la relación originaria entre los hombres quienes, en su estado primigenio, viven en una permanente guerra de todos contra todos –bellum omnia contra omnes–, definió uno de los instrumentos básicos de la dominación del Estado bajo el concepto de “arcano”.

Arcano es el misterio, el truco de ocultamiento al que debe recurrir todo Estado para imponer sus verdaderos propósitos de dominación, engañando y seduciendo a su víctima. Y Carl von Clausewitz su horizonte práctico, pues para Von Clausewitz la guerra no es más que la política por otros medios. Pues en rigor, el Estado no puede funcionar sobre la base de la verdad al desnudo. Requiere de los arcanos, base de lo que Marx denominara luego ideologías. La “verdad” del poder.  El lenguaje político, entonces, se ve plagado de arcanos, de simulacros, de mentiras y falsedades sin otra finalidad que terminar por someter a la absoluta esclavitud a su enemigo: nosotros. Sea mediante la paz del engaño y el sometimiento pacífico o la violencia de la verdad y el despertar de la rebeldía. Tertium non datur, afirma la lógica: no caben terceras vías.

¿Por qué razón el mundo sabe lo que acontece en Venezuela y la oposición insiste en ignorarlo? ¿Por qué razón las grandes democracias de Occidente, desde Inglaterra y las naciones de la Unión Europea hasta Canadá y Estados Unidos y las principales naciones latinoamericanas, desde México hasta la Argentina y desde Chile y Brasil hasta Perú, Uruguay Colombia, saben que las elecciones en Venezuela no eligen sino que son el arcano del que se revisten los enemigos de la libertad, la prosperidad y la democracia, capaces de inventar la existencia de 8 millones de votantes sin que se les arrugue el semblante, ante la asombrosa apatía de sus enemigos, siendo la  oposición venezolana la única entidad del universo que se resiste a creerlo y aceptarlo, prestándose al juego de los arcanos de la tiranía? ¿Tiene la oposición sus propios arcanos, mentiras consuetudinarias tras las que reviste su congénita incapacidad política? ¿Ha cesado de ser, si alguna vez lo fue, un bloque político capaz de soportar la enemistad y enfrentarse con lucidez, con virilidad y grandeza al asalto de la barbarie?

No tengo la respuesta. Desdichado quien la tenga, pues no habrá medio de convencer a la clase política venezolana del ominoso, deleznable y oprobioso papel que desempeña prestándose a la violación de la patria. Es nuestra vergüenza. ¿Lo será por siempre?


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