La Navidad en Venezuela se encuentra en proceso de extinción, ese momento en que todo parece conjugarse en la familia, en recibir a esos hijos, hermanos o amigos, que han tenido que emigrar a lugares inimaginables, se ha visto desgraciadamente frustrado, y los que pudieron llegar han sufrido el calvario de tener pocas líneas aéreas que cubren este destino y padecieron largas horas en escalas inconcebibles.

Progresivamente el gobierno de Maduro, siguiendo el guion cubano, nos viene aislando, amenaza con cerrar fronteras, no solo con Colombia, también considera “cerrar toda vía de comunicación y comercialización con Aruba, Curazao y Bonaire”. Entrar o salir se ha vuelto tan bizarro en Venezuela, que hasta las maletas que traen nuestros familiares llegan con productos básicos y artículos de higiene personal. Una vergüenza.

Lo más cruel es el caso de los venezolanos en el exterior con pasaportes vencidos; no han podido renovarlos porque les ha sido imposible entrar a la página del Saime y se encuentran varados en esos países. Ese método de renovación ha significado una burla. Otro hecho que merece ser censurado ha sido la anulación de los pasaportes a 130 niños que iban a encontrarse en esta Navidad con sus padres que emigraron a Perú; ha sido un acto de maldad infinita y produjo un dolor inconmensurable no solo en sus familias sino en gran parte de los ciudadanos, conmovidos por la separación forzosa de esos inocentes, víctimas de la arbitrariedad, la discriminación y el totalitarismo.

Hay un ensañamiento en contra de toda la población, que es permanentemente humillada y engañada, como sucedió con los prometidos perniles que no hicieron acto de presencia. Para intentar palear el profundo rechazo nacional a Nicolás Maduro, en su infinita amoralidad, el gobierno pretendió llenar los estómagos vacíos con operativos contra el comercio y las licorerías, para que la caña les haga olvidar que la comida tienen que buscarla en la basura.

La realidad bolivariana no ha hecho otra cosa que producir una tétrica ilusión de felicidad. El régimen nos ha brindado la oportunidad para no celebrar nada. Las fiscalizaciones que provocan el cierre de muchos comercios y de fuentes de trabajo, además de la persistente desolación en las estanterías y con productos a precios astronómicos, imposibles de financiar, nos ha descendido hasta lo más bajo y lo depresivo. La situación de colapso que vivimos se le fue de las manos al gobierno, los intentos de saqueos se registran por todo el país. Son absolutamente incapaces de controlar al dólar paralelo, convertido en marcador de la paupérrima economía de importación de este país. La falta de dinero en efectivo es el preámbulo a una devaluación más dura que nos tocará padecer en 2018.

Lo peor está por venir, más devaluaciones, más escasez, más pobreza, más desempleo y los pronósticos sobre el panorama político estarán signados por el chantaje y el condicionamiento al reconocimiento de la inconstitucional asamblea nacional constituyente. A partir de enero la Asamblea Nacional estará en manos de los partidos políticos que representan a la “oposición oficial”, Un Nuevo Tiempo y Avanzada Progresista, que están dispuestos a una coexistencia con la ANC, como lo reconoció recientemente el diputado de UNT, Enrique Márquez, próximo presidente de la AN, cuando también afirmó que de llegarse a acuerdos, impulsarían el levantamiento de las sanciones impuestas al gobierno de Nicolás Maduro por violaciones de los derechos humanos.

Esa oposición colaboracionista, que ha impedido el final de esta pesadilla, también será juzgada cuando recuperemos la democracia y las libertades. La esperanza es lo último que se pierde. Fortaleza para enfrentar el año 2018.


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