Un país petrolero no puede dejar de observar las fuerzas cambiantes que van determinando en cada momento el futuro de la industria energética. No puede dejar de pensar, por ejemplo, en fenómenos como el calentamiento global, las nuevas tecnologías de producción, el peso de la innovación, la actividad de otros productores, el movimiento de las energías alternativas y su verdadera importancia en el equilibrio mundial de la oferta energética. Los países que sí toman en cuenta estos factores están adoptando tempranamente las medidas adecuadas para seguir en el juego y para hacerlo en posiciones de liderazgo, no en condición de actores secundarios o irrelevantes.

El calentamiento global, por ejemplo, ha dejado de ser tema de preocupación lejana y difusa. Las altas temperaturas, las inundaciones, las sequías, los gigantescos incendios forestales, no son solo noticia sino una realidad que justifica una preocupación hasta ahora reservada de algún modo a los científicos y a los activistas ecológicos. Una encuesta realizada el año pasado en 38 países y comentada en un reciente artículo de The Ecomomist reveló que 61% de las personas ve el cambio climático como una gran amenaza, comparable incluso a la de los terroristas del Estado Islámico en la capacidad de inspirar miedo.

La preocupación por los efectos del consumo de combustibles fósiles, por otra parte, convive con fuerzas que parecen dirigirse en sentidos contrarios: el incremento de producción de carbón y petróleo por una parte y, por la otra, los esfuerzos en materia de eficiencia energética, de uso de energías más limpias y desarrollo de fuertes alternativas. Ambas fuerzas responden a las exigencias del crecimiento, al estado de desarrollo tecnológico e industrial de cada región y a la base de recursos con los que cada uno cuenta.

Imposible, en efecto, dejar de considerar el peso que aún tiene en Asia el consumo del carbón, donde su demanda creció en 2017 por primera vez en cuatro años, mientras disminuyeron los subsidios a las energías renovables. La India, que aspira a triplicar la demanda de electricidad entre 2012 y 2030, sabe que no puede reducir drásticamente el consumo de carbón, un combustible altamente contaminante con el que genera más de las tres cuartas partes de la electricidad del país. El año pasado la India consumió 27 millones de toneladas adicionales de carbón, un aumento de 4,8%.

Las miradas se orientan cada vez más hacia el gas natural, un combustible limpio. Estados Unidos y Rusia lo han comprendido, Rusia para proteger su mercado europeo, Estados Unidos para afirmar su autosuficiencia energética y para expandir sus exportaciones al mercado mundial. “La verdadera independencia energética finalmente está a nuestro alcance”, declaró recientemente Rick Perry, secretario de Energía de Estados Unidos, poniendo el acento en que “el sector en el cual se ha registrado el cambio más sorprendente es el del gas natural”. Perry detalló que Estados Unidos tiene dos terminales de exportación de GNL, una en la Costa del Golfo y la otra en la Bahía de Chesapeake, en el estado de Maryland, a los que se sumarán otros cuatro terminales actualmente en construcción. “Ahora que Estados Unidos está exportando gas, estamos listos para actuar como fuente confiable y competitiva de diversas fuentes de energía segura para nuestros socios comerciales”, concluyó Perry.

La mayor demanda mundial de gas representa, sin duda, una oportunidad para Venezuela. El país dispone no solo de un enorme potencial, sino que tiene un camino avanzado con los descubrimientos llevados a cabo en los años ochenta y noventa y la definición de los proyectos Cristóbal Colón y de desarrollo de la plataforma deltana, proyectos luego redefinidos y en buena medida paralizados por la falta de visión, de planificación estratégica, de gerencia y de financiamiento. El tren pasa de nuevo. El negocio del gas tiene ahora antiguos y nuevos, y muy fuertes, competidores. Será de verdad una oportunidad si tenemos la capacidad para ocupar espacios, para ser actor y no solo testigo irrelevante.

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