Una característica común de todos los autoritarismos es la confiscación de la verdad. Al cercenar o reducir a su mínima expresión la libertad de prensa y criminalizar la opinión, solo se propaga la versión de la dictadura. Su primera víctima es la verdad.
La revolución bolivariana ha instaurado un aparato de información y propaganda a través de la cual los principales voceros del régimen, y su legión de corifeos, lanzan a los cuatro vientos su edulcorada visión de la realidad venezolana, o su versión ex culpada de los protuberantes problemas que nos afectan, y que en ninguna circunstancia son de su responsabilidad.
Al cerrar el nefasto año 2017, “los socialistas del siglo XXI” han lanzado la tesis de que su gran logro ha sido “la paz” de la República. Con descarado cinismo afirman que han “derrotado la violencia”. Esto a propósito de la reducción de las protestas impulsadas por factores de la oposición.
Quienes en su esencia representan, promueven y ejecutan la violencia, ahora se presentan ante el país y el mundo como los portaestandartes de la paz.
No pueden afirmar que han logrado democracia, progreso, bienestar, salud, alimentación y felicidad para nuestro pueblo, porque por doquier el rostro famélico del país no les permite hacer tal afirmación. 
Solo atinan a expresar que el hambre, las colas, la basura, la insalubridad, la destrucción de nuestra infraestructura, los apagones y la delincuencia es culpa del “imperio” y del “bloqueo financiero”. Jamás reconocen que dichos males son el fruto de haber tomado todo el poder, para colocarlo en manos de una banda de forajidos que saquearon y destruyeron la economía nacional.
Ante la imposibilidad de mostrar algún logro en materia económica y social, los jefes de la dictadura se ufanan de haber instalado una “asamblea constituyente” que ha logrado la paz de nuestra nación.
Nada más distante de la realidad. La revolución bolivariana representa la violencia, la intolerancia y la promoción del odio en el seno de la sociedad venezolana. Su naturaleza violenta se puso de manifiesto desde el mismo momento en que surgieron a la luz pública, aquel 4 de febrero de 1992, cuando sus jefes, la logia golpista “bolivariana”, lanzaron un sangriento golpe de Estado contra la democracia venezolana.
Desde entonces la esencia del movimiento político, surgido a la sombra de la fallida pero fatídica operación militar, ha sido la instauración de un discurso disolvente de nuestra sociedad venezolana, sembrando el odio, basados en elementos de orden racial, socioeconómico y político.
Una vez que utilizaron los instrumentos de la democracia para alcanzar el poder que no pudieron lograr por la vía armada, han desplegado una violencia progresiva contra toda expresión de disidencia. Violencia institucional, el desconocimiento de normas fundamentales del Estado de Derecho, y aplicación de la fuerza física y armada, a través de grupos parapoliciales y paramilitares que han venido estructurando, para someter a quienes osen protestar o cuestiones su comportamiento político.
Desde los círculos bolivarianos,  pasando por los colectivos, todos articulados para agredir a la disidencia, hasta movimientos armados como las FBL (Fuerzas Bolivarianas de Liberación) y las alianzas en nuestro propio territorio con la guerrilla colombiana, son prueba irrebatible de la naturaleza violenta del régimen.
A medida que ha caído el apoyo popular a “la revolución”, tornándoseles más complejo lograr el control social y político a través de elecciones transparentes, se ha recurrido con creciente intensidad a la represión masiva y selectiva de una sociedad cada día más indignada frente a la destrucción de su calidad de vida.
2017 fue un año de justificada protesta popular. Millones de venezolanos marchamos exigiendo el respeto a nuestros derechos políticos y sociales. La cúpula gobernante utilizando el férreo control que tiene sobre el sistema de justicia y sobre el Poder Electoral, confiscó derechos vitales para la convivencia pacifica de cualquier sociedad, y frente a la protesta justificada de la población no tuvo otro recurso que la represión en masa, el asesinato de jóvenes estudiantes que encabezaban dichas protestas. Esos crímenes están todos registrados. Detrás de cada joven asesinado en las protestas de 2017 hay un funcionario militar, policial o un agente paramilitar vinculado a la dictadura.
Pero en el discurso oficial siempre hay una excusa u otro culpable. En la propaganda de la dictadura, esas muertes fueron ejecutadas por la oposición. Con  esa mentira protegen a los criminales directos, y justifican su pérfido comportamiento. Se autoproclaman como factores de paz, cuando es superevidente que son todo lo contrario.
La paz de la que se ufanan los voceros del régimen es la paz de la represión, de la muerte, de la confiscación del derecho a la protesta. Es la paz de la manipulación y la propaganda que esconde la muerte diaria de miles de venezolanos. Unos por la acción represiva de los grupos encargados de neutralizar la protesta. Otros a manos del hampa criminal que la dictadura tolera y ampara. Muchos que mueren por falta de medicinas y atención en los hospitales, o los que están falleciendo de mengua por la falta de alimentos.
Los demócratas venezolanos no podemos dejar pasar esta campaña de manipulación que la dictadura adelanta. Si bien es cierto que la mayoría de la población es consciente de la mentira que se propaga, siguen existiendo sectores susceptibles de ser influenciados por tan perversa campaña.
Callar esta situación es hacernos cómplices de la violencia física e institucional que la dictadura adelanta, y que esconde con su campaña de la falsa paz. Debemos dejarlos en evidencia.


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