La hecatombe socioeconómica que ha causado este régimen durante los tres lustros y más que tiene en el poder, es la secuela de costosos errores conceptuales y de una inexcusable ineficiencia operativa por parte de la frondosa burocracia al servicio del gobierno. Ha sido el indeseable producto de una visión equivocada del modelo de conducción del país y de su economía, lo cual ha causado inflación, pérdida de una importante porción de la capacidad productiva nacional, quiebra de Pdvsa, escasez estructural, desinversión, desempleo, despilfarro de los recursos y una indescriptible corrupción.

El malestar generalizado que esta situación ha ocasionado en la población, se manifiesta diariamente a través de las múltiples protestas sociales que realizan a lo largo y ancho del país las personas afectadas por la acción errática, o por la indolente inacción, del gobierno.

La respuesta gubernamental a los justos reclamos de la gente, casi siempre, es ignorar las manifestaciones, reprimirlas, acosarlas, amenazar y hasta encarcelar a los dirigentes de las mismas. Otras veces, la respuesta es atender medianamente los reclamos y arbitrar medidas puntuales que no resuelven los problemas de fondo planteados debido a la inoperancia y el fracaso del modelo económico que se ha venido aplicando, sino que establecen una serie de medidas para perfeccionar el control ciudadano y una suerte de quid pro quo: lealtad y no protestar a cambio de migajas. Asimismo, aplican amenazas políticas que se orientan a erigir una perversa discriminación entre los ciudadanos: ciudadanos de primera y de segunda todos los demás. En otras palabras, esas soluciones de “paños calientes” no resuelven los desbarajustes estructurales del modelo y una y otra vez reaparecen los desequilibrios y nuevamente la gente sale a manifestar su descontento para tratar de obtener algunas concesiones del gobierno que morigeren, en parte, los negativos efectos de tales desaguisados.

La conflictividad social intermitente, en ocasiones aislada, esconde, sin embargo, que no se trata de una lucha reivindicativa individual sino la sumatoria de los problemas de todo un colectivo que se siente impotente y no encuentra en las políticas gubernamentales solución adecuada para la satisfacción de sus necesidades. Las tensiones sociales y políticas se están acumulando peligrosamente lo que presagia el desencadenamiento de una situación cuyos componentes y desenvolvimiento no son susceptibles de ser previstos. De allí, la patraña montada por el régimen para simular un supuesto magnicidio y, de esta manera, tratar de desviar la atención pública de los terribles problemas, carencias y abusos de poder a los que somete cotidiana e impunemente a la ciudadanía.

Es menester, entonces, instaurar un hilo conductor que permita imbricar la acción política opositora con las luchas sociales que diariamente se libran en el país. Debe haber un encuentro entre política y sociedad para que la protesta social amplíe su perspectiva y se encauce hacia su verdadera motivación, que no es otra sino el cambio del modelo de desarrollo que nos ha sido impuesto. Los dirigentes opositores, como actores sociales, deben hacerse presentes y participar plenamente acompañando con la acción y la palabra esas legítimas expresiones de inconformidad. El reto es, ante todo, estar al lado de las manifestaciones y de los que protestan, enriqueciendo los caminos y derroteros por los que hay que transitar sistemática e inteligentemente para obtener los resultados deseados.

El reto es, además, enfrentar pluralmente al mediocre totalitarismo gubernamental, sus injusticias, sus arbitrariedades, su violencia y  la pobreza que causa. Los líderes de la oposición, además de referirse a los grandes temas que sacuden el acontecer nacional, deben dedicar tiempo y acciones para consustanciarse con las necesidades del hombre de a pie y estructurar un programa de acción política en el cual las protestas sociales constituyan no hechos aislados sino que formen parte fundamental de la lucha política que la disidencia nacional libra contra el régimen. Actuar con la visión global por aquel reclamo que se produce en un remoto pueblo de nuestra geografía debido a determinadas reivindicaciones, y que igualmente es parte del planteamiento opositor por la democracia y contra el totalitarismo.

El conflicto venezolano es uno solo y así debe ser interpretado. Nuestra dirigencia debe estar en la calle aupando con su presencia y su discurso plural la necesidad del cambio de un modelo sociopolítico estructuralmente decadente y empobrecedor, altamente dependiente de un mamotreto de Estado y de la élite que allí medra y domina, que subyuga y acosa, pero que no resuelve los acuciantes problemas de los venezolanos. La conjunción de la política con la protesta social es una fuente de sinergia para darle “músculo” político a la acción opositora y fortalecer así los planteamientos, las exigencias y las posibilidades a fin de ganar la lucha por una Venezuela más justa, racional e inclusiva.


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