Un uso de la historia comparada y del método prospectivo nos podrían ayudar a comprender críticamente la actual situación de Venezuela, que en los actuales momentos asombra a los analistas internos y externos, por la velocidad histórica en que un país que parecía un modelo del progreso democrático y que contaba con grandes recursos para acercarse a un modo de vida similar al del primer mundo se haya derrumbado hacia los límites de una disfuncionalidad cercana a la de un “Estado fallido”, sin control de sus instituciones ni de su territorio, sin alimentos ni medicinas, sin seguridad jurídica ni de personas ni de sus bienes, pasando de ser un país de inmigrantes a ser una fuente de emigrantes, de ser un escenario utópico pero esperanzador de la “Gran Venezuela” hacia un panorama incierto y distópico sin definición del futuro y vagas esperanzas que, muchas veces, se colman tristemente en obtener periódicamente alguna caja o bolsa de comida.

Al recurrir comparativamente al régimen del “Monagato”, que dominó y arruinó a Venezuela entre los años de 1846 y 1858, podremos obtener algunas lecciones que, sin ser leyes de exactitud, sí contribuyen a construir una orientación a la formación de la actual conciencia histórica, si es que nos atrevemos a darle una prospectiva histórica a tales enseñanzas del pasado. En primer lugar, el régimen de los Monagas (José Tadeo y José Gregorio) no surgió de la nada ni de la simple avidez nepótica y autocrática de tales caudillos, pues ya el régimen anterior, controlado por el general José Antonio Páez entre 1830 y 1846, conocido por la denominación del maestro José Gil Fortoul como la “oligarquía conservadora”, había preparado las condiciones negativas necesarias para arruinar los avances sociales y económicos, así como la estabilidad política de aquella “república deliberativa” (A. Mijares), por desgracia, el general Páez, en lugar de negociar con el creciente movimiento Liberal, encabezado por líderes populares como Antonio Leocadio Guzmán, y lograr una transición hacia una democracia liberal más compleja, prefirió pactar la transición hacia la incertidumbre del liderazgo de una caudillo ávido de riquezas y poder, para sí, sus familiares y sus amigos, fundándose la autocracia más corrupta del siglo XIX, denominada también por Gil Fortoul como “la oligarquía liberal”. Régimen que desmontó la funcionalidad de la nación y la puso a las puertas de la ingobernabilidad y la Guerra Federal iniciada en 1859.

Del mismo modo, pero en nuestros tiempos de fines del siglo XX, la clase dirigente, entre partidos, empresarios y figuras que se autodenominaban como “notables”, no fueron capaces de garantizar el relevo generacional necesario para replantearse un nuevo pacto democrático, que superase al ya agotado de “Puntofijo”; en lugar de plantearse una transición social democrática y ejecutar una reforma del Estado (que ya venía trabajándose desde el gobierno del presidente Lusinchi), se cayó en un sistema de luchas internas entre los sectores democráticos que, a partir del “sacudón” o Caracazo de 1989, sacó a la calle a dos actores políticos que aún hoy permanecen dominando las variables funcionales del sistema político: los militares para garantizar el orden y las masas anómicas que buscaban garantizar su supervivencia por la vía de la protesta permanente, la informalidad socioeconómica y las actividades delictivas. Luego del derrumbe del segundo gobierno del presidente Pérez distanciado operativamente de su partido AD, la cultura política populista impuso en unas problemáticas elecciones de 1993 el segundo gobierno de más orientación geriátrica que democrática del Dr. Rafael Caldera (quien también liquidó a su partido Copei), en el que se profundizaron todos los problemas que arrastrábamos desde la década anterior. Ese mismo populismo hermanado en una mutua comprensión entre las masas anómicas y los uniformados autorizados desde 1989 y 1992 para garantizar el orden, produjeron la situación de gradual descomposición disfuncional y distópica que observamos desde 1998, aunque los enormes ingresos petroleros adormecieron buena parte de la visión crítica para percibir esta problemática durante los primeros años del siglo XXI.

Finalmente, y enfocándonos ahora más hacia lo prospectivo que a lo comparativo, observamos que las salidas o transiciones que se pueden ofrecer ante panoramas tan negativos, tanto en aquel siglo XIX, como en nuestro tiempo contemporáneo; pueden resultar positivas si los acuerdos y acciones políticas apuntan hacia la evolución republicana y democrática, como lo pudo lograr aquella Revolución de Marzo de 1858, que por la “fusión” de liberales y conservadores pudo derrocar la autocracia nepótica y corrupta de los Monagas o también puede ocurrir, como de hecho ocurrió, en el caer nuevamente en la tentación de mantener o retornar el orden autocrático que llevó a la dictadura del general Páez y la Guerra Federal entre 1859 y 1863, propiciando luego la nueva autocracia correctiva y modernizadora de Antonio Guzmán Blanco desde 1870 hasta 1888. De la misma manera los venezolanos de hoy se enfrentan a la encrucijada entre profundizar el caos de la ingobernabilidad en una sociedad fallida generadora de un Estado orgánica y premeditadamente disfuncional o de refundar el proyecto nacional republicano, sobre la base de un nuevo pacto de gobernabilidad que incluya todos los sectores capaces de asumir un programa mínimo de restitución de la democracia, así como la reconstrucción del tejido social en una cultura del trabajo que deseche la actual disociación entre el esfuerzo y el logro, el delito y la impunidad. En una transición de intereses plurales, pero de “suave mano dura” que con “calma y cordura”, como lo hizo López Contreras, garantice la restitución de la república y la viabilidad de nuestro proyecto como nación. De no hacerlo nosotros, los venezolanos de todas las tendencias, entonces solo profundizaremos el carácter fallido de la sociedad y del Estado, con lo que, al estilo africano, serán la fuerzas de la ONU y de algunas potencias las que vendrán a repartir alimentos, medicinas y la cantidad de balas necesarias para, al menos, estabilizar nuestra sociedad y nuestro territorio. Casi nadie desea esta última opción, pero al fin y al cabo en una de las opciones que están sobre la mesa y que no se había planteado para Venezuela desde el bloqueo realizado por las potencias en 1902.


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