Bueno, es el día en que suelo hacer la preparación formal del artículo que a continuación remito a este diario para su publicación. Al comenzar y por costumbre, me puse a pensar, revisar y decidir sobre qué tema en particular abordar, para por lo menos alguna vez dejar de pecar de ser tan repetitivo.

Estando en ello vi el reloj y el calendario, y sin más me dije que no tenía que buscar nada porque allí tenía de una vez indicado a qué referirme: 24 de julio día natal de Simón Bolívar, y el persistente agravamiento de la actual degradación del país.

Nuestro Libertador, admirado y en todo siempre sentido presente, fue y sigue siendo el gran líder, inspirador y caudillo de la Independencia hispanoamericana. Supo forjar su ideología política leyendo a pensadores de la Ilustración como Montesquieu, Voltaire, Rousseau, y recorriendo Europa. Conoció personalmente a Napoleón y Humboldt. En 1805 juró en Roma no descansar hasta liberar a su país de la dominación española, llegando a ser, aun carente de una formación militar, el principal dirigente en la lucha por la independencia de las colonias hispanoamericanas. En 1813 emprendió la llamada “Campaña Admirable” que entró triunfante en Caracas. En 1816 su tercera revolución le dio el control efectivo de gran parte del país, y aseguró la independencia al derrotar a los españoles en 1821 en la Batalla de Carabobo. En 1822 se reunió en Guayaquil con José de San Martín buscando cooperar en la liberación del Perú. Ya presidente de la Gran Colombia lo fue también de Perú (1824) y de Bolivia (1825-1826), fueron trascendentes sus batallas victoriosas.

Evocando así tal gloria, conciencia nacionalista y sentido patriótico, es inevitable (y doloroso por las características y perspectivas actuales) volver los ojos hacia nuestra presente realidad, de una Venezuela degradada, sometida a humillante tratamiento represivo, crueldad, hambre, insalubridad. Debemos decir que estamos como sociedad, en serios problemas, y que si no actuamos pronto y firmemente, en un momento dado será demasiado tarde para tener cómo defendernos de un proyecto autoritario nunca antes visto entre nosotros, una forma de ejercer el poder que nos anulará nuestras libertades y nos confiscará las posibilidades de progreso.

Al igual que el Observatorio Antitotalitario Hannah Arendt, la academia acompaña a la sociedad democrática en la defensa urgente de la convivencia, el Estado de Derecho, la paz y el progreso, y en la condena del militarismo, la violencia, la ilegalidad y la mentira como ejercicio del poder desde las más altas instancias de gobierno.

Hoy en Venezuela, aunque para otros fines, pero con igual actitud calculada, el gobierno llama “bolivarianos” a quienes se sabe (ministros y dirigentes incluidos) que desconocen totalmente el pensamiento civilista y las ejecutorias de Bolívar. Cual comodín el apelativo sirve de amparo a las más deplorables tropelías y a descarados actos de corrupción, y de apellido a la “revolución” y sus “comandantes”; y tramposamente se exaltan como virtudes bolivarianas precisamente muchas de las perversiones que él condenaba. Hay quienes tranquilamente se presentan como herederos de su gloria, y resulta que a partir de su propia honestidad y de su respeto a los dineros públicos él fue implacable contra los corruptos, no habiendo incurrido nunca en malversaciones ni peculado; decididamente valiente en su desempeño militar jamás aceptó ni otorgó ascensos por razones de amistad, conveniencia personal, supuesta lealtad o complicidad; fue un visionario en lo histórico y lo político, un honorable ciudadano de conducta digna, un hombre sensible y culto respetuoso de las instituciones fundamentales de la nación.

No fue Bolívar un organizador de bandas armadas ni un movilizador de huestes terroristas, y jamás lanzó contra el pueblo gavillas agresivas en función de amedrentarlo; siendo un maestro en el habla y la escritura fue ajeno a la procacidad, a las ofensas, y al uso de una retórica manipuladora con la cual sacar ventaja de la ignorancia o el fanatismo de algún seguidor.


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