La historia de un niño nacido en Siberia dentro del vagón de un tren de pasajeros, que luego se convertiría en uno de los más celebrados bailarines clásicos del siglo XX, merecía ser recreada a través de los códigos expresivos de la danza académica que logró dominar muy cercano a la perfección.

El reciente estreno de Nureyev a cargo del Ballet Bolshoi de Moscú buscó cumplir con este ambicioso cometido, en medio de un entusiasmo generalizado y algún recelo, incluyendo conflictividad política. El tránsito vital personal y profesional de Rudolf Nureyev, de por sí extremo y complejo, se convirtió en una obra coreográfica de dos horas y media de duración, rodeada de polémica durante su proceso de creación: una presunta censura proveniente de las instancias de poder, el aplazamiento de su estreno por parte de las autoridades del Teatro Bolshoi, así como el arresto domiciliario de su director y escenógrafo Kiril Serebrénikov, por supuesta malversación de fondos públicos, aderezaron los meses previos a su primera representación pública.

Finalmente, Nureyev logró contar con la aprobación del director general del Teatro Bolshoi, Vladimir Urin, quien, no obstante, advirtió sobre posibles reacciones ante esta producción y el tratamiento del tema, al señalar: “Sin duda habrá polémica. Les gustará a algunos espectadores y en otros provocará rechazo. Una de las funciones del arte es hablar de los asuntos que preocupan a la gente y yo no veo nada malo en eso”.

El estreno de la obra ocurrió en la víspera de la conmemoración del 25 aniversario del fallecimiento de Rudolf Nureyev, sucedido el 6 de enero de 1993 en Levallois-Perret, Francia, y de los 80 años de su nacimiento, ocurrido  el 14 de marzo de 1938 en Irkutsk, Rusia.

2018 traerá también una película sobre la vida de Nureyev, realizada por el actor y director británico Ralph Fiennes. Llevará el sugestivo nombre de El cuervo blanco y contará con la actuación principal del bailarín ruso emergente Oleg Ivenko.

El guion del filme perteneciente al dramaturgo británico David Hare, basado en el libro Rudolph Nureyev: La vida de la ex bailarina Julie Kavanagh, aborda necesariamente solo algunos de los momentos fundamentales en la existencia del intérprete, desde su azaroso nacimiento, su inicio tardío en el arte del ballet, su solapada rebeldía como integrante del Ballet Kirov de Leningrado en la antigua Unión Soviética, su espectacular evasión a Occidente a principios de los años sesenta en un aeropuerto aledaño a París, hasta su conversión en celebrado primer bailarín internacional, director artístico del Ballet de la Ópera de París y posterior mito.

Vale aquí recordar la vinculación de Nureyev con el cine, especialmente el documental, representada en los títulos I’am a dancer (1972) de Pierre Jourdan; Fonteyn y Nureyev (1985), sobre una de las parejas artísticas de mayor empatía del ballet mundial; y muy especialmente Valentino (1977), de Ken Russell, que lo presenta interpretando al ídolo cinematográfico ítalo estadounidense Rodolfo Valentino.

Igualmente, resulta oportuno recordar las únicas actuaciones de Nureyev en Venezuela, ocurridas entre el 11 y el 16 de agosto de 1981 en el Teatro Municipal de Caracas y el Poliedro capitalino, ocasión en la que interpretó Giselle, obra cumbre del ballet romántico, junto con la primera bailarina francesa Dominique Khalfouni, y para aquel momento el incipiente Ballet de la Fundación Teresa Carreño. Su presencia en los escenarios caraqueños, tardía para algunos, enfrentó en su momento las opiniones en el medio artístico sobre su verdadera pertinencia, y hasta Venezolana de Televisión realizó el documental Bienvenido Nureyev, hoy en día valioso registro de un acontecimiento que resultó histórico para las artes escénicas nacionales.  

Las fechas que conmemoran en 2018 el nacimiento y la muerte de Rudolph Nureyev, consiguen de nuevo al ser humano y al artista, en las tablas y en el cine, como un personaje controversial pero ineludible.


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