Lo que son las ironías de la historia. En Nicaragua hoy la consigna más popular en las numerosas movilizaciones y protestas que sacuden al país, es una sola: “¡Ortega! ¡Somoza! Son la misma cosa”, como dijera, a sus 76 años de edad, Marta Rivas, quien se plantó desde las 10:00 am del jueves 12 de julio de 2018 en la rotonda Cristo Rey, de Managua, para participar en la manifestación convocada por la opositora Alianza Cívica, apoyada por las cámaras empresariales, estudiantes, partidos políticos, gremios campesinos, sindicalistas, para expresar su repudio al presidente Daniel Ortega y exigir el fin de su mandato, luego de que este ha sumido a la nación nica en la peor crisis política desde 1990, la cual ha dejado ya más de 350 muertos. “Estoy aquí para que tengamos justicia, paz y libertad”, dijo Rivas mientras ondeaba la bandera azul y blanco nicaragüense. “Estoy aquí para que nunca más seamos esclavos de ningún dictador, para que seamos libres como las palomas”.

La respuesta de la dictadura orteguista ante el mayoritario clamor popular es una copia al carbón del guion del régimen madurista ante las protestas cívicas desarrolladas en 2017 en Venezuela; eso no es casual, están formados en la misma escuela, cuyo método es implantar el terror y el crimen que caracteriza a las tiranías. Frases como las emitidas por la vicepresidenta Rosario Murillo: “Noticias falsas, y también falsas personas, falsos seres, falsas conciencias, falsas propuestas… Falsos, falsos, falsos, así son estos minúsculos grupos alentadores de odio”, “La proyección de crecimiento que había, que nos beneficiaba a todas, se está viendo disminuida y afectada precisamente por toda esta plaga, esta peste”, o “Nuestro comandante Daniel está comprometido en frenar esa ola terrorista, de crímenes de odio, secuestros, de quema de viviendas”, eran los mensajes transmitidos diariamente por los hermanitos Rodríguez, figuras emblemáticas del madurismo gobernante justificando los crímenes de colectivos y de la FABN contra la protesta cívica.

Lo dramático del caso es que proviniendo de una revolución legítima como la sandinista, cuyo norte fueron la democracia y la libertad, hoy supera en la permanencia del poder a las administraciones individuales de la galería de tiranos de la familia Somoza; las diferentes gestiones gubernamentales le han permitido a Ortega acumular 20 años; así también los supera en control de los poderes públicos, enriquecimiento ilícito y en ensañamiento contra la protesta, ya que la guerra contra los Somoza fue una confrontación de bandos armados, y en este caso es una población y una juventud indefensas que se debaten frente a armamento de guerra de colectivos y mercenarios.

Las dimensiones de la masacre implantada por Daniel Ortega, avalada por los chulos del ALBA y la izquierda rastrera del Foro de São Paulo, tiene una sola cualidad: en su agonía como gobierno los arrastrará al basurero de la historia, convirtiéndose en un doloroso revés para la alicaída tiranía madurista.

Ello reclama otra actitud por parte de la oposición venezolana, de sindicatos y gremios, organizaciones estudiantiles, ONG, cuyas manifestaciones rayan entre la indiferencia o la ignorancia, ante un hecho capital que influiría en Venezuela con la caída del dictador Daniel Ortega. Tan solo una institución ha sido firme: la Iglesia venezolana, que ha reconocido el martirio y persecución al valiente clero nicaragüense, el cual ha abierto las puertas de catedrales y parroquias para atender los heridos y presenciar las numerosas muertes, y cuyo desagravio y solidaridad pudieran objetivarse en una homilía y eucaristía que se realizara en todas las iglesias y pueblos de Venezuela.


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