Quizás una de las artes más difíciles para el ser humano es la de negociar. Los procesos de negociación política son difíciles y complejos. La historia universal está llena de ejemplos que demuestran lo complejo y los retos que conlleva poner de acuerdo a dos o múltiples partes ante distintas disyuntivas y conflictos. Existen varias escuelas y metodologías que dan herramientas y enseñan cómo negociar. Los llaman métodos de negociación, y la academia se ha encargado de sistematizar secuencias para alcanzar objetivos. Sin duda, todas son buenas y casi siempre funcionan para determinadas negociaciones. Pero existe un valor en cualquiera de las fórmulas, estilos o metodologías que es muy importante preservar y que es el epicentro del éxito final de cualquier esfuerzo negociador, y no es otro que el de la honestidad.

Quien negocia sin honorabilidad y respeto por sus contrapartes, por lo general, fracasa y se hace frágil en el proceso. Esta reflexión la hago pensando en los recientes resultados del proceso que se llevó a cabo en República Dominicana. En una negociación política del calibre de esa, que por lo demás había consumido más de una año entre unas rondas y las otras, se evidenció que el gobierno no jugó las reglas clásicas de ninguna de las escuelas y, por lo demás, demostró poca transparencia y viveza a la hora de llegar a un acuerdo satisfactorio. El tema que estaba en juego no era dar concesiones, ganar-ganar o simplemente lavarse la cara ante la comunidad internacional. El centro de la negociación tenía que ver con el rescate de una nación que está padeciendo una crisis de dimensiones dramáticas y que requiere de un consenso político que permita restablecer confianza, dar garantías, rescatar su Constitución y salvar la república de una crisis peor y de una catástrofe humanitaria.

El gobierno no tenía ese objetivo entre cejas. Su audacia se resume en la supervivencia. En mantenerse en el poder. En jugar al desgaste nacional y desinteresar a la comunidad internacional de la importancia de colaborar en la solución de conflicto que pasa por regresarle a Venezuela su Constitución. La oposición no se rindió, ni aceptó el chantaje de firmar un acuerdo sin garantías. Los facilitadores entendieron y observaron directamente la dimensión humana de quienes gobiernan. Venezuela no se lo merece.


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