I

Tuve que llevar mi carro al taller otra vez. Es una de las pesadillas de los venezolanos de la otrora clase media (venida a pobre), pues no hay nada que se coma un presupuesto más rápido que el mantenimiento de un automóvil en las actuales circunstancias en Venezuela. Bueno, corrijo, enfermarse es infinitamente peor. Cualquiera diría: “Qué frivolidad la de esta oligarca”, pero les advierto a los que piensan así, no voy a perder tiempo ni caracteres respondiéndoles.

El detalle es que el taller funciona dentro de un centro comercial de Caracas. Después de casi cinco días sin carro, llega la tan ansiada llamada de venga a buscarlo. Bueno, le digo a mi hija, sacaremos efectivo allá para pagar el estacionamiento. La agencia bancaria a la que planeaba ir tiene aproximadamente 15 cajeros automáticos, alguno debe tener efectivo, decía yo.

El caso es que me equivoqué, ninguno estaba funcionando. Hace tiempo que no llevo chequera, desde que se pusieron con el cuento de que es mejor dejar de usar cheques. Qué desesperación. Mi hija revisó su cartera y tenía un billete de 20.000 bolívares guardado. Ajá, vamos a pagar los 2.500 del ticket de estacionamiento. “No señora, no tenemos cambio para eso”.

¿Y si intentamos comprar algo? Tampoco tienen cambio, o no quieren darlo. Una hora dando vueltas para tratar de salir de allí. Tuvimos que gastar más de la mitad del billete para poder pagar.

II

Hoy mi padre cumple 21 años de fallecido. Sí, el mismo que recibía cajas de fresas como pago de una consulta médica; o gallinas o huevos, o simplemente veía a los pacientes gratis. El mismo que hizo posible, junto con mi madre, que yo fuera una profesional de clase media por más de la mitad de mi carrera. El mismo por el que doy gracias a Dios de que no tenga que vivir este infierno en el que se ha convertido su amado país.

Como todos los años, le encargué una misa. Menos mal que no sabe el estrés que me generó hacer una cola en un cajero automático para sacar efectivo para dar la colaboración a la iglesia. El aparato bancario decidió que mi tarjeta no servía. Era el único con dinero pero no leía mi tarjeta, así que bien temprano en la mañana comenzó la mentadera de madre de ciertos señores que despachan desde Miraflores.

La iglesia ahora tiene un punto electrónico para recibir donaciones, me lo dijo una señora que estaba en la cola del cajero que me vio muy atribulada.

III

Es muy común ese dicho de que siempre hay alguien que está peor que uno. Pero en la actualidad eso no es consuelo para mí. Pensar que hay alguien que no tiene fuerzas ni de rezarle a sus muertos me da mucho dolor. Pensar que hay mucha gente que ni siquiera puede pagarle al médico con una gallina me escuece el corazón.

La empatía que a veces percibo en las colas no es generalizada. Cada quien está buscando cómo sobrevivir, a costa de lo que sea. Perdimos esa bella cualidad de ser solidarios, tanta podredumbre ha hecho a muchos sucumbir. Y ninguno de los encumbrados dirigentes tiene la iniciativa de bajar de su pedestal para ver el sufrimiento menudo de la gente, el diario, el de cada hora.

No hay quien le diga a uno la verdad, empezando por reconocer que esto es una dictadura y que es muy difícil salir de esto sin sacrificar algo o mucho. Ninguno quiere dejar su comodidad, prefieren hablarles a unos cuantos a través de Periscope, escribir ahora 280 caracteres o mandar cadenas de Whatsapp.

Yo necesito a alguien que me diga la verdad, que se ponga a trabajar seriamente para buscar una solución. Que no me mienta, que no pretenda ser un mesías, que esté claro en que el objetivo es salir de este régimen dictatorial. Que se meta en la cola del pan, que se ponga a buscar pollo los fines de semana, pero que dedique tiempo al diseño de una estrategia creíble, no para que me la cuente por televisión o por radio, sino para que la ponga en práctica. Necesito a alguien de mente clara, desinteresado, con coraje, con vocación de sacrificio. A ese, yo lo acompañaría.


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