Momentos apenas después de haber conocido los resultados de las últimas elecciones presidenciales en Venezuela, es imposible ignorar el discurso político de una parte de la oposición venezolana que decidió asistir a votar el 20 de mayo.

La muy alta abstención, como hecho político innegable, ha llegado a ser considerada por parte de la vocería política e «intelectual» como «la nada».

Sin duda, se trata, de una declaración atrevida e infantil, sobre todo cuando sabemos que «la nada» significa ausencia e inexistencia de algo. «La nada» es sencillamente la ausencia de determinadas acciones en un lugar y tiempo concreto. Aquí no se equivocaron los filósofos, cuando se referían a «la nada» como la negación del ser y la negación de la realidad. Y cómo puede ser la abstención «la nada», cuando se trata de un acto cuyo principio concreto es la decisión de un ciudadano o de un pueblo de no ejercer su derecho al voto. Bien lo decía en sus trabajos Josep Vilajosana cuando se refería a la justificación de la abstención: «Si la abstención se generaliza se pierde el bien público de la democracia».

Luego asistimos a otro asunto que no es directamente el efecto de estas «elecciones presidenciales» recientemente realizadas, la «complicidad política». Ella, ha estado muy presente en todo historial político de Venezuela. La «complicidad política” es la camaradería para con otras personas que comparten los mismos intereses, ideas y pensamientos, aun cuando estos sean en diferentes grados. Pero ello no significa que dicha solidaridad sea siempre a favor de los mejores intereses del país.

En Venezuela, la camaradería política se ha desprendido de toda visión cercana referida al progreso del conocimiento político. No solo hay un desplome del conocimiento político e intelectual, sino, que, además, hay un desplome de las condiciones en que estos tipos de conocimiento cobran vida y legitimidad. La ausencia de ambos amenaza con desaparecer, incluso, las propias huellas del progreso, las cuales debieran ser conservadas en el país.

Así las cosas, la «complicidad política» que se observa en Venezuela se muestra en la ineficacia política tanto del gobierno como de la oposición, y sobre todo se muestra en la profunda negación de ambos en dejar parir la nueva generación de venezolanos que debieran dirigir los destinos del país.

Después de los resultados del 20 de mayo, la discusión no solamente puede estar marcada por la legitimidad o no de los resultados, más bien la agenda debiera estar marcada por alentar el nacimiento de un liderazgo político diferente e inteligente; con mucho menos «intelectuales totales» de esos que han estado más al servicio de la política que de la propia actividad intelectual. Se requieren intelectuales capaces de vincular intenciones teóricas con intenciones prácticas cónsonas con la sociedad global.

De manera que se requiere de innovación política, la cual ya no puede más garantizarse con una generación de venezolanos que por innumerables razones no escapan de su ingenuidad y tampoco escapan de su ya abierta y conocida debilidad racional política.

Ciertamente, no es asunto fácil comprender o hacer comprender que el problema político en Venezuela tendría solución en buena parte, si se es capaz de renovar la racionalidad práctica de los políticos e intelectuales. Y ello supone descomponer toda clase de principios, equivalencias y analogías del pensamiento venezolano enquistado aún en la política venezolana del siglo XX.

El país merece ser visto y analizado desde la visión de la «destrucción creativa», para hacer surgir nuevas fuerzas políticas, intelectuales, económicas y sociales que no hemos hasta ahora conocido; y que pueden significar la posibilidad y la oportunidad para disminuir tantas incompatibilidades, que no son dignas de la democracia moderna.

«La nada» es negación y la complicidad es camaradería, ambas son fantasmas políticos. Ambas no tienen límites definidos hasta que sea la propia sociedad la que los imponga. La racionalidad práctica y objetiva de lo que sucedió este 20 de mayo abonaría el camino para leer sus resultados manteniendo la diferencia entre lo real y lo irreal; y muy probablemente permitiría comprender que hay un rechazo significativamente mayoritario de la sociedad a seguir siendo parte del sistema político actual.

Lo sucedido este 20 de mayo indica que la política no puede más construir fantasías. El país ya es una roca dura y todo lo que a ella se le tira, se dobla. Por lo tanto, todo parece indicar que el reto es encontrar el método para romper la piedra. Y quizás, si que lo es, utilizar nuevos modos de conocimiento político en manos de una nueva generación.


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