La dictadura en su afán por perpetuarse en el poder, al costo que sea, ha terminado por anular la tarjeta de la Mesa de la Unidad Democrática con el perverso fin de impedir su utilización en la próxima elección presidencial.

Recurriendo a argumentos fútiles, la camarilla gobernante utilizó sus operadores políticos y judiciales (TSJ y ANC) para cometer el crimen de impedir que la expresión política y electoral de la unidad de los sectores democráticos tuviese el derecho de expresarse nítidamente, en un proceso que desean adelantar con clara intención fraudulenta.

Para cualquier persona medianamente informada, con un mínimo de valores democráticos y con un pensamiento lógico, la medida expresa miedo a la herramienta que ha logrado la mayor confianza de la historia política y electoral de los últimos 50 años de la vida pública venezolana.

La victoria de la sociedad democrática en las elecciones parlamentarias del 5 de diciembre de 2015 representó una severa convulsión para el proyecto autoritario, establecido por el extinto comandante Hugo Chávez. Ciertamente, ese proceso electoral logra concretar la inmensa voluntad de cambio pacífico y democrático que anima a la mayoría de nuestros compatriotas, al canalizar su voto a través de la tarjeta de la MUD.

La dictadura se equivoca al pensar que inhabilitando la tarjeta de la MUD ha logrado destruir la demoledora voluntad de cambio político existente en el corazón del pueblo venezolano.

Por el contrario, este tipo de maniobras viles está generando mayor indignación en una población cada día más agobiada por la colosal crisis generada en el socialismo del siglo XXI.

La camarilla roja ha consumado la destrucción de la exitosa herramienta electoral de la unidad democrática, pero no va a destruir el anhelo de unidad y cambio que vive en el espíritu popular venezolano.

Aprovecharon el momento de desánimo, confusión y desagrado que los ciudadanos tienen con el liderazgo político democrático, y con las organizaciones que concurren al proceso político.

Se valieron de las desviaciones humanas, que un pequeño grupo de actores políticos mostró en 2016 y 2017 y que produjeron el actual estado de anomia, para cometer el crimen contra el instrumento electoral ya citado.

Han matado la tarjeta de la unidad, pero no el espíritu unitario.
El espíritu unitario lo podemos matar quienes en el campo de la oposición no se desprendan de ambiciones personales, de proyectos sectarios o de pasiones egoístas.
Ciertamente, ese espíritu está lesionado. Los afanes protagónicos de unos pocos, su deseo de controlar a la sociedad democrática, las rivalidades vacías y los egos encendidos han producido un estado de decepción y de desmovilización en nuestro pueblo, que estamos obligados a superar.

Para ello debe haber un cambio radical en buena parte de nuestros líderes, dirigentes y actores políticos.

Así lo he venido sosteniendo desde hace ya más de un año.
Debemos pasar de la exclusión a la inclusión de todos los sectores de la sociedad democrática. Debemos pasar de la soberbia a la humanidad democrática. Debemos reducir a su mínima expresión la agenda personal y partidaria para privilegiar la agenda del país.

Si quienes hemos ejercido el liderazgo, la representación y la conducción de segmentos significativos de la sociedad democrática, demostramos con hechos que ponemos por encima el supremo interés de nuestro sufrido pueblo, regresará la esperanza y el entusiasmo. Entonces el cambio será más factible y la gran lucha que debemos afrontar para expulsar la dictadura se hará viable.

De allí el título de este escrito: “Muerta la MUD, viva la Unidad”.
Darle vida real a la unidad es nuestro desafío en esta hora. Tarjetas habrá para que nuestro pueblo se exprese.

Recuperada la democracia podremos pensar de nuevo en el libre juego de los partidos y los liderazgos, obviamente con sentido de responsabilidad, con honesto compromiso por el bien de la nación y con reglas claras que garanticen el respeto a la voluntad del pueblo venezolano.


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