“Ud. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros, 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América”

El hecho más destacado de ese siglo XIX venezolano e independiente, dominado por caudillos de montoneras, dictadores y tiranuelos, surgidos del fondo de la tierra, forjados en la guerra y premiados con el poder de sus regiones, haciendas y parcelas fue la Guerra Federal o Guerra Larga, que se prolongó desde 1858 hasta 1863, y culminara con la práctica extinción de la aristocracia mantuana y la inexistencia de una burguesía nacional, emprendedora y liberal, tampoco deja un balance del que sus protagonistas puedan sentirse orgullosos: “El triunfo de la revolución Federal, después de cinco años de lucha tenaz y sangrienta, de inmensos sacrificios y de infinidad de combates cuyo número es imposible fijar con acierto; revolución que, puede decirse, vivió y tuvo su asiento en los campos y en los montes, mal dirigida y peor conducida, llevó a la superficie social y a los más altos puestos públicos un elemento bárbaro de Venezuela con menosprecio de los liberales más notables y de saber”.

De esta apreciación de Level de Goda ni siquiera se salva el principal beneficiario de los espantosos desastres de esa guerra, el Ilustre Americano, Antonio Guzmán Blanco, hijo de Antonio Leocadio, el joven corresponsal caraqueño de Bolívar desde Popayán, que a los desastres causados por las guerras de Independencia, la disgregación, el caos y la anarquía, viene a sumarle el principal atributo republicano de un extremo al otro de la América republicana, la corrupción generalizada y que en la Venezuela bolivariana de hoy alcanza ribetes legendarios: “Desde entonces, dicho elemento” –la barbarie, sociológica y políticamente disfrazada de “pardocracia”– “ha venido pesando poderosamente en los destinos de la nación; y, dominando, con grandes influencias en las localidades y hasta en la capital; natural era que el desgobierno, los desórdenes y la anarquía creciesen con rapidez en todo el país, como sucedió, a la sombra del jefe del gobierno, mariscal Juan C. Falcón, y de su segundo, consejero íntimo, general Antonio Guzmán Blanco, quien se esforzaba a fin de que el mariscal no tuviese a su lado hombres de saber, de administración y de altas condiciones sociales, para no ser rivalizado en el ánimo de Falcón…En los siete años que gobernó entonces el general A. Guzmán Blanco, no solo ejerció la más horrible de las tiranías, sino que especuló de tal manera con las rentas nacionales, en sus distintos ramos, que cuando se retiró del país en 1877 había aumentado su fortuna, ya cuantiosa, con algunos millones de pesos; de tal manera que, en carta escrita y publicada por él en enero de 1879 y dirigida al general J. M. Aristeiguieta, consignó esta frase: ‘Mi fortuna es poco común en América’. Hizo de Venezuela su patrimonio y de los venezolanos sus vasallos.(1)

Murió Antonio Guzmán Blanco en París en 1899, a los 70 años, siendo uno de los hombres más ricos de Francia. Y, sin duda, el suramericano más rumboso y potentado de Europa. Serviría de modelo a la construcción literaria del personaje en las sombras de la novela Nostromo, del escritor Joseph Conrad, el dictador de Costaguana, Guzmán Bento (2). Usando las equivalencias monetarias de fines del siglo XIX señaladas en el prólogo a la biografía de Conrad,  de John Stape, “Notas sobre la moneda”, puede deducirse el valor de las ganancias obtenidas por el joven Guzmán Blanco negociando en 1864 como encargado del general Falcón, de quien fuera ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda, un empréstito por millón y medio de libras esterlinas, prácticamente único beneficiario, pues su 4% de comisión, convertidos en 60.000 libras esterlinas contantes y sonantes, constituían una cuantiosa fortuna de varios cientos de millones de dólares, que pudieron servirle de base para acrecentar su ya gigantesca fortuna. Valga el ejemplo dado por Stapes: tomando en consideración todas las variables económicas, desde el PIB a los efectos inflacionarios: 2.700 libras de 1910 equivaldrían en 2005 a la bicoca de 973.000 libras esterlinas. ¿Cuánto valdrían 600.000 libras de 1864? (3)

El mensaje final de Simón Bolívar a la que consideraba su verdadera patria, la Gran Colombia, ese balance testamentario de veinte interminables años de feroces combates, deslumbrantes victorias y amargas decepciones, no pudo tener tintes más trágicos y desesperados: “¡Colombianos! Mucho habéis sufrido, y mucho sacrificado sin provecho, por no haber acertado en el camino de la salud. Os enamorasteis de la libertad, deslumbrados por sus poderosos atractivos; pero como la libertad es tan peligrosa como la hermosura en las mujeres, a quienes todos seducen y pretenden, por amor, o por vanidad, no la habéis conservado inocente y pura como ella descendió del cielo…Todo ha sido en este período malhadado, sangre, confusión y ruina: sin que os quede otro recurso que reunir todas vuestras fuerzas morales para constituir un gobierno que sea bastante fuerte para oprimir la ambición y proteger la libertad. De otro modo seréis la burla del mundo y vuestra propia víctima”.

Cabe hacer, en el balance de estos dos siglos transcurridos, ¿quiénes y en qué naciones siguieron la admonición y se dejaron gobernar por hombres capaces de construir y mantener “gobiernos suficientemente fuertes como para oprimir la ambición y proteger la libertad”? Por lo demás, ¿cómo conciliar la libertad oprimiendo la ambición? ¿No es la democracia republicana a la que él aspiraba el derecho de todos no solo a cultivar la ambición de poder, sino a conquistarlo mediante la razón, la fuerza o el engaño, base de la demagogia, inevitable atributo democrático? Un tema jamás desvelado: ¿era Bolívar un demócrata o un monárquico? ¿Un autócrata antipartidos o un tribuno asambleario que apuntara a la “democracia directa” de su último bastardo?

“¡Oigan! ¡Oigan! El grito de la patria los magistrados y los ciudadanos, las provincias y los ejércitos para que, formando todos un cuerpo impenetrable a la violencia de los partidos, rodeemos a la representación nacional con la virtud de la fuerza y las luces de Colombia”. El año que transcurriera desde esa admonición a la misiva que le dirigiese desde Barranquilla el 9 de noviembre de 1830 al general J. J. Flores demuestran que si había imperado la fuerza, las luces habían sido extremadamente escasas. “Los pueblos” –le escribió sumido en el desánimo pero ahíto de siniestros presagios– “son como los niños que luego tiran todo aquello por lo que han llorado. Ni Ud. ni yo, ni nadie sabe la voluntad pública. Mañana se matan unos a otros, se dividen y se dejan caer en manos de los más fuertes o más feroces… ¡Qué hombres! Unos orgullosos, otros déspotas y no falta quien sea también ladrón; todos ignorantes, sin capacidad alguna para administrar”. ¿No es una radiografía anticipada en 200 años de la situación que hoy vive su patria escarnecida, como si desde entonces no se hubiera movido una hoja en la tormentosa Venezuela?

Su último balance es desolador: “Ud. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos: 1º) La América es ingobernable para nosotros, 2º) El que sirve una revolución ara en el mar. 3º) La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4º) Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5º) Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6º) Si fuera posible que una parte volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América”.

En el colofón de ese trágico balance ya se esboza el epitome de la estafa de sus adoradores, la Venezuela chavista: “La súbita reacción de la ideología exagerada va a llenarnos de cuantos males nos faltaban o más bien los va a completar. Ud. verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia y ¡desgraciados de los pueblos! Y ¡desgraciados de los gobiernos!”. Y su arrepentimiento final: “Ud. puede considerar si un hombre  que ha sacado de la revolución las anteriores conclusiones por todo fruto tendrá ganas de ahogarse nuevamente después de haber salido del vientre de la ballena: esto es claro”. Sin ninguna duda, a estas alturas hubiera preferido permanecer en ella.

(1) Ibídem, XXIII.

(2) «Uno de los tíos de Carlos Gould había sido presidente electo de la misma provincia de Sulaco (llamada a la sazón Estado) en los tiempos de la Federación, y más tarde había muerto fusilado, de pie junto al muro de una iglesia, por orden del bárbaro general unionista Guzmán Bento. Era este el Guzmán Bento que, habiendo llegado a ser después presidente perpetuo, famoso por su implacable y cruel tiranía, alcanzó su apoteosis en la leyenda popular de Sulaco…” Joseph Conrad, Nostromo.

(3) John Stape, Las vidas de Joseph Conrad, Lumen, Barcelona, 2007.


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