En la opinión popular el vocablo “dinero” tiene dos significados muy distintos, pues decimos a menudo que alguien “está haciendo mucho dinero” en el sentido de que ese alguien obtiene unos ingresos, sin que ello signifique que tenga una imprenta en el sótano de su casa para fabricar billetes toda la noche. En esta acepción dinero es sinónimo de ingresos o rentas; alude a un caudal, un influjo semana a semana, o mes a mes, o año a año. También decimos que alguien tiene dinero: en su bolsillo, o como depósitos en un banco, certificados de depósito, acciones de empresas, bonos, etc. En este sentido, dinero se refiere a un activo, a diversas maneras de mantener una fortuna, riqueza. O, dicho de otro modo, la primera acepción describe una partida de una cuenta de pérdidas y ganancias, mientras la segunda alude a una partida de un balance, que es la significación que intentaré utilizar ahora, y digo intentaré porque incluso yo, que desde hace décadas trato de tener presente tal distinción, algunas veces caigo en usarla bajo aquella primera acepción.

Una de las razones de que el dinero sea tan mágico, misterioso, para muchos es por el papel que en él juega el mito, la ficción o convención de lo cual es un buen ejemplo la experiencia cotidiana de todos nosotros al comparar dos rectángulos de papel de las mismas dimensiones: El uno tiene un retrato de Bolívar, figuran algunas leyendas y ciertos números. Estos trozos de papel pueden cambiarse por determinadas cantidades de alimentos, vestidos y otros artículos.

El otro trozo de papel, recortado, digamos, de una revista ilustrada, quizá, tenga también un retrato, unos números y unas leyendas en el anverso, pero solo sirve para prender una parrillera y asar carnes. ¿Dónde está la diferencia? Pues, radica en que en el primer caso el Banco Central se compromete a pagar el equivalente al número indicado. ¿Significa eso que el gobierno deba algo tangible a cambio de papel? No, significa solo que, si acudía usted a una oficina del Banco Central y solicitaba al cajero que honrase el compromiso, este le entregaría cinco pedazos de papel con el número uno (1) en caso de que el presentado tenga el número cinco(5). Si entonces le pidiera usted al cajero que pagase el bolívar representado por cada uno de esos trozos de papel (cuando existían billetes de 1 y 2 bolívares), la daría monedas, y si usted las fundiese, no conseguiría un bolívar por la venta del metal. Claro, el gobierno aceptará los trozos de papel en descargo de los impuestos y otras obligaciones que se le adeuden. Pero, ¿por qué deberían ser aceptados también por personas privadas en transacciones privadas, a cambio de bienes o de servicios?

La respuesta más breve, y la correcta, es que las personas privadas aceptan esos pedazos de papel porque confían en que otras también lo harán. Los pedazos de papel nacionales de diversos colores y el verde de Estados Unidos, o el del euro europeo tienen valor porque todos creen que tienen valor. Y todos creen que lo tienen porque, según la experiencia de todos, lo han tenido antes. Ahora bien, la existencia de un medio de intercambio común y generalmente admitido depende de un convenio: todo nuestro sistema monetario debe su existencia a la aceptación mutua de lo que, mirado desde cierto punto de vista, no es más que una ficción.

En la circunstancia actual de la economía venezolana, caracterizada por una hiperinflación, el sistema monetario resulta destrozado, puesto que la posesión de billetes no permite que haya una contrapartida equivalente de bienes y servicios, más bien es cada día menos la cantidad que de estos puede adquirirse, por lo cual cunde desconfianza en la moneda, nadie los quiere, y se recurre, como cuando la hiperinflación alemana de 1920-1923, a sucedáneos como otras monedas de otros países, el dólar, por ejemplo, o cigarrillos, o cualquier otro bien que se considere con más valor que la deteriorada unidad monetaria.

En nuestro caso, el dinero, el bolívar, no es “sano”; a causa de la desconfianza en el bolívar por su acelerada pérdida de valor, arrojada por la actuación política y económica en el tipo de régimen que se trata de instaurar, existe dolarización, la cual pérdida no será restablecida por ninguna otra ficción monetaria que este modelo de gobierno pretenda instrumentar, mejor dicho, es intrínseco, inmanente, a este sistema social que cunda desconfianza entre los diferentes actores económicos, máxime cuando el pretendido diseño es un disparate que deforma el antiguo patrón-bimetálico, esto es, oro y plata, sin acompañamiento de un cambio profundo en el gobierno de la concepción macroeconómica y empresarial de la economía.

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