No pretendo exaltar al chavismo, en definitiva, una práctica política venezolana desarrollada en el gobierno de Hugo Chávez Frías y que murió junto con él, aun cuando persiste como sentimiento (del cual todavía podría generarse una verdadera corriente de pensamiento) en un porcentaje importante de la población venezolana y mundial, y que se basó en una combinación de nacionalismo, con populismo, algunas ideas de izquierda con tercera vía muy socialdemócrata, y un sincretismo latinoamericano místico religioso que ocupó todos los espacios de la mano de un gran carisma pero sin un propuesta económica asertiva.

Sin embargo, sí pretendo diferenciar claramente al chavismo del madurismo, porque meterlos en el mismo saco es como hacerlo con Simón Bolívar y Antonio Páez, Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, o Lenin y Stalin, porque aun, a pesar de la responsabilidad de Chávez sobre la elección de Maduro, uno es responsable y está muerto, pero otro es culpable y está vivo.

El madurismo es la fase superior de lo más perverso del chavismo, asumiendo que el chavismo tiene diversas dimensiones. El gobierno de Maduro y su tendencia de acción política desdibuja el nacionalismo del chavismo, entregando la soberanía del país a través del Arco Minero y el petro, tergiversando cualquier principio socialista al desvalorizar el trabajo y generar dependencia de la caja del CLAP y bonos, sin incorporar a la gente a procesos de producción y de independencia, implementa un sistema de terror desde el Estado, aplastando y exterminando a la disidencia, rompe el Estado de Derecho y pisotea la dignidad de los ciudadanos, ejerce el control social comprando medios de comunicación para hacerlos complaciente, y doblega a la gente con base en sus necesidades a través del “carné de la patria”, y sumerge a los venezolanos en una angustia y desesperación tal que obliga a un sector muy vulnerable de la población a decidir entre emigrar o entregarse al neototalitarismo en proceso de implementación a través de la asamblea nacional constituyente.

Si en 2009 un grupo que apoyábamos a Chávez en intentar potenciar aspectos positivos de su política le reclamamos y advertimos públicamente que el “hiperliderazgo” concluiría en la hecatombe del proceso, ya que implotaba cualquier esfuerzo de democracia participativa y protagónica, ya para 2012, con la decisión de imponer a Maduro, este hiperliderazgo definió su destino.

Hoy, imposibilitado Maduro de extender el hiperliderazgo de Chávez, lo único que le ha quedado es instaurar el hiperpoder, que aunque de manera muy paciente ha ido tejiendo con la manipulación de sistema electoral, y el ejercicio en desarrollo de tecnologías de control social, en momento se le desborda de las manos, tal como ha sido el caso del asesinato de Oscar Pérez, o de los más de 120 muertos producto de la represión en el año 2017.

El madurismo, negado a la izquierda e incluso a la derecha, construye su propio espacio, en las catacumbas de las prácticas políticas autoritarias y neototalitarias, asumiendo una propia corporeidad ante lo inexplicable de la forma política que adquiere. Existe el madurismo, porque en las ciencias políticas no existe una categoría que arrope lo que esta práctica política pueda significar para el mundo en el siglo XXI.

En tal sentido, es también importante reflexionar que el chavismo disidente ya no existe, porque ya no hay de qué disentir, los que somos de izquierda o nos asumimos en la afirmación o moriremos en la negación, es por ello que sobre este gran karma nos queda la reconstrucción de una izquierda venezolana que demuestre la viabilidad de un mundo distinto, que no puede utilizar como ejemplo lo que dejó el chavismo y aun menos que lo es el madurismo.

Entiendo que la simplificación nos lleve a englobar el madurismo dentro del chavismo, cosa que es ayudada por el desprecio que hoy genera el chavismo para un sector de la población lógicamente resentido por tanto maltrato y exclusión, pero si no definimos claramente al enemigo político y lo caracterizamos, difícilmente podremos acordar maneras de enfrentarlo para derrotarlo.

Hoy, más que simular la “unidad”, la “unión” de las fuerzas políticas, sociales y militares, así como el 23 de enero de 1958, será la única vía para salir de esta crisis.


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