Una de las contradicciones contemporáneas es el retroceso de la democracia en países gobernados por candidatos a titanes. Los titanes en la mitología griega fueron engendrados por Urano  y arrojados por Cronos al Tártaro, el lugar tenebroso de las tinieblas, por el peligro que representaban dada su naturaleza vengativa y destructora. Hoy los titanes viajan en jets con sushi y el The Wall Street Journal y despachan a sus ciudadanos sin mucho distingo a lo tenebroso. Recientemente, el Parlamento chino ha dispuesto ratificar la permanencia en el poder de Xi Jinping como presidente eterno. Llamarlo parlamento es una broma de mal gusto, porque sabemos que China es una vulgar dictadura. Trump fanfarroneó con que el chino es grande y que el método debería probarse en Estados Unidos. Con él, le faltó rematar, y Putin riendo al otro extremo del mundo.

Los lectores se dirán que en una democracia como la estadounidense eso no es posible porque existen los mecanismos constitucionales del control político. Eso es cierto hasta que el sistema se ponga a prueba. La libertad como la democracia no son abstracciones para dar por sentadas y requieren ser defendidas a diario por los ciudadanos en su totalidad. Alemania era el país más culto de Europa y llegó un cabo resentido a vociferar desde las cervecerías y arrojó a su país a la destrucción. En Argentina hay una librería en cada calle y vinieron los Videlas con sus bigotes acicalados y su manual de la guerra sucia. En nuestro país nos extraviamos con la invasión bárbara de 1999. Cualquier pestañeo basta para derribar el edificio de las garantías individuales y erigir el despacho de los gendarmes. Estos traen la bandera del marketing político con la tinta de la renovación, el cambio o las asambleas constituyentes. Una vez en el poder, empiezan a acusar el presente de pasado para demoler lo que encuentren a su paso en nombre de un futuro promisorio viciado de controles. La tragedia llega a ser irreversible para todos y el último capítulo se escribe con nostalgia desde el basurero hasta que la próxima generación decida recobrar la libertad.

En la América actual, el peligro de los titanes está presente con las reelecciones indefinidas. Además, dos elecciones serán capitales en el diseño del mapa político del hemisferio: México y Colombia. López Obrador no engaña a nadie: dice que la Constitución mexicana es vetusta y hay que cambiarla. Gustavo Petro en Colombia es el verdadero aguantador de la izquierda sañuda y rencorosa. Elegir a cualquiera de estos forajidos es abrirle la puerta a la destrucción de estos países. Es repetir la invasión de los vándalos, cuyo libreto conocemos a la perfección en este rincón imperfecto del mundo.


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