Te prevengo: los políticos justicieros no son buenos políticos, ni mucho menos buenas personas. No les creas una palabra. Pues en una sola de sus falsas promesas hay toneladas de un terrible veneno adormecedor. Yo, que lo he sufrido, te lo explico brevemente.

Te hablo de una dulce ponzoña que primero te embriagará, excitará tus emociones como en un intenso partido de fútbol, pero justo al comenzar la premiación, te irá cegando paulatinamente, entumeciendo tus extremidades, tu capacidad de pensar, de actuar, hasta de echarte atrás. Podrás terminar paralizado en medio de una telaraña que, paradójicamente, tú mismo no solo apoyaste con euforia, sino que ayudaste a construir con tu entusiasmo, tu inocencia, tu voto, tu dinero, tu libertad.

En sus mítines, por supuesto que prometerán villas y Castillas, incluso tratarán de que sus posibles votantes reciban algún que otro regalo, sea una pequeña bolsa con comida y propaganda, o un parche para un viejo techo. Pero su mayor objetivo –y esto sin duda es lo más importante– es que sus seguidores, sus presas, se vayan a casa con una ilusión. Es decir, con una falsa ilusión. Y, claro, que la compartan con su vecinos. Con todos, pero sobre todo con aquellos que no están seguros de por quién votar, pues no hay un pensamiento más moldeable que aquel que se dice, y se siente, neutro.

Así completan sus campañas. Casi lo mismo en todas partes. En barrios pobres, comunidades rulares, empresas exitosas, iglesias, universidades, jóvenes rebeldes, comunidades LGBT, sindicalistas, indignados, resentidos, idealistas, gente que ha fallado o que han hecho fallar. Pues el mundo no es una construcción compacta: también está hecho de grietas, y es justamente allí donde se aliñan y ocultan los más grandes peligros, las más peligrosas intenciones. Fíjate en cómo todos los discursos populistas nacen de las grietas. Y allí se quedan.

El más grande capital para comprar votos de estos farsantes no es el dinero, sino la constante estimulación de falsas ilusiones a través de falsas promesas. Nada más fuerte que esto. Y lo harán en cada ámbito que puedan alcanzar, drogar, domesticar. Y ningún buen fruto saldrá, pues se trata, te repito, de falsas ilusiones, y para colmo casi siempre sembradas con el inservible abono de la miseria, con viejos rencores, odios, frustraciones. Si aún no lo sabes, o si te resistes a entenderlo, serás una presa fácil. La que tanto esa carroña necesita. Por favor, piensa un minuto y no lo seas.

A embelesadores no le abras jamás la puerta de tu casa, siquiera la pantalla de tu televisor, tu WhatsApp, tu barrio. Mucho menos les permitas manejar el destino de tu país. Tampoco les entregues tu indolencia, dudas, miedos, perdón, concesiones o silencios. Esos que hoy se venden como los Robin Hood del siglo XXI no son más que grandes embusteros. Y son muy peligrosos. Tanto como los guerrilleros, pues su terrorismo comienza solapado. Luego, y esto es lo peor, se convierte en ley.

¿Cuántas veces no has visto que esos que no se sacan de los labios la supuesta defensa de la igualdad social y la búsqueda del progreso no persiguen otra cosa que la instauración del igualitarismo, ese estatus miserable desde donde no es posible progresar? No olvides que el igualitarismo es la puerta al totalitarismo. Un abismo social del que es muy difícil escapar. Y cuando logramos salir, jamás salimos sanos.

Desconfía de esos que todo el tiempo quieren enfrentar a pobres y ricos con el arcaico discurso de que la pobreza es culpa de la riqueza. Sospecha de esos que en vez de preocuparse por fomentar la riqueza, lo que hacen es condenarla, pues está claro que nada pueden ofrecerte para abandonar la pobreza, y mucho menos para incrementar tu patrimonio.

Esos políticos nunca intentarán utilizar, como deberían hacer, tu talento y anhelos para aumentar tu economía, sacar adelante a tu familia y desarrollar tu nación. No son más que grandísimos embaucadores que buscan aprovecharse de tus emociones, de las diversas necesidades de la gente. Lo demás es pura palabrería, esperanzas traicionadas que poco a poco, y a veces de manera fulminante, se transforman en cárcel.

No les creas absolutamente nada de lo que te digan. Recuerda que las más monumentales mentiras usan como andamios un puñado de verdades, pero solo para conseguir edificar su imperio. El imperio de la mentira. Luego incineran todas las verdades, menos la suya, una verdad terrible, sangrienta, incurable.

Que no te engañen. Sean supuestos pacifistas, guerrilleros, socialistas del siglo XXI, líderes obreros, activistas comunitarios, actores de emotivos argumentos, caballos de Troya, salvadores revolucionarios, comunistas o cualquiera que intente venderte la malsana idea populista de que te van a regalar algo, ya sea algo que pertenece al Estado o que le van a quitar a alguien para entregártelo justicieramente a ti. No seas tonto. Es solo una estafa.

No te dejes timar como ya lo hicieron los venezolanos. Es un espejo espantoso y no puedes dejar de verte en él, pues lo sostienen las mismas manos, las mismas garras. No es una exageración, o sí: es una verdadera exageración de nuestros males, nuestra estupidez, nuestras miserias. Bien sabes que también les ha sucedido a bolivianos, ecuatorianos, nicaragüenses, y por supuesto, a los cubanos.

A estos políticos justicieros, en realidad pichones de dictadores, no les podemos dar el más mínimo chance de entrar en su juego sucio, amañado como inevitablemente serán sus siguientes “elecciones”, esas telarañas en las que quizás no puedas corregir el gravísimo error de haberles confiado tu destino y el de los tuyos. No cometas esa pifia. Más que embarazosa, puede ser letal.


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