Los incorruptibles son aquellas personas que sortean las amenazas a sus principios como si tal cosa, sin un asomo de duda. Conocí a un médico que tuvo como paciente a uno de estos militares rojos, quizás no tan renombrado, pero que lo pusieron donde había; el doctor hizo lo suyo, lo que le indica su juramento hipocrático, lo que aprendió en una de las mejores universidades de Latinoamérica, lo que le enseñaron sus profesores y colegas.

El médico curó al paciente con empatía y dedicación. El militar rojo, corrupto pero sin duda agradecido, le ofreció villas y castillas, porque estaba en condiciones de hacerlo, y también porque para un hombre sin principios es difícil entender que hacer el trabajo bien hecho es suficiente satisfacción, y más para un doctor con vocación, que lo que espera es poder salvarle la vida al enfermo.

Reiteradamente, en cada consulta, el militar rojito intentó que el médico aceptara cualquier cosa, un apartamento de la misión o un carro chino: “Solo necesito su número de cédula”. Pero el doctor nunca dudó y siempre dijo no, gracias.

Hubiera sido bueno que el médico por su trabajo obtuviera una remuneración justa, pero siendo empleado de un hospital del Estado, era un maltratado más de la ineptitud que nos gobierna. A pesar de eso, de su propia necesidad, nunca aceptó regalos. Eso lo hace más valioso. Esos son los incorruptibles.

II

Esta revolución corrupta ha hecho lo inimaginable, ha convertido los principios en moneda de cambio; no digamos yuanes o dólares, ni siquiera euros o libras, pues aunque los principios deberían tener el más alto valor, por innegociables, aquí en la Venezuela roja valen menos que el bolívar.

Esa es la mayor desilusión posible. Porque los que negocian con principios, los que los venden sobre todo, son personas parecidas a aquel doctor. Venezolanos, con familia, con educación de hogar y de las mejores universidades. Y, sin embargo, allí los ponen en la mesa para ver quién es el mejor postor. Y vamos a estar claros, el mejor ahora es el que tiene los cobres manchados de la sangre de muchos que salieron a la calle a gritar su ira contra el gobierno criminal.

No sé si será ingenuidad o caradurismo o ambas cosas, pero los resultados del 15 de octubre revelan más de lo que la gente piensa. Porque los vendedores de principios también venden mensajes, son buenos en eso, son casi como los de la escuela del G2 cubano. Y por eso la verdad es tan difícil de aceptar para algunos. Es tan cruda y desafía toda lógica, pero es la verdad. No creo en la ingenuidad de la dirigencia política opositora, creo que son unos mercaderes astutos.

III

A Pedro se le ocurrió la brillante idea de fastidiar a sus vecinos gritando que venía el lobo a comerse las ovejas que cuidaba, pero no era cierto, y entonces se reía de la angustia de los demás. Pero el lobo al fin hizo su aparición y el que quedó mal parado fue él. Si a Pedro el lobo lo agarró desprevenido fue por su propia estupidez, porque al fin y al cabo el que cuida ovejas debe saber que las acecha esa clase de peligros. No se puede argumentar que el pastor no sabía lo que podía pasar y que su juego era mera fantasía, no, allí no había ingenuidad.

Es como cuidar votos con un CNE comprado. Pero voy más allá, es como mandar a la gente a votar en condiciones de desventaja evidente. Y, más aún, es mandar a sufragar por unos candidatos que, si llegaban a ganar, tendrían que hincar la rodilla ante un poder ilegítimo y corrupto.

Sé que muchos me saltarán encima. Pero era una manada de lobos completa. Ni siquiera se escondían detrás de los matorrales. Estaban a simple vista, y aun así nos dijeron que era la única salida. Como ovejas corrimos hacia la manada de lobos a los que les vendieron los principios, y como ovejas caímos. Fue una carnicería.

Y ahora piden coherencia. ¿O es que era coherente ir a elecciones con ese CNE? ¿Era más coherente eso que juramentarse ante la ANC? Esto no pasa un examen de lógica. Todos los hechos están viciados desde el principio. Vamos a estar claros, ninguno la tuvo. Desde el 29 de julio, cuando decidieron echar todo para atrás, cuando transaron sus principios, cuando se olvidaron de los muertos de las manifestaciones, perdieron la coherencia.

O de repente la equivocada soy yo, y son más coherentes con sus actuaciones y sus objetivos de lo que yo imagino: el poder por el poder, no por el bien común.


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