Parece haber un “revival” de los 80, a pesar de la mala prensa que se ganaron en su momento, al menos en América Latina. Para los economistas fueron “la década perdida” y para los analistas políticos, el decenio en que un cowboy rigió los destinos del mundo, para no hablar de aquel filósofo de la historia que predijo su “the end”. No solo no terminó sino que nos hace guiños. Mal que bien las economías se enrumbaron y Ronald Reagan pasó a la historia como un estadista visionario, un factor de unión de sus conciudadanos, y ,comparado con algunos que vinieron después, una inteligencia descollante, un revolucionario conservador que coronó su gestión con el fin del malvado imperio soviético. En resumen los 80 fueron el triunfo de la restauración del orden frente a los revoltosos 60 y 70. A pesar del eslogan del 68, la imaginación no llegó al poder. En todo caso los 80 están de nuevo de moda y no falta quien nos recuerde (con rigor de gelatina) que en aquella época éramos felices y no lo sabíamos.

Desde este punto de vista ficcional, vale la pena notar el ángulo con el que esta moda retro se presenta. Las peripecias, ya treintañeras largas, han invadido buena parte de la televisión con las series NarcosEscobar el patrón del mal y siguientes. La nostalgia esta vez, viene de la mano de los estupefacientes, y así como la marihuana reflejaba la cultura comeflor y buena onda de los 70 –y ahora casi adquiere carta de respetabilidad– los 80 revisitados se constituyen, en la ficción, en torno al poder, la aceleración, las mafias y la droga que por esencia refleja el poder: la cocaína. El paso es bastante lógico; ya conquistada la televisión, estas historias, mayorcitas, quieren verse en la gran pantalla.

Ahora bien, esto de lavarle la cara a la década en que el poder pudo más que la imaginación y la utopía, no es tan fácil. La historia de Barry Seal, un piloto de la TWA que termina de mercenario aéreo para la CIA y coquetea con Noriega narcos, contras, sandinistas y burócratas de Washington es tema de película. Ya en 1991, un filme para la televisión (Doublecrossed / Traicionado) había contado las historias del personaje. Más allá de las variantes argumentales, había un dato inicial imprescindible. El Barry Seal del 91 era interpretado por Dennis Hopper, aquel actor maldito (el amigo de James Dean en Rebelde sin Causa, el hippie de Easy Rider, el fotógrafo loco de Apocalipsis ahora). La cita es relevante. En aquella época ese filme para TV pasó sin pena ni gloria cuando aún los fuegos centroamericanos no se apagaban. Veintiséis años después las cosas han cambiado. Barry Seal no es el pobre diablo al que se le presenta una oportunidad dorada y la acepta sin saber que está recibiendo el beso de la muerte. En el 2017 Barry Seal es nada menos que Tom Cruise, el mismo de Misión imposible, que todo lo puede. Un buen muchacho americano, algo travieso y frívolo, no muy dado al análisis, pero a fin de cuentas un buen padre de familia que trafica drogas, armas y dinero sucio con la coartada de hacerlo para su gobierno y por sus seres queridos. Pero por si esto fuera poco, los que fingen ser amigos son todos seres despreciables empezando por Noriega y siguiendo por el cartel de Medellín o los contras, unos ineptos para quienes el libreto reserva la mayor munición. En definitiva, Cruise-Seal no es un mal muchacho. Es la versión madura del piloto de Top Gun, aquella película que protagonizó en 1986 encarnando a un piloto de guerra novato que enfrentaba a los perversos Migs soviéticos en el Golfo Pérsico. Nótese la fecha, 1986, más o menos el mismo año en que Seal andaba dando vueltas por el Caribe. Ocurre que los tiempos, no los tiempos del calendario, sino los tiempos políticos, han cambiado, y el comunismo ya no es el enemigo a vencer porque se derrotó él mismo. Los malos del 2017 son esos tipos raros al sur de Río Grande que cuando no están pensando en la revolución están traficando. Y, de paso, sus mejores aliados son los burócratas que medran en los pasillos del poder en Washington y se hacen los locos frente a las tremenduras de Cruise/Seal, que, a fin de cuentas, es el galancito de los mandados, que, como siempre ocurre, es traicionado cuando ya no sirve. Pero todo esto ocurre, no lo olvidemos, en aquella década mítica, que la película parece mirar con nostalgia. Lindos los 80, estaban los buenos, los malos y los que, tres décadas más tarde serían carne de película de Hollywood para pasar dos horas, la verdad sea dicha, muy entretenidas.

Solo en América (American Made). USA. 2017. Director Doug Liman. Con Tom Cruise, Sara Wright, Domhnall Gleeson, Lola Kirke.


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