Venezuela viene atravesando por uno de los momentos más oscuros de su historia. Un régimen feroz, sin escrúpulos de ninguna especie, ha venido destruyendo todas las instituciones que integran el tejido del sistema democrático, dispuesto a cualquier cosa con tal de aferrarse al poder.

Uno de los mecanismos más perversos al cual recurren es el engaño, como medio para destruir el prestigio de sus oponentes y sembrar entre ellos divisiones que los debiliten.

La más reciente trama de esta guerra maligna es el episodio que han construido contra Lilian Tintori.

Lilian, a quien poco conozco a título personal, es un personaje con un magnetismo personal extraordinario. Comienza por admitir que el político es su esposo, pero que ella misma no lo es. Sin embargo, se ha transformado en la encarnación de la lucha de todas las mujeres de Venezuela por devolverles a las familias venezolanas una patria decente donde mujeres, hombres y niños puedan llevar una vida normal y donde exista un futuro mejor al cual todos podamos aspirar.

Lilian, haciendo gala de una voluntad indomable, le ha dado la vuelta al mundo defendiendo la causa de su esposo. Se ha entrevistado con el Papa, con presidentes y primeros ministros, parlamentos, organizaciones internacionales y prácticamente no ha quedado lugar del planeta donde no se haya escuchado su voz. Una voz que clama contra la injusticia y que lucha con tal tenacidad que no hay auditorio que no la haya atendido con simpatía. Es una voz que, como pocas, ha sabido explicar la barbarie que se ha implantado en Venezuela.

Lilian, en suma, se ha transformado en un adversario formidable a quien el régimen quiere destruir. Y no es fácil destruir a quien personifica toda la fuerza moral de una nación que lucha desesperadamente por su libertad.

Había que detenerla. Estaba por iniciar una gira en la que iba a entrevistarse con Rajoy, presidente del gobierno de España; Macron, de Francia; Ángela Merkel, canciller de Alemania; y Theresa May, primer ministro del Reino Unido. Una gira que contribuiría a definir la posición de la Unión Europea frente a las aberraciones que ocurren en Venezuela.

La trama que nos llega tiene lógica. Todo parece haber girado en torno al amor por una abuela anciana y enferma. La solidaridad engañosa de alguien pudo haber sido la brecha para introducir el veneno. Son muchos los que quisieran contribuir con una causa tan humana, pero son pocos los que se atreven a retratarse haciéndolo, así que era comprensible que las ayudas fuesen anónimas y en efectivo. La trampa insidiosa parece haber sido planificada.

¿Cómo podemos prestarnos a contribuir con los objetivos que se buscaron con esa patraña? Entendamos una cosa. El enemigo está en la acera del frente y es uno solo. No podemos permitir que nos pongan a disparar en contra de los aliados que desde nuestro lado de la acera luchamos por un mismo objetivo.

Entendamos, además, que pocas familias han sacrificado tanto en esta lucha existencial por recuperar la patria digna que nos legaron nuestros padres.

Ahí está el caso de Leopoldo, condenado de manera aberrante, retorciendo pruebas que lo único que probaban era su inocencia. A quien ya, desde hace bastante tiempo, el régimen ha querido destruir. Hace años lo inhabilitaron políticamente desconociendo un mandato expreso de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, con lo cual se violaron tratados internacionales sobre la materia. Así será el temor que este joven político les infunde.

Está también el caso de Antonieta Mendoza, la madre de Leopoldo. La imputaron porque cumpliendo con sus obligaciones en Pdvsa firmó en su nombre un aporte para un programa vinculado a la justicia al cual también contribuían el gobierno de Canadá, en PNUD, la ONU y la OEA, entre otros.

Y, desde luego, está igualmente el caso de Leopoldo López Gil, padre de Leopoldo, quien sufre un injusto destierro, el mismo que le fue impuesto a Miguel Henrique Otero, ambos miembros de la Junta Directiva de El Nacional, por el pecado de defender la libertad de expresión consagrada en nuestra carta magna.

Toda la familia es, pues, víctima de una de las más malévolas persecuciones desatadas por el régimen. Pero se trata de una familia que lleva en sus genes, en su ADN, el mandato imperativo de seguir luchando por su patria. Así lo han hecho desde la época de la independencia, una familia que estuvo indisolublemente ligada a la formación de la venezolanidad y a todo lo que nos resulta más admirable de nuestra historia.


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