Nicolás Maduro ha enviado a la asamblea nacional constituyente un “proyecto de ley contra el odio, la intolerancia y la violencia”. No obstante haberse sometido a un ente que no existe en la Constitución nacional y que, en cualquier caso, no tendría competencias legislativas, a primera vista, esta parece ser una iniciativa digna del mayor encomio, que enaltece los valores democráticos; pero no es tan simple como eso. Resta saber si Maduro está hablando en serio.

Desde sus inicios, haciendo uso de un lenguaje escatológico, pero también de la violencia, este régimen se ha caracterizado por descalificar a más de la mitad de los venezolanos, llamándolos “oligarcas”, “escuálidos” y “lacayos del imperio”. En una muestra de intolerancia pocas veces vista en Venezuela, primero Chávez y luego su pupilo, se han empeñado en encarcelar (y torturar) a quienes piensan diferente. Al igual que Duvalier tenía y utilizaba a los “tonton macoutes”, Maduro no ha tenido reparo en amenazar con los colectivos armados a quienes disienten de su proyecto político.

Cuesta imaginar que, precisamente quienes han alentado el odio y la intolerancia en contra de los venezolanos, sean quienes ahora pregonan paz y amor, aunque sea con “gas del bueno”. No fue la MUD la que inventó “la esquina caliente”, o la que ordenó elaborar la tristemente célebre “lista Tascón”, que no fue otra cosa que la manifestación más perversa del odio que los gobernantes sentían (y sienten) por los ciudadanos de este país que, simplemente, quieren vivir en libertad. No fue la oposición la que concibió las bolsas de comida, distribuidas solo a quienes poseen el “carnet de la patria”, como mecanismo para doblegar a los más pobres obligándolos a vestir una franela roja a cambio de un mendrugo de pan.

Al escuchar a Maduro hablando de tolerancia, da la impresión de que no es este régimen el que ha cerrado medios de comunicación social, ha prohibido el ingreso al país de periodistas extranjeros y ha reprimido salvajemente a los estudiantes y a quienes se atreven a protestar y a participar en manifestaciones políticas en contra del modelo chavista. Cuesta imaginar que, quienes hoy hablan de tolerancia, sean los mismos que (desde hace casi dos décadas) han intentado imponer un discurso único, incluso dentro de sus propias filas.

Uno de los miembros de esa pretendida ANC, cuyo nombre no vale la pena recordar, declaró que esta ley permitirá actuar contra todos aquellos “que son autores intelectuales para generar cualquier tipo de violencia”. O sea, es una ley de naturaleza penal, para perseguir y castigar a quienes, sin haber participado, pueda atribuírseles responsabilidad por cualquier hecho de violencia. Si ese es el propósito de este proyecto de ley, el mismo es innecesario. Repetidas veces, sin ningún fundamento, este régimen ya ha encarcelado a dirigentes políticos acusándolos falsamente de haber instigado a la violencia.

Según Maduro, “ha llegado la hora de castigar los delitos de odio e intolerancia”. Pero no dice que lo que él entiende por odio es la crítica política y el rechazo a su gestión. No dice que se va a acabar con el odio estimulado desde la cúpula del poder, que se vaya a acabar con programas como Con el mazo dando, o que él mismo vaya a desterrar de su lenguaje el insulto y la descalificación sistemática.

Este proyecto de ley no pasa de ser una payasada propagandística más, propia de cualquier tiranía empeñada en cambiar el significado de las palabras. Es una nueva versión del “newspeak” del que ya nos hablaba George Orwell en su novela 1984: la paz es guerra y la guerra es paz; la verdad es mentira y la mentira es verdad. Y, desde luego, esta dictadura llena de hipocresía es el baluarte de la democracia, el amor y la tolerancia.


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