Una de las experiencias que he vivido, a lo largo de mi formación profesional, fue aquella a la que voluntariamente me sometí durante la realización de un posgrado en el IESA. Consistió en que durante el entrenamiento del campamento de supervivencia nos introdujeran a toda la clase, con los ojos vendados, en un laberinto. Debíamos salir de él en un tiempo registrado por los facilitadores. Ello no tuvo la significación de importancia sobre quien o quienes lograban salir primero de dicho laberinto, por sí solos. En realidad un porcentaje por azar, otros por fraude al moverse la venda (como quien se engaña a sí mismo) fue hilvanando la secuencia del recorrido, hasta lograr toparse con aspectos que guardados en la memoria permiten ir descartando opciones y tomando otros caminos, hasta encontrar la salida a la situación de confinamiento a que dicho laberinto te somete. La solicitud de ayuda externa era parte final del ejercicio, para el caso de aquellos que por distintas circunstancias, fortuitas o no, no hubieran alcanzado la salida. Hubo quienes no lograron incluso completar el ejercicio por no aceptar la ayuda a que, según los facilitadores indicaron, en esa fase se podía optar.

El relato anterior lo utilizo para ejemplificar que existen muchas condiciones del entorno, hasta el azar, que pueden presentarse adversas o favorables en situaciones que la vida nos plantea. Debemos reconocer que no nos es posible, casi nunca, mirarlas todas o controlar sus variables en solitario; por ello, efectivamente, requerimos muchas veces ayuda para salir de tal laberinto en el que nos encontremos. Ello no solo no es deshonroso, para encontrar la salida necesaria, sino que es de seres inteligentes pedir tal ayuda o asumirla cuando se requiere.

Venezuela es hoy prácticamente un escenario de guerra y como en toda guerra miles de vidas inocentes están siendo lesionadas. De crisis humanitaria hemos pasado a estar en presencia de un genocidio en desarrollo. La aseveración solo se verifica, dolorosamente, con la propia muerte de decenas de miles de personas (un promedio de más de 2.000 por mes cada año). Ello va dejando la huella imperecedera en familiares y amigos que sobreviven al caos que se provoca desde el poder dictatorial. Son efectos imborrables de tortura y humillación colectiva, a las que están siendo sometidos millones de seres humanos secuestrados por un Estado totalitario que domina a toda una nación. La nefasta dictadura de Nicolás Maduro ha transformado al Estado venezolano en verdugo de una sociedad indefensa. 

La noticia de la muerte por ahogamiento de venezolanos que intentaban alcanzar las costas de Curazao en huida de supervivencia, como sabemos, representa el déjà vu latinoamericano que aún asombra la supuesta experimentada mirada de una sociedad mundial afectada por anteriores guerras, hambrunas y genocidios, como el de la URSS de Stalin o la China de Mao, por ejemplo. Para los familiares de estos jóvenes es una pérdida irreparable en sus vidas. Nada ni nadie podrá cambiar ya lo ocurrido. Tampoco con los más de 130 muchachos asesinados en 2017durante protestas pacíficas, con sus escudos de cartón y sus corazones de oro, que lucharon por la libertad de nuestra nación secuestrada.

Desde las fraudulentas elecciones presidenciales del 14 de abril de 2013, hace ya casi 5 años, ha huido del territorio nacional de Venezuela casi 10% de su población, para entonces estimada en 30 millones de habitantes; es decir, 3 millones de almas han huido. Día a día, parte de esta nación huye del país para recuperar su libertad, salvar sus vidas y encontrar en otras naciones una nueva oportunidad. ¡Parece increíble el huir de la otrora Venezuela prometedora! La misma que recibió oleadas de inmigrantes que se transformaron en millones de nuevos ciudadanos venezolanos hasta fines del siglo XX.

Desde el comunismo caribeño, que Fidel Castro le legó a nuestra región y al mundo, cuya influencia nunca se calibró cabalmente a pesar de las miles de víctimas y refugiados que causó, no ha habido la correspondiente acción contundente de los organismos internacionales para imponer el cambio hacia el respeto a los derechos humanos, las libertades y derechos civiles con la instauración del Estado democrático.    

La memoria de mi padre acude para recordarme un concepto vital que nos enseñó, a cada uno de sus hijos, sobre esos momentos en que debía enfrentarse cualquier dilemática amenaza a la vida de nuestras familias. Y es que así como existe la legítima defensa personal, en los casos en que un atacante puede producirte la muerte, o secuestrar tu libertad, y se hace justa, legítima y legal tu defensa ante tal atacante, así las naciones tienen que poder ejercer su legítima defensa colectiva para proteger su vida, su justicia y libertad como nación-familia. Es el deber ser hoy de todos los sectores honestos, civiles y militares del país. ¡Seamos todos una familia! ¡Ejerzamos nuestra legítima defensa colectiva, por ejemplo mediante el artículo 350 constitucional, y con la ayuda necesaria restablezcamos el orden civilizado para salvar a Venezuela!


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